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Mostrando entradas de abril, 2011

Todo pasa y todo queda

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Son las 5.30 de la mañana, no me levanté antes porque no quiero despertar a nadie. Salgo sigiloso de la habitación de ese hotel de 450 cuartos, lleno de turistas de los más diversos rincones del mundo. París está frío. Es extraño, ayer hacía calor. Camino silencioso por el pasillo hacia el ascensor, no quiero despertar a nadie y que luego me insulten en un idioma que no conozco. Ayer confundí una indicación, y un parisino me insultó en francés y se sulfuró cuando por toda respuesta simplemente le sonreí. Él no podría entender que sus palabras me parecieron tan melódicas y dulces. Me acordé de la prehistoria y de la Mademoiselle, la profesora de francés de secundaria. Seguramente ella estaría encantada. ¿Habrá viajado alguna vez a Francia? Se lo merecía. Me dirijo al ascensor. El edificio de 450 habitaciones está lleno de pasillos que dan hacia un patio interior, tiene una arquitectura extraña, mezcla de no sé qué escuela de sincretismo que abundan en la falta de ideas.

La muerte de un hijo, el dolor más extremo

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Dedicado a la memoria de Arturo Darynel Velasco  Hace algunos días ha muerto un amigo. Se ha apagado una sonrisa. Hemos llorado su partida. Aún retumban en nuestro recuerdo su risa contagiosa y su amor incondicional. Esta semana el dolor me ha hecho llorar varias veces. Era sólo un niño, pero me cautivó desde el momento en que lo conocí. No olvido una de sus frases célebres, mientras jugábamos con sus padres y tíos a las imitaciones: “Yo soy un cerebrito, por eso mi grupo va a ganar”. Darynel No puedo imaginar el dolor que deben estar sintiendo sus padres. Sólo pensar en ellos se me nubla la vista y se me llenan los ojos de lágrimas. Nunca un hijo debería partir antes que sus padres. Es un dolor que parte la existencia. Es el sufrimiento más desgarrador que puede sufrir algún ser humano.

Tan cerca y tan lejos

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―Tenemos que salir después de las 7 de la mañana, antes es peligroso. Con esa frase percibo la primera voz de alerta en relación a lo que ocurre, en la otrora, tranquila Nueva León, en el norte de México. En la tarde anterior he estado alojando en casa de un amigo y me ha hablado de un tiroteo que ha ocurrido a escasos metros de su casa. La escuela de la hija está a tres cuadras de la casa, pero ellos no la dejan ir caminando. Se respira un aire de inseguridad. Se desconfía de todos. Salimos en dirección a Monterrey, vamos tranquilos, hay muchos vehículos en el camino, de pronto, en una zona de baja velocidad nos para un policía municipal. Nos dice que vamos a exceso de velocidad en zona escolar. Le decimos que no es cierto, que vamos bien, y que además, no hay ningún letrero que indique que hay un colegio cerca. Nos indica a sus espaldas y sólo vemos casas y nada más. Comienza una larga perorata acerca de que tendremos que pagar 1.200 pesos mexicanos y tendremos que ir a pagar a l