Sin perder perspectiva

Jesús no vino a fundar un partido político, como algunos de sus seguidores parecen creer.

No fundó una organización multinacional multimillonaria, como lo son algunas de las corporaciones que se supone que le representan.

No vino en busca de adeptos ni de prosélitos, tampoco buscaba seguidores, no era ese su fin, como parecen haber olvidado algunos en la actualidad.

Vino vestido de manera sencilla, sin ostentación, ni exhibición de riqueza, muy diferente a lo que muestran algunos de sus seguidores.

No vino a formar una organización jerárquica de plebeyos y lacayos, gobernados por una cúspide de iluminados, como algunos parecen no entender.



No conformó una sociedad secreta guiada por oscuros propósitos de dominación mundial, no pretendía nada que se le pareciera.

No buscó a líderes para gobernar a otros, ni para ser guardianes de las conciencias ajenas, ni inquisidores de la conducta humana.

No tuvo donde recostar su cabeza y no se le conoció posesión más valiosa que su propia misión, a diferencia de quienes olvidaron su legado.

Se rodeó de prostitutas, enfermos, despreciados y murió entre dos ladrones, fiel a la misión que tenía. ¡Cuán lejos de algunos que se consideran sus seguidores!

No vino a encerrarse entre cuatro paredes para auto alabarse ni autoproclamarse justo, sino que caminó en las callejuelas polvorientas y los caminos de los despreciados.

Su palabra no estuvo inundada de vocablos efectistas, historias almibaradas, ni quiso alabar la vanidad de nadie, habló claro, directo, sin ambigüedades y eso provocó el desprecio de los expertos en oratoria de su tiempo y los políticos de la religión.

No visitó a los políticos, ni religiosos, ni comerciantes, fue a la casa de los despreciados, de los arrepentidos, al hogar de quienes habían perdido toda esperanza.

Vivió con su conciencia en paz, fiel a sí mismo, coherente con la misión que tenía, comprometido con la verdad sin temer al político de turno ni al religioso que tenía poder.

Nunca forzó la conciencia de nadie, ni apabulló la opinión de otros, ni fue indiferente a la libertad de opinión. Simplemente respetó a todos, incluso a sus enemigos.


No realizó cruzadas para ridiculizar ni maltratar a quienes se le oponían, simplemente dijo: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”.

No buscó honores de este mundo, ni siquiera quiso impresionar de manera alguna, sólo mostró sencillez y un sentido de coherencia que nunca ha tenido parangón.

No habló con orgullo, arrogancia, pedantería ni fue altanero de ningún modo, supo desde siempre que la verdad no se dice a gritos ni con gruñidos, sólo con el susurro de la autoridad que tiene el saberse con certeza.
No buscó venganza en ninguno de sus actos, sólo fue honesto, amable, y cortés, aún con sus enemigos.

No nació en cuna de oro, sino en una cueva rodeado de animales, pero lo hizo en paz, tranquilo, sin deberle nada a nadie.

El primer sonido que escuchó fue el de las aves y los animales, pero allí en el silencio del pesebre mostró más dignidad que toda la pompa de los religiosos de todos los tiempos.

Nació y la historia se dividió en dos partes. Nunca la historia humana volvió a ser igual. Él cambió todo. Transformó el devenir en esperanza.
No nació un 25 de diciembre, pero nació y eso es más importante que cualquier fecha. Su presencia marcó la vida de todos los que quieren entender que su existencia es lo más extraordinario en la historia humana.

Su nombre ha sido pronunciado por los maltratados, los torturados, los violentados, los perseguidos, los pobres, los despreciados, los errantes de este mundo, los que han caído bajo el fuego del mal, ninguno ha temido decir Jesús, porque sólo él encarna la esperanza.

Vino a dar esperanza y a otorgársela a quienes creen en su nombre. Vino a mostrar el camino y a dejar estelas de luz que iluminan el paso de los cansados de este mundo. Vino a ser la luz al final del túnel.

No vino a condenar, sino a redimir. No buscó maltratar sino salvar. No quiso acusar sino abrazar a quienes quisieran aceptarlo.

No construyó catedrales a la vanidad ni jerarquías para la arrogancia, buscó sólo personas que creyeran en su misión.

No ofreció presentes para halagar a los poderosos de este mundo, entregó su vida y vertió su sangre, nadie puede igualar dicho gesto.

En la navidad celebramos su presencia, su sencillez, su sacrificio, su amor, su esperanza, su alimento, su redención… En navidad recordamos que él simplemente es el que da sentido a todo.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.



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