Las palabras que nos condicionan

El lenguaje no sólo es un mecanismo de transmisión de ideas, es también el mayor condicionante que existe. Por vocablos, insulsos o carentes de sentido la gente es capaz de golpear y aún de matar. Nunca hay que minimizar el efecto que las palabras tienen sobre las mentes y emociones de las personas.

En las iglesias suelen utilizarse expresiones, que aparentemente, están libres de cargas emotivas o desligadas de ignorancias y prejuicios, sin embargo, no es así. Dos de ellas en especial son contaminantes para el verdadero sentido de la misión cristiana: “Clero” y “laico”.

Laico

La expresión laos que da origen a la palabra laico es usada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento para referirse al pueblo elegido de Dios y en ningún caso para separar a un determinado grupo de personas de otra, en este sentido, “los ministros también son laicos”.[1]  Es decir, cada creyente es un ministro del pueblo de Dios.  Y en este sentido vale la frase de T.  W.  Manson que sostiene que cada creyente de la iglesia es una “continuación del ministerio Mesianico”.[2]  O como dice Elena de White, “Cristo está retratándose en cada discípulo”.[3]

La historia de esta separación tiene raíces históricas, políticas, religiosas y sociales. Está ligada fundamentalmente a una comprensión sesgada de Dios y de la naturaleza humana y asociada en gran medida a la interpretación griega de la realidad, línea de pensamiento que ha desarrollado fundamentalmente la Iglesia Católica Romana.

Si esto no se entiende cabalmente seguirá pasando lo que dice Edwards, en el sentido que hemos desarrollado un “cristianismo de espectadores en el cual pocos hablan y muchos escuchan”.[4]  Toda vez que la división laico—clérigo tiene un “efecto paralizante en el laico que no asume su rol en el ministerio”.[5]

Gotfried Oosterwal ha definido exactamente qué es un miembro de iglesia, tomando como referencia el principio bíblico del sacerdocio universal de todo creyente. 
Por virtud del bautismo, en principio, todo miembro participa de la misma manera en la sucesión apostólica (autoridad en el sacerdocio), en el ministerio, en la adoración, en la misión, y en el carisma (dones) de la iglesia.[6] 
En este sentido, el maestro o el predicador o el pastor, son en primer lugar “un miembro del pueblo y secundariamente un especialista”.[7]

Clero

La expresión clero deriva de la palabra griega kleroj. Algunos sostiene que dicha expresión significa fortuna y señalaría a quienes tienen la “fortuna” de ser los herederos de la misión de Cristo en la tierra. Sin embargo, en ninguna parte de la Biblia se utiliza dicha expresión y menos con ese sentido.

La implicación sesgada es que hay algunos que reciben la “misión” y otros son espectadores. En las iglesias protestantes y evangélicas no se utiliza la palabra, sin embargo, el mismo sentido se asigna al pastorado, como un grupo separado del pueblo. En ese sentido, se introduce un error de concepto con consecuencias nefastas para el cumplimiento de la misión de la iglesia.

Cuando los ministros hablan en términos de “nosotros los pastores” y ellos “los laicos”, no están pensando bíblicamente, sino con nomenclaturas de origen pagano y que se introdujo en el catolicismo a partir de la interpretación errónea que hizo Agustín de Hipona de la eclesiología.

Agustín, el filósofo cristiano que hizo una mezcla entre pensamiento bíblico y griego, pensó que la iglesia está compuesta por dos entes separados entre si: El alma y el cuerpo. El alma es superior al cuerpo, por lo tanto el alma estaría representada por los clérigos y el cuerpo, por el resto de la iglesia. Hay en su origen un sentido errado que introduce una noción dualista en la forma de interpretar la eclesiología bíblica.

Eso implica una división, señalando que en el “pueblo de Dios”, hay categorías. Cristianos de primera categoría (el clero, el pastorado, el sacerdocio, los ministros), y cristianos de segunda categoría (los laicos, los miembros no ordenados, los que no pertenecen al ministerio). Toda vez que se utiliza esta división se está ante una grave interpretación del verdadero sentido de la misión.

Implicaciones del uso de la expresión laico

Al pensar que hay un grupo que es superior y otro inferior, entonces, siguiendo la lógica que sostiene el historiador Philip Schaff, entonces se crea una jerarquía, que no creó Cristo, y que “asigna al laico una posición de obediencia pasiva”,[8] o en palabras del teólogo católico Yves Congar, los laicos son “los pasajeros de un navío maniobrado únicamente por el clero”.[9] En ambos casos, se hace una distinción que no es bíblica asignando a un grupo una jerarquía superior sobre otro, lo que no es un concepto que surja de la Biblia sino de la tradición de origen pagano que se introdujo al cristianismo en la Edad Media.

Eso crea una elite separada que divide al laos, es decir, al pueblo de Dios. Históricamente lo que ha ocurrido con esta división es que los laicos no tienen voz ni participación en las decisiones del clero que son ―como señala Schaff― “los que enseñan y dirigen la iglesia”, sólo ellos constituyen el sínodo que administra y “tienen el poder exclusivo de legislación y administración”.[10] En la práctica eso significa que “los laicos no tienen voz en materias espirituales” y en otra época, nos recuerda Schaff “no podían leer la Biblia sin el permiso del sacerdote, quien tenía las llaves del cielo y del infierno”.[11] Este exceso se ha eliminado en la mayoría de las congregaciones protestantes y evangélicas, no obstante, aún hay algunos “ministros” que sugieren a veces de manera sutil y otras de forma explícita, que son ellos los únicos llamados a interpretar correctamente la Escritura.

La diferencia entre un grupo “consagrado” y otro “no consagrado”, forma una división que produce más males que bienes, y transgrede el principio bíblico de la igualdad de todos ante el Señor.

El pueblo de Dios

Dada la forma en que se utiliza la expresión “laico” se termina anulando el concepto de Pedro del “sacerdocio universal de todos los creyentes”, es decir, un pueblo formado por un “pueblo santo” que es la vez “real sacerdocio”. Pedro le dice a toda la iglesia, sin hacer distinción de ningún tipo: 
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).
Si se sigue la lógica de Pedro, entonces:
  •  Todos somos linaje escogido, no hay unos “más escogidos que otros”.
  •  Todos somos real sacerdocio, no necesitamos un intercesor humano, cada uno puede interceder por sí mismo ante Dios.
  •  Todos somos una nación santa. No hay unos que son más santos que otros.
  •  Todos somos un pueblo (laos) que pertenece a Dios. En otras palabras, todos somos laicos, llamados a una sola misión.
  • Todos llamados a proclamar “las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
Cuando se divide entre “laicos” y “clero”, entonces, se producen excesos que atentan contra la libertad cristiana, la sana conciencia y la comprensión individual de la fe. Nunca, en ninguna parte, Jesús llamó a un grupo de la iglesia a ocupar un lugar superior en relación a otros, al contrario, dijo con toda claridad:
Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:25-28).
Lo mismo se repite en Marcos 10: 42-44.

El peligro del poder

Cuando se malentiende el rol del pastor, y se lo confunde con una situación de jerarquía, entonces, lo único que se logra es corrupción pastoral o por decirlo más claramente, una distorsión maquiavélica y maligna del verdadero propósito del pastorado, que es servir, no ser servido.

Pedro, por inspiración divina y previendo que podría ocurrir esto dice con toda claridad a los que tiene el don del pastorado: 
Cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo, no por obligación ni por ambición de dinero, sino con afán de servir, como Dios quiere.  No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño (1 Pedro 5:2-3).
El pastorado es un don, pero no es superior a otros dones que la Biblia presenta. No hay jerarquización de dones en la Biblia, todos tienen el mismo rango, todos al servicio del cuerpo de Cristo, sin distinción y sin creer que un don es más consagrado que otros, de hecho, en ninguna parte de la Escritura se señala una idea así, sólo en escritos medievales donde se introduce la jerarquización pastoral.

El apóstol Pablo es claro en sostener: 
Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos. Pero a cada uno de nosotros se nos ha dado gracia en la medida en que Cristo ha repartido los dones (Efesios 4:4-6).
 Y los dones tienen un solo objetivo:
Capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo (Efesios 4:12).
En ningún caso, separar al pueblo de Dios en una élite que dirije, piensa y manda al resto de la iglesia, dicho concepto, nacido en el orgullo medieval, no se sustenta bíblicamente.

Aún autores católicos como Congar afirman sobre “el peligro de separar excesivamente al pueblo
fiel, privado de todo poder en el dominio religioso, y el clero”.[12] Obviamente que es peligroso que el pueblo de Dios pierda unidad y se fortalezca una parte de la comunidad cristiana en desmedro de otra.

Por eso mismo, y tomando las palabras de Congar, sacerdote y teólogo católico: 
Todo cristiano está llamado al apostolado, en sentido amplio; no tiene que esperar, para eso, otra vocación diferente de su misma vocación a la vida cristiana; no tiene que esperar otra misión diferente de la de una vida cristiana vivida en las condiciones concretas de su profesión y de las circunstancias, o de los encuentros de la vida.[13]


Conclusión

Las palabras nos condicionan, por eso es tan importante utilizar las expresiones correctas. Toda vez que usamos la expresión “laico” y la diferenciamos de “pastores, sacerdotes, ministros, misioneros”, estamos introduciendo un concepto de origen pagano, pensado expresamente para inmovilizar al pueblo de Dios.

Dios espera tener un pueblo de actores, no de espectadores. No quiere un grupo que obedezca y otro mande. No hay lugar para una elite que piense por los demás, ese no es el modelo bíblico. Al contrario, la Biblia presenta un pueblo unido en la acción de la proclamación de las buenas nuevas, utilizando las  palabras de Pedro.

No hay diferencias entre unos y otros para Dios, quien no hace “acepción de personas” (Hech. 10:34), o como traduce la Nueva Versión Internacional, para Dios no hay lugar para “favoritismos”.

En ese sentido, todos nosotros, el pueblo de Dios tenemos la misma responsabilidad: Todos estamos llamados a servir al cuerpo de Cristo, de acuerdo al don que tengamos. No hay lugar para jerarquías de ningún tipo.
  • Todos los cristianos están llamados a predicar el evangelio de Cristo (Hechos 8:4).
  • Todos los cristianos han recibido una medida de fe (Romanos 12:3).
  • Todos los cristianos han recibido algún don (1 Pedro 4:10).
  • Todos los cristianos han recibido una tarea (Marcos 13:34).
  • Todas las ramas debieran dar fruto (Juan 15:2).
  • Todos los cristianos han sido receptores de la gracia (Efesios 4:7).
  • Todos los cristianos han recibido talentos que deben administrar (Mateo 25:15).
  • Todos los cristianos están llamados a agradar a sus vecinos para su propio bien (Romanos 15:2).
  • Todos los cristianos son invitados a contribuir al desarrollo del cuerpo según sus capacidades (Hechos 11:29).
  • Todos los cristianos en algún momento quedarán en evidencia en relación a la obra que han realizado (1 Corintios 3:13).
  • Todos los cristianos en algún momento deberán darán cuenta a Dios de sí mismos (Romanos 14:12).[14]
Como señala sabiamente Schaff:
En la iglesia apostólica, el predicar y enseñar no fueron reservados para una clase particular de personas, sino todos los convertidos pudieran proclamar el Evangelio a los incrédulos, y cada cristiano que tenía el don pudiera orar, enseñar o exhortar en la congregación. El Nuevo Testamento no reconoce ninguna aristocracia, o nobilidad, sino llama a todos los creyentes 'santos', aunque muchos no cumplieran su vocación. El Nuevo Testamento tampoco reconoce un sacerdocio especial, sino reconoce un reino universal de creyentes. Este lo hace en un sentido mucho más profundo y extenso que el Antiguo; también, en un sentido de que aún hasta este día no se realiza plenamente. El cuerpo entero de cristianos se llama 'clero' (kleroi), un pueblo particular, una herencia de Dios.[15]
Mientras este concepto no sea entendido, vivido y enseñado, entonces, seguiremos teniendo una iglesia de espectadores y una iglesia de élite que cree que debe mandar a un “pueblo” que debería obedecer, conceptos que no son de extracción bíblica, sino obedecen a un espíritu de orgullo y vanidad que viene de la Edad Media, por algo llamada, la época oscura de la humanidad, de la cual algunos aún no despiertan.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.


[1] Rex Edwards, Every Believer a Minister (Mountain View, CA.: Pacific Press, 1979), 13.
[2] T. W. Manson, The Church’s Ministry (Philadelphia: Westminster Press, 1940). Citado por Ibid., 67.
[3] Elena G. de White, El deseado de todas las gentes (Buenos Aires: ACES, 1978), 767.
[4] Edwards, Every Believer a Minister, 19.
[5] Ibid., 23.
[6] Gottfried Oosterwal, Mission Possible: The Challenge of Mission Today (1972; reimp. Nashville, Tennesse: Southern Publishing Association, 1975), 110.
[7] Ibid., 111.
[8] Philip Schaff, History of the Christian Church: Modern Christianity. The German Reformation (Grand Rapids, MI: Christian Classics Ethereal Library, 1882), 7:18.
[9] Ives Congar, Sacerdocio y laicado (Barcelona: Editorial Estela, 1964), 121.
[10] Schaff, History of the Christian Church, 7:18.
[11] Ibid.
[12] Congar, Sacerdocio y laicado, 309.
[13] Ibid., 19.
[14] Modificada a partir de http://wotruth.com/BOYCEMOUTON/book4-16.htm
[15] Schaff, History of the Christian Church, 2:124.

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