Con lágrimas de gratitud

El agradecimiento sólo es posible cuando se entiende la magnitud de lo recibido. Mientras eso no ocurre transitamos por la vida como si no tuviéramos que retribuir nada, tranquilos en nuestra inconsciencia.

Por otro lado, es preciso entender que los acontecimientos que nos ocurren son neutros, somos nosotros los que le asignamos sentido. Ese hecho es importante para entender algunos de los relatos de los evangelios.

Las mismas escenas tienen diferentes interpretaciones. Como un calidoscopio, hay múltiples formas de observar el relato.

Lucas señala que:
Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume (Lucas 7: 37-38).
Lucas no menciona el nombre, tal vez por prudencia o porque no era necesario comunicarlo para el grupo de personas que él estaba escribiendo. Sin embargo, Juan señala que ella es María, la hermana de Marta y Lázaro (Jn. 12:1-7).

Ha venido a la fiesta desde lejos. No está viviendo en la ciudad. No sólo ha visto a su hermano resucitar, sino que ha sido librada por Jesús del pecado, Lucas la califica de pecadora, las posibilidades son muchas, puede estar viviendo en una relación adúltera o simplemente haberse convertido en prostituta. No lo sabemos con certeza.

Ella está agradecida de Jesús, así que trae un vaso de nardo, un perfume líquido muy caro. El nardo tenía un olor penetrante, lo común era que lo importasen de la India. La planta de cuyas raíces se extrae ese aromático perfume procede de la India, crece en las altiplanicies de pastoreo de los Himalayas, a una altura que oscila entre 3 y 5 mil metros. El nardo era un artículo comercial desde tiempos muy antiguos.

Era costumbre mantener el ungüento de nardo en recipientes de alabastro sellados, y sólo se los abría en ocasiones muy especiales o para los ricos. El nardo fragante con que María ungió los pies de Jesús representaba el salario de casi un año de un obrero de la época (Jn. 12:3).

Agradecer en vida

Unge a Cristo en su cabeza y pies. Luego llora a sus pies. Quiso pasar inadvertida, pero, el perfume la delató. Advirtió las críticas y sintió que podría ser dejada en ridículo o que su hermana la acusaría de derrochadora.

Decidió agradecer a Jesús en vida, a diferencia de otros como Nicodemo y José de Arimatea que prodigaron su amor a Cristo después de muerto.

En esto hay una lección de María para todos nosotros. Muchas son las personas que llevan flores y recuerdos caros a los muertos. Lloran y expresan palabras de amor y cariño a un cuerpo sin vida. La ternura, el aprecio y los vocablos llenos de cariño son prodigados a una persona que no ve ni oye. ¡Cuán diferente hubiera sido la situación si las mismas expresiones de cariño y bondad hubiesen sido dichas cuando la persona vivía!

Es triste que esperemos una visita al cementerio para agradecer cuán importante han sido las personas para nosotros. María decidió hacer algo distinto. Agradeció a Jesús en vida, cuando era posible que él pudiera apreciar su cariño.

La importancia de agradecer

La otra lección de María es que simplemente fue agradecida. No esperó, agradeció cuando podía hacerlo. Nos cuesta entender que no agradecemos lo suficiente porque no apreciamos las bendiciones que recibimos. Al contrario, la mayoría de las oraciones de los cristianos se convierten en lamentaciones, clamores y petitorios y nos olvidamos de las palabras de Pablo que dice: 
No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias (Fil. 4:6).
Agradecer no es algo que se enseñe, o somos agradecidos o no lo somos.

Alguien escribió:
Doy gracias por la basura que tengo que limpiar después de una fiesta, porque significa que estoy rodeado de amigos.
Doy gracias por los impuestos que tengo que pagar, porque significa que tengo trabajo.
Doy gracias por la ropa que me queda chica, porque significa que tengo suficiente para comer.
Doy gracias por el pasto que tengo que cortar, las ventanas que tengo que limpiar y las cosas que tengo que arreglar, porque significa que tengo un hogar.
Doy gracias por todas las quejas que escucho acerca del gobierno porque significa que tenemos libertad de expresión.
Doy gracias por el espacio vacío que encuentro al fondo del estacionamiento porque significa que puedo caminar.
Doy gracias por la cuenta abultada del gas porque significa que tengo calefacción.
Doy gracias por el que canta al lado mío desentonando horriblemente porque significa que puedo oír.
Doy gracias por las pilas de ropa para lavar y planchar porque significa que tengo ropa para usar.
Doy gracias por el cansancio que siento al final del día porque significa que ha sido un día productivo.
Doy gracias por la alarma que suena temprano en la mañana porque significa que estoy vivo.
En otras palabras, todo es cuestión de perspectiva. No agradecemos suficiente porque no tenemos la perspectiva correcta.

La mente del que maquina

Lucas agrega lo que ocurre en la mente del que ha invitado a la fiesta:
Cuando vio esto el fariseo que lo había convidado, dijo para sí: ‘Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora’. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: ―Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: ―Di, Maestro. ―Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos lo amará más? Respondiendo Simón, dijo: ―Pienso que aquel a quien perdonó más. Él le dijo: ―Rectamente has juzgado” (Lucas 7:39-48).
Simón, un fariseo que ha sido sanado de lepra debería estar profundamente agradecido de Jesús, sin embargo, en su mente sólo puede ver lo que está ocurriendo con una mujer que supuestamente no es digna.

Cuando ve la acción de María maquina en su mente y duda de Jesús porque se deja tocar por alguien que para él es despreciable. Lo que no admite es que él precisamente ha sido el causante de la ruina moral de María.

Con la historia de los dos deudores Cristo quiso mostrarle qué él era más deudor porque tenía mayor responsabilidad en las acciones de la mujer que ella misma. Jesús enumeró las oportunidades que tuvo Simón de expresar agradecimiento a Jesús pero que no realizó.

Simón se conmovió por el gesto de no ser condenado en público por Jesucristo. Habría sido muy fácil para Jesús dejarlo en evidencia y mostrar a los demás la hipocresía de Simón, por eso Cristo agrega:
Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón: ―¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: ―Tus pecados te son perdonados (Lucas 7:44-49).
El perdón incondicional

Jesús reconoce los esfuerzos de todos los seres humanos. Miró a María y pidió que la dejaran de molestar. Lo mismo que hace con todos los que han sido perdonados. Invita a los demás a que no juzguen y no condenen.

Jesús sabía que ella estaba turbada y apenada. Entendía claramente que mediante el acto de llevar ese perfume y hacer esa demostración pública ella estaba agradeciendo y escuchar las palabras de Jesús que la redimiesen.

Anunció que todo el mundo siempre recordaría el gesto de María. Hizo alusión a que un pequeño gesto de agradecimiento siempre produce grandes resultados. 

La mente del hipócrita

Pero no sólo Simón maquinaba en su mente, también lo hacía uno de sus discípulos, el tesorero del grupo, el hombre en que todos confiaban, el comerciante que se había unido a los apóstoles.
Dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que lo había de entregar: ―¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se les dio a los pobres? Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era ladrón y, teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo: ―Déjala, para el día de mi sepultura ha guardado esto (Juan 12:4-7).
Judas comienza a murmurar en contra del acto de María, considera que todo aquello es un desperdicio. Sin embargo, lo que nadie sabía, excepto Jesús, es que era un ladrón.

Judas hasta ese momento aún no había comprendido la misión de Jesús. Por otro lado, solía medir a las personas en función de los beneficios que pudiese obtener. María representaba un desperdicio porque no podía robar lo que ella derramaba sobre Cristo.

Los que contemplan sin entender

Mateo, siendo testigo directo de todo lo que ocurre, no sólo deja en evidencia que Judas piensa mal, también lo hacen el resto de los discípulos. Probablemente por la influencia de Judas, o porque tenían motivos similares. Lo cierto es que dice:
Al ver esto, los discípulos se enojaron y dijeron: ―¿Para qué este desperdicio?, pues esto podía haberse vendido a buen precio y haberse dado a los pobres (Mateo 26:8-9).
Los discípulos que contemplaban la escena no entendían nada. Estaban absortos en sus prejuicios e ideas tergiversadas.

Si hubiesen entendido lo que Jesús ya les había anunciado, que iría a Jerusalén a morir y comprendieran el don de la salvación que Jesús les daría, ningún obsequio les hubiera parecido mínimo.

Lo triste es que el esfuerzo de Cristo hasta ese momento aún no era comprendido. Vivía entre los seres humanos, y sus allegados más cercanos aún no entendían y ni siquiera estaban dispuestos a agradecer. ¡Pobres ciegos que se niegan a ver!

Si realmente hubiesen entendido nada lo considerarían demasiado costoso como para expresar agradecimiento a Cristo. Ningún acto de abnegación o sacrificio personal les hubiera parecido demasiado si entendiesen con claridad lo que Jesús estaba soportando y lo que tendría que pasar al ir a Jerusalén. Los prejuicios nublan la razón y nos hacen decir cosas que después nos avergüenzan. Seguramente cuando más tarde los discípulos analizaban su actitud en esta y otras ocasiones, deben haberse sentido muy mal.

Cuando se da sin esperar nada a cambio

María no fue pidiendo dádivas, sólo tomó una decisión, dar lo más valioso que tenía y expresarlo cuando fuera tiempo. Recibió mucho más de lo que hizo. Lo que recibimos es una respuesta a lo que damos. Probablemente recibimos menos por estar concentrados en nuestras dificultades y no en dar sin esperar nada a cambio.

Hubo una vez un agricultor de apellido Fleming que mientras trabajaba en su campo vio a lo lejos un niño aterrorizado, gritando y luchando; tratando de liberarse de un gran hoyo lleno de lodo en el cual había caído y no podía salir. El agricultor Fleming salvó al niño de lo que pudo ser una muerte lenta y terrible.

El próximo día, un carruaje muy pomposo llegó hasta los predios del agricultor inglés. Un noble, elegantemente vestido, se bajó del vehículo y se presentó a sí mismo como el padre del niño que Fleming había salvado.

―Yo quiero recompensarlo ―dijo el noble inglés. ―Usted salvó la vida de mi hijo.

―No, no puedo aceptar una recompensa por lo que hice, ―respondió el agricultor inglés, rechazando la oferta.

En ese momento el propio hijo del agricultor salió a la puerta de la casa de la familia.

―¿Es ese su hijo? ―preguntó el noble inglés.

―Si, ―respondió el agricultor lleno de orgullo.

―Le voy a proponer un trato. Déjeme llevarme a su hijo y ofrecerle una buena educación. Si él es parecido a su padre crecerá hasta convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso. ―El agricultor que no tenía ninguna opción para educar a su hijo aceptó.

Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming el agricultor se graduó de la Escuela de Medicina de St. Mary's Hospital en Londres, y se convirtió en uno de los médicos más conocidos a nivel mundial, el mismo rey lo nombró Sir Alexander Fleming, por haber descubierto la penicilina.

Algunos años después, el hijo del noble inglés, se enfermó de pulmonía. Gracias a la penicilina y al gesto de su padre, fue salvado por segunda vez.

El nombre del hombre que educó a Alexander Fleming fue Randolph Churchill. El nombre de su hijo Sir Winston Churchill.

Nunca sabemos lo que vamos a recibir por lo que damos. Si tuviéramos otra actitud, probablemente viviríamos de otra forma.

Conclusión

Dios sabe cuánto esfuerzo hacemos para vivir cada día. No necesitamos convertir nuestra experiencia religiosa en una larga y penosa plegaria lastimera. Dios entiende perfectamente lo que nos ocurre. Podemos ir a él contentos de que somos comprendidos.

Por otro lado, cuan agradecidos seamos con Dios dependerá de cuan conscientes estemos de sus bondades. Dios no espera grandes gestos ostentosos, sino una vida consistente en agradecimiento. Todos podemos ser agradecidos si nos lo proponemos.

Nuestras oraciones deben estar cargadas de gratitud. Nuestra vida debe ser una permanente acción de gratitud. Sin duda, tendremos toda la eternidad para agradecer, pero seremos más felices si empezamos hoy y dejamos los pasillos lastimeros de la autocompasión y acudimos a Jesús sin temor.

María fue, así como estaba, cubierta de vergüenza, señalada, apuntada, atribulada por la culpa que sentía, estigmatizada, maltratada, fue, no para pedir clemencia, no para pedir que Jesús intercediera para que la trataran diferente.

En otra ocasión había estado a los pies de Jesús aprendiendo, ahora fue, sólo para agradecerle lo que él haría. Ella entendió antes que nadie que Jesús bajaría a Jerusalén y moriría por ella y todos los pecadores. Lo que hizo fue un gesto de amor. Una respuesta al amor incondicional del maestro. ¡Qué gran lección!

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

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