La estructura mental del fariseo


Dr. Miguel Ángel Núñez

Ser fariseo no necesariamente implica pertenecer al grupo de seguidores de la secta (Lc. 5:30) que existía en los tiempos de Jesús. Es una forma de pensamiento que nunca ha dejado de estar presente en la religión, traspasa las fronteras ideológicas y se sumerge en los vaivenes de la historia. Aflora siempre, con formas variadas y modificadas, para manifestarse de una manera u otra, pero en todas las ocasiones con una misma estructura de pensamiento.

El sectarismo fariseo

La mente sectaria se caracteriza por su actitud cerrada en sí misma y por la manera en que observa a los demás. El espíritu de “nosotros” y “el resto del mundo”, esconden un sentido de orgullo y vanidad personal. Es la vieja costumbre de construir muros alrededor de sí mismos creyendo que todos los demás están excluidos de la gracia, solamente porque yo (es muy importante el yo), tengo “una verdad” (porque tampoco se trata de LA VERDAD, en términos absolutos, ¿quién podría tenerla? Sino de una verdad parcial, particular y exclusiva).

El concepto “fariseo” viene de una expresión hebrea que podría traducirse como “puros”. Desde el nombre se observa su actitud sectaria. Le dicen al mundo “nosotros los puros” y ustedes los impuros. Esa auto denominación de “puros” ya es un acto de presunción, no obstante, no alcanzan a percibirlo, igual que los fariseos modernos que en su presunción orgullosa tampoco alcanzan a percibir cuán alejados están de aquello que pregonan.

¿Qué habrán hecho en su mente para racionalizar el dicho del sabio que escribió tajante?
¿Quién puede afirmar: ‘Tengo puro el corazón; estoy limpio de pecado’? (Pr. 20:9).
Sólo lo puede decir alguien que está tan ciego frente a su propia condición que no entiende ni siquiera lo que hace.

Los puros no se juntaban con los demás. No querían que otros “impuros” lo contaminaran. Eso me hace sospechar de dicha pureza, porque cuando alguien no desea contaminarse con la “impureza” de otros, entonces, su propia pureza está en entredicho. Por eso Jesús era visto con escándalo. Se juntaba con prostitutas, ladrones y despreciados, que en épocas de Cristo eran los pobres (si eran pobres era porque no contaban con la bendición de Dios), los enfermos (si estaban enfermos era porque Dios los había castigado), y algunos oficios (pastores de ovejas, peleteros, sepultureros, recolectores de basura, gente que en la mentalidad judía se habían convertido en la casta de los despreciados).

El fariseo no logra entender la oración de Jesús:
No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno (Jn. 17:15).
Para el fariseo esas palabras eran chino básico, no las entendían, su dialecto mental no se los permitía.

Por eso que insistentemente se preguntaban:
¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y con pecadores? (Mt. 9:11).
No lograban, en sus mentes “puras”, entender que lo que Jesús hacía era como irónicamente él mismo dice: Visitar a los enfermos, no a quienes en su justicia propia creían estar sanos (Mt. 9:12). Sin embargo, al estar ciegos se contentaban con murmurar en contra de Cristo (Lc. 15:2) y burlarse de él (Lc. 16:14).

La norma y lo normal

La expresión “norma” viene de “normal” y aquí aflora la siguiente actitud mental de los fariseos, consideraban que lo que ellos proponían como estilo de vida era lo “normal”, por lo tanto, lo que ellos hacían se convertía en “norma”, y de allí a crear toda una “normativa” respecto a su estilo de vida era la consecuencia lógica de creer que ellos estaban dentro de lo “normal” y los demás “en lo anormal”.

¿Qué es normal? Lo que los fariseos no captaron nunca es que lo “normal” siempre se vincula a un hecho cultural. Lo consuetudinario se va convirtiendo poco a poco en “norma” y se construye a partir de ese hecho. La norma, que se da a partir de lo normal, se convierte en una especie de camisa de fuerza, porque ata, limita, condiciona y no se puede ver más allá de la propia nariz.

Es interesante que vez tras vez Jesús se pronunciara en contra de “la norma” de los fariseos, pero nunca hizo ninguna declaración sobre la conducta “normal” de los judíos.

Hay allí un mensaje que normalmente en las discusiones sobre “normas” olvidamos: La cultura responde a una estructura mental, cuando la mente se transforma, entonces, por ende lo cultural también será transformado. Jesús no estaba enfocado en lo cultural, sino en la transformación mental, pero no condenaba a nadie por ser o no cambiado, entendía que es un proceso, que puede llevar toda la vida, tal como le llevó a Pedro superar su concepto cultural que los no judíos también podían ser parte del pueblo de Dios, por ejemplo.

Nunca Jesús pretendió imponer una norma, su invitación era para una vida nueva, pero no condenó a nadie que no lo siguiera, ni aún a aquellos que lo merecían. A las únicas personas que trató de manera dura fue a los fariseos que estaban tan ciegos que no lograban percibir cuán lejos se habían ido de la gracia de Dios. Tan ciegos que no eran capaces de ver los milagros que Jesús hacía en la vida de otros (Jn. 9).

Misericordia, no sacrificio

La estructura mental del fariseo deriva en sacrificio, por una simple razón. Para mantener la pureza es necesario “hacer algo”, no es posible descansar en la gracia, es imprescindible que me pruebe a mí mismo y al resto de los “puros” que soy parte de un grupo individualizado y único.

Aquí entra a tallar la identidad. Los fariseos buscaban desesperadamente elementos que los distinguieran de los demás. Querían hitos de identificación, que las demás personas supieran apenas los observaran que ellos eran “los puros”. La vieja mentalidad del “nosotros” y “el resto del mundo” podía más en la mente farisea.

El problema de centrarse en sí mismos fue lo que llevó a los fariseos a dejar de ver a Dios. Aquí se da un punto paradojal, queriendo defender a Dios se concentraron en sí mismos y en otros. No entendían la gracia y la misericordia de Dios, por lo tanto, se concentraban en el “hacer” lo que supuestamente le agradaba a Dios con el fin de tener la aprobación divina. ¿Por qué era tan importante la sensación de aprobación? Simplemente porque no confiaban en la gracia. No entendían que la misericordia de Dios los cubría y los hacía aptos para Dios, ellos querían aportar algo, dar a conocer una forma de vida distintiva que fuera su pasaporte para la eternidad. Por esa razón les molestó tanto cuando Jesús les dijo:
Porque misericordia quiero, no sacrificios (Mt. 9:13).
Se deben haber preguntado: “¿De qué sirve entonces todo lo que hacemos?”, “¿Qué se cree este que viene a poner en duda nuestro sacrificio personal?”.

Una justicia superior

En algún momento, Jesús quien intentaba hacer que sus discípulos dejaran de mirar la norma y se concentraran en la gracia les dijo:
Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley (Mt. 5:20).
Los discípulos, que no dejaban de ser judíos, se sintieron sorprendidos y pensaron para sí: “¿Entonces quién?”. Ellos veían la justicia propia de los fariseos, estaban conscientes de su esfuerzo y sacrificio, y ahora venía Jesús a decirles que la justicia de ellos debía ser superior. ¿Cómo alcanzar la norma farisea? ¿Cómo llegar a imitarlos?

Ellos pensaban en la norma, como todos aquellos que aún no entienden la gracia.
Jesús pensaba en su justicia, la justicia ofrecida por Dios a la humanidad, la justicia que había ofrecido desde un comienzo en el Edén cuando mató a un animal y con las pieles de dichos animales hizo ropas para la confundida primera pareja. Desde ese instante Dios les dijo, la justicia no es subjetiva, no viene desde ustedes, de su mente ni de sus intenciones, la justicia viene desde afuera, es objetiva, proviene de Dios.

El dilema de los fariseos modernos es que siguen teniendo la mentalidad de la primera pareja, que luego de saberse pecadores, buscan por sus propios esfuerzos cubrir su culpa, esconderse de Dios, poner algo sobre ellos que los haga invisibles a la divinidad. Dios viene, con cariño, con bondad, sin gestos de condena y sin decirle nada simplemente mata a un animal, presumiblemente un cordero, y prepara ropas para ellos con dichas pieles. El primer peletero de la historia fue Dios mismo, que con ese acto mostró su infinito amor.

Los fariseos de hoy aún siguen tratando de hacer ropas de hojas de higuera para cubrir su sensación de pobreza, viven acomodando su justicia personal, preguntándose diariamente ¿qué querrá Dios? ¿Cuándo seré apto? ¿Cuándo alcanzaré la norma? Sin entender que no es esa la pregunta correcta sino entender que Dios se pregunta ¿cuándo aceptarán mi justicia? ¿Cuándo permitirán que les quite ese ropaje de piedad para cubrirlo con mis ropas de santidad?

El fariseo se concentra en “lo prohibido” (Mt. 12:2), porque sus ojos están cegados a la gracia que cubre sus pecados. Por esa vía Jesús entendía que ellos:
Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo (Mt. 23:13).

Sepulcros blanqueados

Probablemente la reprensión más fuerte realizada por Jesucristo a algún ser humano fue esta, que no es precisamente un elogio, sino raya con la ofensa y la ironía incisiva (Mt. 23:27). Lo que está haciendo Cristo es utilizar un último recurso dialéctico y discursivo a ver si alguno de ellos reacciona y logra entender su condición. Fue, en cierto sentido, mucho más suave que Juan el Bautista que los llamaba “camada de víboras” (Mt. 3:7). No quisiera estar en sus zapatos. Ya es duro ser pecador, pero que me llamen “víbora” o “sepulcro blanqueado” es terrible.

La mentalidad farisea se concentra en “parecer”, no en “ser”. Buscan incansablemente mostrarse ante los demás puros, correctos, con identidad, dignos, sanos, buenos, sin comprender que por dentro viven todo lo contrario. Su sensación de indignad la cubren cumpliendo normas y viviendo de tal manera que su “pureza” exterior, oculte su “inmundicia” interior. Cuando Jesús utiliza esta expresión está dejando en evidencia la condición no sólo farisea sino humana.

El fariseo se concentra en superar “los pecados”, Dios busca que entiendan que eso es imposible. Que el gran problema de la humanidad es la “naturaleza corrompida”, que la hemos recibido como herencia y ante la cual nada podemos hacer. Si no se produce un milagro desde Dios, no hay posibilidades para los seres humanos, ninguna. La “superación de pecados particulares”, sólo lleva a la frustración y el auto engaño. A la simulación de piedad, a la búsqueda de una identidad santa frente a los demás. Sólo cuando entendemos que el problema es “la naturaleza pecaminosa” no el pecado que hacemos diariamente, entonces y sólo entonces, es posible que comience a producirse el milagro de “vivir una vida nueva”, que viene como efecto del trabajo que hace Dios en nosotros y por nosotros. Sin embargo, este pensamiento es demasiado fuerte para la mentalidad farisea, no lo pueden aceptar, echa por tierra sus esfuerzos personales y no puede sentirse aceptado.

Condena

¿Qué le queda a la mentalidad farisea cuando se le ha quitado el piso en el que asentaba su ideología? La defensa de su modo de vivir, que se traduce en condena a todo aquel que no vive a la altura de lo que ellos creen. Miran con sospecha a todo aquel que no vive “la tradición” (Mt. 15:1), que es finalmente lo único que les importa.

Jesús iba a las plazas y allí conversaba con las prostitutas, las mujeres consideradas de más baja ralea en la sociedad judía. Una sociedad hipócrita donde muchos, incluyendo fariseos utilizaban sus servicios sexuales, como Simón el fariseo, pero en público manifestaban una actitud de condena. ¿Qué deben haber sentido cuando Jesús les hablaba con cariño, con bondad, sin condena? En realidad, cuando el fariseo observaba la bondad de Jesús se sentía reprendido, y su conducta, tal como animal herido era atacar a quién lo hacía sentir mal.
Jesús visitaba a los publicanos, los ladrones profesionales que hacían de los impuestos su modo de vida, robando, extorsionando, maltratando, humillando, y poniéndose al servicio de un poder extranjero. Nunca Cristo reprendió a un publicano, nunca lo acusó ni lo puso en evidencia. Hizo lo que ningún fariseo habría hecho: Los visitó, comió con ellos a su mesa (Lc. 7:3), les habló, rió con sus chistes, aceptó que lo acompañaran los otros ladrones profesionales, ladrones se juntan con ladrones, así que era normal que estuvieran en las fiestas de publicanos (Lc. 14:1). Jesucristo no hizo relaciones públicas, simplemente estaba cumpliendo el mandato de Dios de mostrar misericordia y amor, y lo hacía no separándose de ellos, sino mostrándoles cariño y amor, con su presencia y su actitud. Era eso lo que producía el cambio, el que hizo que Zaqueo devolviera lo que había robado, no para ganarse el reino de Dios, sino porque había sido ganado para el reino por la gracia mostrada por Jesucristo.

Por esa razón los fariseos se ofendieron tanto cuando Jesús les dijo: “Las prostitutas y los publicanos van en vez de vosotros al cielo” (Mt. 21:31). Noten que pongo otra versión, porque es tan fuerte que la mayoría de las traducciones lo ha suavizado escribiendo “antes de”, pero no fue eso lo que les dijo Cristo, los despreciados y los que se saben pecadores, van en vez de ustedes. En otras palabras, ustedes no pueden ir, su justicia propia no se los permite.

No es extraño que planearan el asesinato de Jesús (Mt. 12:14), pero no sintieran que aquello era una aberración. ¿Cómo es que iban a dormir tranquilos creyéndose salvos, si estaban planeando matar a alguien? Es la vieja paradoja, la mentalidad farisea llega a racionalizar tanto su presunción que llegan a creer que el maltrato a otros es lícito si lo hacen para defender lo “que le agrada a Dios”, sin entender que lo que le agrada a Dios es la misericordia, especialmente ante el que está consciente de su pecado.

No vieron la gracia, en su presunción llegaron a afirmar que Jesús hacía milagros a nombre de Beelzebú (Mt. 12:24). El fariseo sospecha de todo aquel que se sale de la norma que él proclama como única. Es lo que hicieron con Jesús (Jn. 9:16), y nunca han dejado de hacer.

La desgracia del fariseo

La mentalidad farisea, concentrada en la justicia propia y en la norma no puede vivir feliz. Al contrario, no descansa. En cada instante siente que puede fallar. A cada momento se da cuenta que puede equivocarse, por lo tanto, sólo cree estar a salvo viviendo la norma, buscando lo normativo como modo de vida, para de esa forma, en el auto engaño que ha construido, sentir algo de paz, una paz precaria que lo hace vivir la vida en constante penitencia. Luego, tiene la enorme necesidad de exhibir a Dios lo que hace porque de esa forma siente, en su mente enferma y perdida, que ha hecho algo digno y Dios tendría “la obligación” de escucharlo. Es la actitud del fariseo que “oraba consigo mismo”, como dice irónicamente Jesús. Sin embargo, el publicano que conocía su condición, que entendía con claridad que no era digno, no quería ni siquiera alzar su cabeza, para orar como oraba todo “buen judío”, mirando al cielo, cara a cara con Dios, y con las manos en alto. Sin embargo, luego de haber derramado sus pensamientos delante de Dios, el publicano siente paz, se sabe perdonado. Por lo tanto baja a su casa justificado, tal como dice la Escritura.

Al llegar a casa ¿quién cree que celebrará el publicano o el fariseo? Pues el fariseo seguirá en penitencia, porque no se sabe perdonado, no vive la gracia, está atrapado en la norma, por lo tanto, vivirá la angustia del perdido, del que no tiene descanso mental y por lo tanto, vivirá una depresión religiosa permanente y se preguntará ¿qué hago para agradar a Dios? Pregunta absurda, como si Dios necesitara algo, mentalidad distorsionada del que cree a partir de su egoísmo que Dios es un ser egoísta que está esperando sólo personas que le alaben, cuando en realidad, lo que no entienden es que Dios espera celebración, quiere gozarse con la alegría del que entiende que la justicia de Dios está satisfecha con la “muerte del cordero”, con la muerte del penitente.

Jesús muestra que la verdadera justicia de Dios siempre lleva a la celebración. El pastor encuentra a la oveja perdida y hace una fiesta (Lc. 15:6). La mujer encuentra su moneda y hace fiesta (Lc. 15:9). El padre recibe al hijo que estaba muerto y hace fiesta (Lc. 15:23-25). Pero el fariseo se queda afuera “escuchando la música del baile” (Lc. 15:25), rumiando su amargura y preguntándose ¿por qué celebran? ¿Por qué hacen fiesta? ¡El pecador no merece fiesta! ¡Hay que condenarlo! En su ceguera no participa de la alegría y se pierde lo mejor de la celebración y se va solo, amargado, a vivir la norma. La tragedia del fariseo es que no celebra, sólo vive penitente, con miedo a equivocarse y sin salir nunca de su amargura. Se queda en la vereda del frente mirando la alegría de otros, la tragedia del fariseo es que no llega nunca a comprender que la redención produce celebración.

Conclusión

En una ocasión los discípulos se acercaron a Jesús, no sé si en son de chisme o de preocupación, el texto no lo dice, pero conociendo a los seguidores de Jesús en ese momento, que estaban en proceso de transformación y aún no entendían, me inclino más por lo primero. Le dijeron a Jesús:
¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oír eso? (Mt. 15:12).
La respuesta de Jesús es desconcertante:
Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado será arrancada de raíz —les respondió—. Déjenlos; son guías ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo (Mt. 15:13-14).
En otro momento Jesús les dijo a sus discípulos:
—Tengan cuidado —les advirtió Jesús—; eviten la levadura de los fariseos y de los saduceos.
Pero como los discípulos eran tan niños para pensar ante su incertidumbre les dijo:
Entonces comprendieron que no les decía que se cuidaran de la levadura del pan sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos (Mt. 16:6, 12).
En otra ocasión Jesús les dijo a sus seguidores, refiriéndose a los fariseos:
No hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican.  Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas.  Todo lo hacen para que la gente los vea (Mt. 23:-3-5).
Por dura que parezca, sigue siendo la respuesta de Jesús, para el fariseísmo, que aún después de siglos, no termina de desaparecer.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

Comentarios

  1. sta muii bueno
    geniall!!!!!

    ResponderEliminar
  2. Como siempre este es un excelente tema pastor. Creo que voy aprender sus temas para impratir estos mensajes con otros. =D

    ResponderEliminar
  3. Me encantó!! Voy a compartirselo a muchos fariseos que conozco. Gracias Pr.

    ResponderEliminar
  4. Con todo ello, hubo alguna vez un fariseo llamado Saulo....

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Tus comentarios enriquecen este blog, y a las personas que lo leen. Te agradezco por tus aportes. Sin embargo, ten en cuenta que para que se publique lo que comentas debes indicar tu nombre (no se publicará ningún mensaje anónimo), y no debe aparecer ningún enlace a alguna página, número de teléfono, o dirección. Además, no se publicará ningún comentario con tinte ofensivo, homofóbico, discriminatorio, insultante o irrespetuoso. Todo lo demás, es bienvenido.

Entradas populares de este blog

Carta al futuro novio de mi hija

Maledicencia, el pecado del que no se habla

¿Y si no merecen honra?