El derecho a ser feliz

Dentro de algunas semanas un amigo se va a casar. No es cualquier amigo, es un anciano, enviudó hace varios años, lo aprecio mucho, fue muy importante en un momento de mi vida. No es su primer matrimonio, de hecho, será el tercero. Después de la muerte de su esposa, se casó, pero, no le fue bien, al contrario, tuvo una gran decepción de la cual no suele hablar por el dolor que le causa. El otro día una persona poco sabia y con una empatía del porte de una hormiga dijo a modo de protesta: ―Supongo que no pretenderá casarse con bombos y platillos ni hará una fiesta. Otra persona respondió: ―¿Por qué no? ¿Acaso ha hecho algo malo? ¿No tiene derecho? Esta conversación ha motivado mi reflexión de hoy. De hecho, me hace pensar en la falta de empatía frente a las vivencias de otros. ¿Qué derecho tenemos a erguirnos en jueces de otros? ¿Qué nos impulsa a juzgar los motivos y las intenciones de otros?