El Manual de Mefistófeles


C. S. Lewis, el legendario escritor inglés escribió un satírico pero profundo libro titulado Cartas del diablo a su sobrino (Madrid: Ediciones Rialp, 2004). Con el típico humor inglés sarcástico e incisivo, el libro va mostrando los consejos que el diablo le da a su sobrino, un aspirante a diablo… El libro deja una profunda reflexión, es preciso entender las artimañas de quien es alguien que hay que conocer, no para imitarlo sino para comprender su forma de proceder.

No hablo nunca del diablo, porque se ha convertido en la piedra de toque de la ignorancia y del fanatismo. De la ignorancia porque mucha gente culpa al diablo de las tonterías más insignificantes o de los acontecimientos más trascedentes, sin darse el tiempo para pensar en su propia responsabilidad. Y del fanatismo, la otra cara de la ignorancia, no menos dañina que sataniza todo y a todos, con el fin de que alguna idea previa tenga éxito y se permitan ciertas actitudes y normas y demases… de hecho, sé con certeza que algunas personas que conozco, son hijos predilectos del diablo, no hay que engañarse, creer que todo humano está libre de la influencia de Mefistófeles sólo porque dice que es cristiano, es por decirlo de una manera suave, simplemente ingenuidad naif.

En la segunda carta, el diablo le dice a su sobrino:
La misma Iglesia es uno de nuestros grandes aliados (p. 28). 
Invita a que el sobrino no le permita a su “paciente” (que es un cristiano converso) que se dedique a pensar en la idea del “cuerpo de Cristo”. Que simplemente se concentre en lo banal, cuestiones sin peso, como el tipo de ropa que llevan los que van a la iglesia o en la música que se entona, que no llegue a su conciencia la banalidad de todas estas preocupaciones, y entonces, agrega:
Mantén sus ideas vagas y confusas, y tendrás toda la eternidad para divertirte, provocando en él esa peculiar lucidez que proporciona el Infierno (p. 29).


El consejo es simplemente genial, pero para los efectos de la iglesia, destructivo y maligno. Muchos de los problemas que enfrentamos en la iglesia tienen que ver con “ideas vagas y confusas”. No lo podría haber dicho mejor.

El otro día le escuché a alguien decir: “La música que Dios prefiere”, y pensé para mi mismo: “¿Habrá recibido alguna partitura de un ángel? ¿Tendrá algún teléfono directo al cielo como el teléfono rojo que dicen que tienen los embajadores directamente en comunicación con su presidente? ¿Será que antes de cantar una canción o interpretar una pieza, viene un ángel con un mensaje directo y le dice: “Esta sí, esta no”…? Perdónenme, pero esa frase: “La música que Dios prefiere”, me parece cada vez más a frase dicha por un charlatán de feria, de esos que con la verborrea persuaden, pero con los argumentos, simplemente no pueden. Esa es una de esas ideas que el diablo promociona, y que finalmente, son fruto de ideas vagas y confusas, nacidas en la arrogancia y el orgullo.

En la carta 3, el diablo le aconseja a su sobrino:
Mantén su atención centrada en la vida interior. Cree que su conversión es algo que está dentro de él… mantén su pensamiento lejos de las obligaciones más elementales, dirigiéndola hacia las más elevadas y espirituales (p. 32).  
Luego en el mismo tenor agrega, en relación a la oración del paciente por su madre:
Asegúrate que sus oraciones sean siempre muy espirituales, de que siempre se preocupe por el estado de su alma y nunca por su reuma (p. 33). 
El consejo termina con una anécdota del diablo que dice:
He tenido pacientes tan bien controlados que, en un instante, podía hacerles pasar de pedir apasionadamente por el ‘alma’ de su esposa o de su hijo a pegar e insultar a la esposa o al hijo de verdad, sin el menor escrúpulo (p. 33).
¡Qué buen consejo! El diablo no se las anda con chicas, sabe bien qué resulta y qué no. Con los años, y ya pasando la cuesta de los 50, he desarrollado una sospecha visceral por todo lo que suene a “espiritual” desconectado de la realidad. Cada vez que veo a alguien “espiritual” que le importa un pepino lo que le suceda a su “hermano” que está a su lado, sé que estoy ante la presencia de un discípulo fiel de Mefistófeles. Como esa persona supuestamente “espiritual”, que va todas las semanas a la iglesia, que no se pierde reunión, que da estudios bíblicos, que tiene hasta cara de “espiritual” (esos que no sonríen nunca porque sienten que es pecado), pero a la vez, insulta con los peores epítetos a su ex esposo (el pobre tuvo que irse porque la “espiritualidad” de ella, simplemente lo estaba literalmente matando), miente descaradamente, falsifica documentos legales, utiliza a su hija para que robe documentos legales en un juzgado, soborna y paga coimas a abogados para que mientan por ella, etc. Cuando él la llama no por su nombre sino que le dice 666, se queda, simplemente corto, ella ha seguido fielmente los consejos del diablo a su sobrino. Otro “espiritual”, experto en profecías (según él), que da rimbombantes conferencias donde él tiene la última palabra y nadie sabe más que él, pero esconde o niega (no sé que es peor) que su hija lo ha demandado por acoso psicológico y violencia verbal, que maltrata a todo el que no comparta sus ideas, que no duda en difamar, mentir y torcer la verdad con tal de lograr sus propósitos. Es “espiritualmente maligno”, y ya ni siquiera lo disimula.

Los “espirituales” que oran por la “vida espiritual” de otros, pero que les importa un rábano si esos otros tienen hambre, sed o necesitan un abrazo, son acólitos del averno, infiltrados de Mefistófeles, encargados de llenar la cabeza de otros “de espiritualidades”, para alejarlos de la vida real, del día a día, de la oración en acción, del cristianismo que se expresa en “partir el pan con el hambriento” o en “abrazar a tu hermano”.

La “espiritualidad” desligada de la vida práctica, es simplemente un teatro, una fantasía que alimenta de pajaritos la mente de quienes viven contentos consigo mismos “orando por la vida espiritual de otros”, sin salir de la comodidad de sus rodillas, ni levantarse para dar un paso para abrazar al doliente que está sufriendo o para partir su pan con el hambriento que está padeciendo. Jesús lo dice claramente cuando separe a los salvos de los perdidos, a los salvados les dirá:
Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron (Mt. 25:35-36). 
No dice Jesús: “Porque hicieron largas oraciones por sus hermanos para que Dios los alimentara y les diera de beber, mientras engullían tranquilamente sus suculentos manjares; porque se reunieron para orar por los encarcelados, pero nunca fueron a visitar a ninguno; porque cuando llegó el forastero a pedir alojamiento le dieron una palmada y le dijeron: “ten fe, ora, confía en Dios”, y luego cerraron la puerta y se fueron a dormir cómodamente en su cama provista por Mefistófeles; porque se “preocuparon” por los enfermos, pero no los visitaron para no contagiarse, ni lo atendieron porque “al final, de algo hay que morirse”.

Basta por hoy. Supongo que ya captaron el mensaje. Otro día meditaré más sobre los consejos del diablo a su sobrino que siguen siendo tan certeros y ciertos, como el día en que el genial C. S. Lewis, se le ocurrió ponerlos por escrito.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

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