La oración y la voluntad de Dios

Durante un campamento, mientras algunos descansaban bajo los árboles y otros retozaban alegremente, varios nos dispusimos a exprimir limones a fin de preparar un refresco. En eso estábamos, cuando alguien gritó:

–¡Se están ahogando!

Recordé que cinco jóvenes habían pedido permiso para ir al río. Corrimos al lugar y, sin medir las consecuencias, nos sumergimos en las frías aguas. Los otros acampantes, arrodillados, se pusieron a orar. Sin embargo, pese a todos nuestros esfuerzos, Josué, un joven estudiante de Teología, murió.

Seis años más tarde, cuando el incidente ya no tenía en mí el impacto emocional del principio, me encontré con un joven que había estado allí. A la sazón, había abandonado la iglesia y la fe en Dios. En el momento del drama era un púber que se asomaba a la adolescencia. Ahora era un estudiante universitario.


Siempre que me encontraba con alguno de los que compartimos la tragedia, inevitablemente recordábamos la triste experiencia.

–¿Sabes, Miguel?, desde aquel domingo comencé a dudar de Dios –dijo el joven.

–¿Por qué? –pregunté intrigado.

Y él respondió:

–Porque Dios no contestó nuestras oraciones y Josué se ahogó.

Dichas declaraciones nuevamente hicieron revivir en mí todos aquellos sentimientos que creía superados. Al final comencé a replantearme el sentido de la oración a la luz de la voluntad divina. En esta búsqueda e investigación reflexiva he llegado a algunas conclusiones.

Para tener un claro concepto de la oración, debemos tener una idea bíblica correcta acerca de Dios. Sin una comprensión adecuada del carácter divino, la oración carecerá de significado.

Por otra parte, tenemos la necesidad de entender qué es la voluntad de Dios.

¿Qué significa? ¿Qué implica? ¿Qué demanda? En este contexto, es fundamental comprendernos a nosotros mismos como seres humanos finitos y limitados, a fin de que, por contraste, podamos entender el propósito que tiene Dios al enseñarnos a comunicarnos con él mediante la oración.

Si la oración no responde a las necesidades reales del ser humano, y si no es expresada con un sentimiento equilibrado, como en el caso del drama que mencioné, a la postre puede convertirse en causa de frustración y rechazo de Dios.

El carácter de Dios

Al identificarse ante Moisés, Dios se presenta como «fuerte, misericordioso y piadoso» (Éxo. 34: 6). Isaías dice de él que es «santo» (Isa. 6: 3). Y Juan señala que «es amor» (1 Juan 4: 8). En otras palabras, la esencia divina se resume en el amor. Dios se ocupa de los hombres al precio de darse a sí mismo por nosotros (véase Juan 3: 16). Nos muestra su amor en el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús (véase Rom. 5: 8), quien es la máxima revelación a sus hijos (véase Heb. 1: 2).

Sin embargo, con frecuencia olvidamos que Dios nos mira desde la eternidad y para la eternidad. Para Dios, lo más importante no es nuestro presente como tiempo finito, sino la proyección trascendente que el momento actual pueda tener para nuestra redención futura. Vivimos como en un laberinto sin conocer claramente la salida; en cambio, Dios no solo conoce el camino (véase Juan 14: 6) sino que hace lo posible para que nuestro peregrinar llegue a feliz término.

La voluntad divina

Penetrar en los misterios del actuar divino es una tarea inescrutable (véase Rom. 11: 33-35), es como intentar que todos los océanos entren en un vaso de cristal. Lo absoluto no cabe en lo limitado; esa es una verdad matemática.

¿Cuál es la voluntad divina? Pues simplemente que nos salvemos. A menudo nos complicamos con una serie de interrogantes queriendo que Dios nos dé respuestas exactas para nuestras perplejidades y, sin embargo, todo lo que necesitamos saber de Dios él ya lo ha dicho. Quiere que nos salvemos, y todo lo que permite o provoca en nosotros tiene como único fin que dicho objetivo se cumpla.

Para aceptar esto debemos creer. Si no lo aceptamos por fe, todo la acción divina nos parecerá locura, puesto que «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1 Cor. 2: 14).

Además de creer, debemos dar un siguiente paso: renunciar. Sin renuncia incondicional no podemos seguir al Señor adecuadamente (véase Mat. 16: 24). Si hemos aceptado convertirnos en siervos de Dios (véase Rom. 6: 17, 18), debemos dejar que él obre de acuerdo con su voluntad (véase Mat. 6: 10), entendiendo que siempre querrá y hará por nosotros lo mejor (véase Sal. 37: 5).

La naturaleza humana

En contraste con Dios, los seres humanos somos fácilmente contaminables por el mal. Cada aspecto de nuestro ser está manchado por el pecado (véase Rom. 7; Jer. 13: 23; Sal. 51: 5). Nuestra voluntad también está caída. Todo lo que hacemos tiende inevitablemente a alejarnos de Dios (véase Rom. 3: 12). Sin quererlo,

esta realidad muestra que muchas veces las oraciones son una mera exhibición de las limitaciones y del pecado que mora en nosotros. Nuestra vida tiene esperanza solo en sujeción a la voluntad total de Dios (véase Rom. 6: 16 y siguientes).

Teniendo esto en mente: ¿Qué es la oración?

Digamos primero qué no es:

1. Una lista de peticiones. "La plegaria no es una cuestión de presentarle a Dios nuestra lista de peticiones para que él lo satisfaga. La plegaria es primero y ante todo la experiencia de estar en presencia de Dios".[1]

2. Una manipulación de la voluntad de Dios. Todo intento de manejar el plan de acción de Dios no es oración, sino magia. La superchería funciona sobre el supuesto de que el hombre puede controlar a la Divinidad. Elena White afirma que "pretender que la oración sea contestada siempre en la forma que la deseamos y por la cosa particular que solicitamos, es presunción".[2]

Qué es:

1. Es adoración. La oración es un reconocimiento explícito de quién es Dios. En la oración reconocemos la grandeza divina.

2. Es un acto de confidencia, como abrir el corazón a un amigo para contarle nuestras perplejidades, no porque él las desconozca, sino porque nos hace bien saber que alguien nos escucha.

3. Es un acto de humillación que nos da la oportunidad de reconocer nuestra incapacidad en relación a su poder.

4. Es reconciliación al confesar nuestras faltas (véase Sal. 32).

5. Es pedir el Espíritu Santo para que obre en nosotros y nos dé consuelo, verdad, amor, paciencia, gozo, bondad, mansedumbre (véase Juan 14, 16 y Gál. 5: 22, 23).

6. Es pedir de acuerdo a su voluntad. Juan 15: 7 dice: "Pedid todo lo que queréis y os será hecho". ¡Aleluya!, exclamamos. Sin embargo, nos olvidamos del contexto. Inmediatamente antes de esta declaración, Jesús puso una condición: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros", entonces, y solo entonces, podremos pedir, porque todo lo que pidamos estará conforme a la voluntad divina.

Dios tiene demasiado respeto por el ser humano como para intentar controlarnos mediante las situaciones críticas que nos toca vivir. Lo más sabio es confiar en él incondicionalmente. Dios desea nuestra salvación y nunca nos manipulará para tal efecto, siempre procurará que vayamos a él en busca de las mejores opciones y él hará lo mejor... si se lo permitimos, nunca de otra forma.
 

Referencias:

1. Harold Kushner, ¿Quién necesita a Dios? (Buenos Aires: Emecé, 1990), 153.

2. Elena G. de White, El camino a Cristo (Fénix, AR.: Inspiration Books, 1979), 69.

Comentarios

  1. Que bueno es tener comunicación con usted almenos a través de este medio, querido Pastor usted es muy querido y apreciado aqui en Perú pero sé que ya no está aquí, que pena realmente, pero quiero decirle que deseo que Dios siga guiando su vida, la labor que ud. realiza es una bendición para todos nosotros que escuchamos y leemos sus palabras, palabras que nos hacen comprender más a nuestro Dios. Que Dios lo bendiga Pastor a usted y su linda familia y que siempre pueda recordar que aquí en perú lo queremos bastante.

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  2. Alegria al saber de una nueva obra suya. Cuanto me hace acordar a una ilustracion que tambien paso con un compañero de Teologia su introduccion. Saludos para usted.
    Pablo Brachetti.

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  3. Qué cierto es, pero me es difícil decir "Amén Señor" desde mi humanidad enferma.

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  4. Celeste, siempre es dificil decir "amen", aunque no se esté enfermo, porque siempre cuesta confiar... Espero que confíes pese a lo que te ocurra, al final, la enfermedad no es resultado de la acción de Dios. Espero de verdad que tu fe no desfallezca y puedas estar en paz, pese a cualquier circunstancia difícil.

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  5. Mil gracias, debo contarles a todos que tengo al médico de los médicos que es El Señor y que sin duda, está obrando milagros en mi cuerpo y por sobre todo, en mi corazón. De todas maneras, se agradecen las oraciones.

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