Augurios de un nuevo milenio

Nota aclaratoria: Escribí este artículo hace diez años, a pedido de la entonces revista Vida Feliz, el año 1999, fue publicado en diciembre de ese año, como una preparación para el nuevo siglo. Hoy lo leí, y me pareció que los conceptos que en ese momento expresé, siguen plenamente vigentes, juzguen ustedes.



“Hemos fracasado sobre los bancos de arena del racionalismo demos un paso atrás y volvamos a tocar la roca abrupta del misterio”. (Urs von Balthasar)[1]

El nuevo milenio nos sorprende a cuestas con una gama enorme de significaciones. Uno de los recurrentes conceptos de este último tiempo tiene relación con la “postmodernidad”, una expresión de múltiples significados, por mucho que los filósofos de fines de este siglo se hayan esforzado por darle un sentido coherente, sigue, con ironía sintomática, digna de posmodernidad, siendo una expresión propia de los tiempos: difusa.

Se respira en el ambiente intelectual en todas sus vertientes ideológicas una melancolía que tiene vizos de ser parte de un solo proceso: Se nos viene encima un nuevo milenio, la pregunta que flota en el aire es ¿qué hemos hecho hasta aquí? ¿qué haremos con lo que viene?
Jean Francois Lyotard sostiene que el posmodernismo no es el fin del modernismo sino su estado naciente, y dicho estado es permanente y constante.[2] Hay en la mente posmoderna entonces, una búsqueda de lo imposible, una constante ansiedad por
presentaciones nuevas, no para gozar de ellas sino para hacer sentir que hay algo que es impresentable.[3] 
Un afán por lo novedoso, no por la aspiración moderna de conocer, sino por la ambición post-moderna de la novedad por la novedad misma.

Otros autores como G. Vattimo en cambio, señalan que el signo distintivo de la modernidad fue la búsqueda del progreso y hoy, simplemente, el hombre postmoderno vive en una sociedad de la comunicación generalizada donde los medios de comunicación han conformado la sociedad dándole un marco referencial completamente distinto a todo lo conocido.[4]

Las características esenciales de la postmodernidad son la fragmentación, la discontinuidad y lo caótico. Desde esa perspectiva, no es de extrañar la aprehensión del humano actual frente a un nuevo siglo con todo su avispero de premoniciones y expectativas apocalípticas.

Hay hoy una nostalgia inherente en todo nuestro entorno. Un nihilismo moral y ético que ralla en la locura. Una crisis de paradigmas donde los viejos modelos no sólo son criticados sino desechados y donde lo más caótico es que las propuestas de paradigmas de reemplazo no son claras o visibles. Una verdad que ha dejado de ser una utopía de filósofos y teólogos, y se ha empantanado en el pluralismo del “vale cualquier verdad posible”. Una vivencia del tiempo que es la fugacidad misma caracterizada por la respuesta típica del joven de hoy:

-¿Cómo estás?

-¡Pasándola!

Un regreso a la metafísica cuyo rasgo más característico es la búsqueda de lo sagrado y lo oculto. Una celebración de lo diverso en todo ámbito.

Crisis y valores

Hoy vivimos lo que Enrique Rojas ha definido como el “hombre light”[5], un ser humano que vive marcado por el hedonismo y la permisividad, afanado por la diversión, ansioso y consumista, indiferente y de espaldas a la muerte.[6] Cuando la ética es “light”, entonces se llega a lo que Friedrich Nietzsche, llamó "la llegada de nihilismo"[7], es decir, una época cuando "los valores supremos pierden validez".[8]

El producto más evidente de la postmodernidad es la ética hedonista. La invitación más patente hoy es la búsqueda incesante del pluralismo ético. El antiguo eudemonismo griego fue superado por una ética del placer y la fugacidad de la diversión.

De allí que teólogos de la talla de Hans Küng vengan proponiendo en este contexto de superación de la modernidad, una ética global.[9] Hoy nos enfrentamos a problemas que involucran a toda la humanidad: colapso ecológico, hambre, guerra, terrorismo, enfermedades pestilentes que, al parecer, siguiendo la lógica de Küng, requieren de principios éticos globales.

El mercado como religión

Hoy asistimos a la globalización de la economía que ha hecho surgir, lo que J.J. Tamayo, siguiendo al teólogo Leonardo Boff, llama “la religión del mercantilismo”.[10] Una nueva religión que se caracteriza por tener como dogma básico el poder del dinero, sacramentando los productos comerciales, haciendo de los bancos verdaderos templos y convirtiendo a economistas y financistas internacionales en los verdaderos guías o gurus de la sociedad actual.

El fruto de este culto al mercado es la ética de la competitividad voraz que sustituye completamente la ética de la abnegación y el sacrificio, propios del discurso cristiano. En este contexto, sólo el capital tiene características divinas. Hoy Jesucristo, caminando por nuestras calles, sería un loco alienado.


Expectativas y ensoñaciones

Ernesto Sábato, en su último libro ha declarado con aire de profeta: 
Náufrago en las tinieblas, el hombre avanza hacia el próximo milenio con la incertidumbre de  quien avizora un abismo.[11]
Del mismo modo E.M. Cioran, otro de los visionarios de nuestro tiempo ha escrito: 
Codo a codo con los que se dicen hombre, hombro con hombro con los espectros de ideales carcomidos, varado en medio de decepciones tendidas como ropa sucia, la vida se vuelve un arroyo de resignación, el devenir es una cósmica hediondez atenuada por lo ridículo. ¿Quién mató el futuro de un pueblo sin pasado?.[12] 
Cómo no creerles ante el espectáculo que nos ofrece hoy nuestra realidad. 

¿Qué salida viable tenemos hoy? 


Sábato concluye con una certeza que ha servido de acícate a múltiples generaciones:
El hombre sólo cabe en la utopía”.[13] 
La historia demuestra lo que Cioran -el filósofo del pesimismo- ha dicho con claridad meridiana: 
Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad del Absoluto, que sobrevivirá a la destrucción de los templos, así como también a la desaparición de la religión sobre la tierra.[14] 
Es imperioso volver a rescatar el sentido de lo sublime. Volver al Dios verdadero, no el de las metáforas tipo New Age que sólo lo esconden. Volver a la religión verdadera esa que no nos llena de doctrinas sin razón y pensamiento, sino aquella que nos da una forma nueva de mirar el mundo. Una religión que no necesariamente cambie los hechos de nuestro entorno pero que 
sí puede cambiar el modo en que vemos esos hechos, y eso solo puede significar una verdadera diferencia.[15] 
Es necesario volver a reencontrarnos con la naturaleza para ver en ella no sólo fines utilitaristas para no quedarnos con la tragedia de un hombre no sorprendido, uno que simplemente va recorriendo el mundo en aras de la utilidad y el placer. Esto último irónicamente reflejado en el relato de Saúl Bellow “El Niño y la Luna”: 

“Erase que se era un niño que caminaba con su padre en una ciudad de rascacielos. Era de noche. Repentinamente el niño alzó la vista y vislumbró la presencia de un objeto extraño, una cosa redonda y brillante en el cielo. 

Era la luna. El no la había visto nunca. En consecuencia preguntó a su padre. 

-Papá, eso ¿a qué le hace propaganda?”.[16] 

Triste. No sin razón sostiene Barylko que “el hombre interior está eclipsado”.[17] Es preciso recuperar aquella luz del origen. Es necesario que Dios diga nuevamente “sea la luz”, para que el hombre de fin de siglo se reencuentre con lo perdido, el sentido de su ser más profundo, de esa esencia de ser que sólo se encuentra en la convicción de saber que la vida humana no avanza en la soledad del universo, sino al amparo de la providencia, y eso, aunque el caos, el pesimismo y la desidia de pronto encubran su mano y su voz guiándonos. 

Digamos a modo de paráfrasis que “no tenemos nada que temer del próximo milenio y de sus profetas del augurio tenebroso, a menos que olvidemos al Dios que hemos tenido en el pasado y nos ha acompañado hasta aquí. Nada que temer a menos que dejemos a un lado la esperanza que nos mantiene erguidos frente al abismo de anuncios apocalípticos”.



Referencias

[1] Citado por Ernesto Sábato, Antes del fin (Buenos Aires: Seix Barral, 1998), 201.
[2] J. Francois Lyotard, La Postmodernidad: Explicada a los niños (Barcelona: Gedisa, 1992), 23, 25.
[3] Ibid.
[4] G. Vattimo y otros, En torno a la postmodernidad (Barcelona: Anthropos, 1990), 9.
[5] Enrique Rojas, El hombre light: una vida sin valores (Santiago: Editorial Planeta Chilena, 1995).
[6] Ibid.
[7] Friedrich Nietzsche, Voluntad de poderío (Madrid: Edaf, 1981), 29.
[8] Ibid., 33.
[9] Hans Küng, Proyecto de una ética mundial (Madrid: Trotta, 1993). Cf. René Smith. “El proyecto de una ética mundial como riesgo pedagógico”, en: Christ in the Classroom: Adventist Approaches to the Integration of Faith and Learning. Humberto Rasi, editor. (Silver Spring, MD: Institute for Christian Teaching, 1998): 259-272.
[10] Juan José Tamayo, Presente y futuro de la Teología de la Liberación (Madrid: San Pablo, 1994), 121-122.
[11] Sábato, Antes del fin, 115.
[12] E. M. Cioran, Breviario de los vencidos (Barcelona: Tusquets Editores, 1998), 86-87.
[13] Sábato, Antes del fin, 214.
[14] Citado por Ibid., 154.
[15] Harold Kushner, ¿Quién necesita a Dios? (Buenos Aires: Emecé Editores, 1990), 25.
[16] Citado por Jaime Barylko, El arte de vivir (Buenos Aires: Editorial Bonum, 1999), 211.
[17] Ibid., 212.

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