Roger Williams y la libertad de conciencia

Cada vez que se habla de religión surgen las reyertas en relación a lo que cree el otro, y sin dudarlo, algunos expresan pensamientos de intolerancia y exclusión digno de los más temibles inquisidores como Tomás de Torquemada, el célebre inquisidor español que hizo de la tortura y el asesinato un arte.

En dicho contexto, es bueno recordar a un hombre que a veces tendemos a olvidar, pero cuyos pensamientos siguen estando vigentes, y hoy, probablemente mucho más que en décadas pasadas.

En muchos sentidos Roger Williams sentó las bases del sistema jurídico contemporáneo que garantiza la libertad de conciencia y culto para todos los credos e ideas. Williams defendió la necesidad que se
garantice a todos los hombres y en todas las Naciones y países la permisión de todas las conciencias y sus cultos, sean paganos, judíos, turcos o anticristianos” (Roger Williams, El sangriento dogma de la persecución, 1644).[1]

Con estas palabras Williams marca una diferencia con los escritores de su tiempo, pide el mismo derecho para “todos” no sólo para algunos.

La huida por la libertad

Muchos de los primeros colonos de EE.UU. llegaron al Nuevo Mundo huyendo de las persecuciones religiosas que se producían en sus países. Fue una época oscura para los cristianos que pretendían vivir conforme a su conciencia.

El clima que persistía en Europa era de intolerancia. Cada facción religiosa pretendía que prevaleciese su propia ortodoxia religiosa, atacando a todas las demás como erróneas y heréticas. Si el asunto hubiese quedado en las palabras, habrían sido discusiones que se tomarían como alterados religiosos, el dilema es que muchos de los que tenían el poder imponían por las armas, el terror y la violencia su propia perspectiva religiosa. Lo mismo que ocurriría hoy si algunos religiosos radicales tuviesen el poder, no dudarían en imponer sus perspectivas de fe.

En 1660 la Iglesia Anglicana emitió la llamada Restauración que fue en la práctica una serie de leyes que lo único que hacían era legalizar la intolerancia hacia todo aquel que tuviera ideas contrarias a la religión oficial de Inglaterra.

En 1648 se había tratado de encontrar una solución a tanta persecución, muerte y derramamiento de sangre y se promulgó el Tratado de Westfalia, que lo único que hizo fue permitir que cada estado tuviese una religión oficial, pero, en el mismo era perseguido todo aquel que discrepara de lo oficial, lo que en la práctica significó lo mismo, pero con otro nombre.

En dicho contexto salieron los primeros colonos desde Europa en dirección a América. Primero en 1620, tres débiles navíos que llegaron a Plymouth, y en la década de 1630 otros tantos que llegaron directamente desde Inglaterra para fundar ciudades como Boston y Salem.

La ortodoxia del Nuevo Mundo

El problema fue que al llegar a América muchos olvidaron las razones por las cuales habían huido a esta nueva tierra. Muchos creyeron que para obtener el favor de Dios debían conservar la más estricta ortodoxia religiosa. Poco a poco se instaló la intolerancia con la misma fuerza y crueldad de la Europa que habían dejado atrás.

Se comenzó a castigar a los disidentes, a desterrar a quienes tenían ideas contrarias a la mayoría y a encarcelar y ejecutar a quienes proclamaban conceptos opuestos a la ortodoxia. La heterodoxia se calificó como delito. La intolerancia había vuelto en gloria y majestad.

El legado de Williams

Tal como señala la filósofa Martha C. Nussbaum, Williams presenta por primera vez el concepto de 
una paz civil basada en el respeto mutuo entre las personas que difieren en sus compromisos de conciencia”.[2]
Williams buscó conscientemente destacar la importancia de 
encontrar un modo de convivir, apoyado en el respeto mutuo, con las personas que uno cree que están equivocadas”.[3] 
Sus ideas permitieron concluir que cualquier imposición de una ortodoxia a la conciencia de quien fuese, equivaldría a, lo que Williams denominó, “violación del alma”.

Digresión para entender

Una idea tiene el valor de transformar el mundo. Sin embargo, en la época de Williams conceptos que hoy se consideran normales y deseables, eran simplemente tomados como sediciosos y atentatorios contra la comunidad.

La búsqueda interior e íntima de cada persona es uno de los elementos distintivos de la humanidad. Las leyes deben respetar la conciencia individual y las instituciones deben garantizar que nadie sea estigmatizado, rechazado, hostilizado, denigrado ni perseguido por sus ideas. A menos, claro, que dichos conceptos constituyan un atentado contra la vida y los derechos de otros.

Cuando alguien defiende “su verdad” denigrando, excluyendo, motejando, maltratando, violentando, persiguiendo, hostilizando o realizando cualquier acto similar, simplemente, está admitiendo la posibilidad de que en otro contexto, con el poder suficiente, otra persona haga lo mismo con sus ideas y conceptos, y por ende con sus personas. Ninguna verdad, de ningún tipo, ni la más sagrada, vale si para propugnarla se caen en juegos de atropello al derecho de los seres humanos de tener su propia conciencia y creer lo que quiera. En todo esto, el respeto mutuo es lo que prevalece y la equidad. El hacer por otros lo que desearía que hagan por mí.

Imponer la ortodoxia supone suprimir la capacidad de disentir y por ende, el ejercicio del libre pensamiento y la conciencia individual.

En ocasiones, tal como ocurrió antaño, algunos por un genuino interés en alejar a sus feligreses o comunidades del mal y de la “contaminación del mundo”, imponen la ortodoxia como la única vía, olvidando que de esa forma se esclaviza y se termina por anular lo más valioso que aporta el cristianismo: La libertad de conciencia.

Algunos antecedentes biográficos

Las ideas de Williams fueron la base para la formulación del pensamiento de John Locke que difundió las ideas de Williams, hasta llegar a los conceptos que se defienden hoy como fundamentos de la cultura y la convivencia.

Williams nació en Inglaterra en 1603 en una familia de ricos comerciantes. Creció cerca de Londres, en una zona donde a menudo solía quemarse en la hoguera a los disidentes. En 1627 se licenció en la Universidad de Cambridge. Tenía una gran facilidad para los idiomas llegando a dominar latín, griego, hebreo, inglés, francés y holandés. Se ordenó sacerdote de la Iglesia Anglicana y trabajó como capellán de un la casa de Sir William Masham.

En 1630 observó con consternación que se asesinó en la picota a un prominente reformista puritano. Al ver este macabro espectáculo decidió que no había lugar para él en Europa y emigro al Nuevo Mundo, pensando que allí tendría la paz para vivir conforme a su conciencia.

Llegó a la bahía de Massachusetts, donde al comienzo fue recibido con amabilidad, pero al constatar algunas de sus ideas poco a poco se ganó la enemistad de los colonos. Se convirtió en defensor de los indígenas, especialmente con las falsedades que utilizaban los protestantes para apropiarse de sus tierras.

Las autoridades de la colonia a la que había llegado decidieron detenerlo, pero advertido huyó y así da comienzo a la historia de Rhode Island, el lugar donde pudo plasmar sus ideas de respeto a la conciencia individual.

El pensamiento de Williams

Williams fundó sus ideas en algunos conceptos que había adquirido del pensamiento estoico que señalaba que 
todos los seres humanos tienen la misma dignidad en virtud de su capacidad interior de esfuerzo y elección morales, y de que todos los seres humanos, quienquiera que sean y dondequiera que estén, han de ser respetados por igual”.[4]
Lo primero que hizo al establecer la colonia de Rhode Island fue promulgar una ley sobre libertad religiosa, lo que atrajo a muchos que eran perseguidos en otros lugares del Nuevo Mundo. Mucho antes que incluso Inglaterra, en 1652 se promulgó la primera ley en Norteamérica que prohibía la esclavitud.

La idea fundamental de Williams es que todos los seres humanos tienen algo infinitamente valioso que merece ser respetado y en lo cual somos todos básicamente iguales: El derecho a la conciencia individual.

Las facultades morales o espirituales, llámesele “conciencia” o “dignidad humana”, merecen respeto irrestricto. Para que se desarrolle de manera normal y correcta se necesita espacio. En este sentido Williams manifiesta indignación porque 
alguien que habla con tanta ternura en pro de sí mismo tenga, sin embargo, tan poco respeto, clemencia o piedad por las convicciones de conciencia de otros Hombres”.[5] 
Eso implica que cualquier persona que pretenda respeto para sus convicciones, pero coaccione a otros o no respeto las convicciones ajenas, es simplemente una personas inconsistente y contradictoria, por decir lo menos.
Williams habla de “violación del alma” cuando se 
limita a una persona en sus creencias o sus prácticas (siempre que no esté infringiendo las leyes civiles o perjudicando a otros). Sé que es hacer daño a una persona, sea judío o gentil, perseguirle por profesar una doctrina o practicar un tipo de culto estrictamente religioso o espiritual, y que tal persona, cualquiera sea la fe que profesa o el culto que practica, y sea éste verdadero o falso, sufre persecución por su conciencia”.[6]

Conclusión

Cuando muchos cristianos amparados en una errónea defensa de su fe, denostan, motejan, maltratan, excluyen, discriminan, obligan, o aún peor, persiguen o violenta, están, con ese acto anulando los predicamentos de Cristo, el fundador del cristianismo que no persiguió nunca a nadie.

La religión y las creencias asociadas a lo religioso y espiritual, es un acto íntimo personal. Nadie tiene derecho a menospreciar a otro por sus creencias, por muy equivocadas que las considere. Se puede intentar persuadir, pero no es lícito bajo ningún sentido, disuadir ni amenazar, ni siquiera con algo impalpable como es la perdición y la condenación. Ni aún Dios excluye, y los ejemplos que se suelen dar de las Escrituras a menudo distorcionan el sentido original, el contexto y las intenciones de la Escritura.

Una religión, que entienda claramente el rol de lo que significa el ejercicio espiritual es totalmente contrario a la exclusión y la persecución. Sólo el díalogo, el tender puentes, la búsqueda de armonía y no de confrontación, el escuchar y permitir que el otro se exprese, podrá generar el ambiente  propicio para el respeto mutuo, base de cualquier acuerdo social y al fin, sin ese elemento, nadie podrá cumplir la misión que como religioso entiende como sustento de su accionar.


© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

[1] Todas las citas de los escritos de Roger Williams han sido extraídas de Martha C. Nussbaum, Libertad de conciencia: Contra los fanatismos (trad. Alberto E. Álvarez y Araceli Benítez; México: Tusquests Editores México, 2010), especialmente el capítulo 2.
[2] Ibid., 47.
[3] Ibid.
[4] Ibid., 55.
[5] Ibid., 63.
[6] Ibid., 63-64.

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