¿De qué “palabra de Dios” hablamos?

Dr. Miguel Ángel Núñez

Hay expresiones que utilizamos con tanta naturalidad que no nos detenemos a pensar en el fondo y sentido de lo que hablamos. Por ejemplo, hablamos de la “palabra de Dios”, eufemismo para referirnos a las Escrituras, la Biblia o el Libro Sagrado para los cristianos. ¿Alguna vez nos detenemos a pensar en qué decimos cuando usamos esa expresión? 

¿Estamos seguros que la “palabra que leemos” es realmente la “Palabra de Dios”? ¿Sabemos qué significa lo que está escrito? ¿Lo que está escrito es realmente lo que debería estar escrito? ¿Es confiable nuestra manera de abordar y entender la Escritura?

La cultura religiosa no nos ayuda a reflexionar en estas preguntas, al contrario, sólo leemos y a la lectura le llamamos “voz de Dios”. ¿Será así realmente?

Esta semana estoy leyendo un libro escrito por el teólogo Randal Rauser de la Universidad de Oxford quien cita a dos especialistas en exégesis quienes señalan:
Algunas personas dicen ‘esto es lo que la Biblia dice’, sin embargo, no dicen ‘esto es lo que significa’. El problema con esto es que lo que la “Biblia dice” está en hebreo y en griego, y no existe una correspondencia uno a uno entre el inglés [o castellano] y dichas lenguas. Antes que podamos realizar alguna traducción de una sola palabra, debemos interpretar su significado en el contexto. Por supuesto, esto es aún más complicado cuando tenemos palabras cuyo significado está ligado a relaciones dinámicas con otras palabras. Cada frase, cláusula e idioma debe ser interpretada en su contexto, antes de ser traducida al inglés [o castellano].[1]
Esta cita tiene algunos elementos dignos de ser considerados en extenso:

Sintáxis y semántica 

Una cosa es lo que dice el texto (competencia de la exégesis) y otra diferente lo que significa (área propia de la hermenéutica). Lo más habitual no es detenerse en lo que significa (semántica) sino en lo que dice (sintáxis), derivando de ese modo en interpretaciones literalistas o fundamentalistas, tan apegadas a la letra que terminan negando el significado extenso que el concepto tiene. Es lo que Pablo señalaba en relación a “la letra que mata” (2 Corintios 3:6), es decir, el vocablo vacío de sentido y significado.

Un caso a manera de ejemplo, se lee en la Biblia traducida al español la palabra “espíritu” y de allí derivamos expresiones como “espiritual”, “espirituales”, y similares, pero, sintáxticamente desde el original nunca se usa la expresión “espiritual” sino el vocablo “viento” (pneuma en griego y ruah en hebreo), resultando de ese modo todo un mundo de significados equívocos por no entender el sentido original del término (exégesis) y haber hecho una interpretación (hermenéutica) sesgada utilizando no un concepto bíblico, sino una idea dualista de origen griego y oriental.

Lo que ha derivado, entre otras cosas, en esa idea absurda de separar la vida humana en “espiritual” y “no espiritual”, concepto que nunca fue parte de la mentalidad hebrea, sino que es propio del dualismo y del helenismo griego que si contaminó el pensamiento hebreo posterior.

Los hebreos se referían de manera concreta a la deidad como “viento” o “aire” para expresar de una manera concreta y conocida un aspecto de la divinidad que resulta incomprensible desde el punto de vista lógico y que no se puede concretizar, esto es la omnipresencia de Dios. Una divinidad que está en todas partes, pero no se ve, aunque se pueden evidenciar sus efectos, concepto que Jesús le presenta a Nicodemo en Juan 3. De allí que en síntesis la expresión “viento” o “aire” es tan sólo una metáfora que pretende por analogía conocer un aspecto de la divinidad que de otra manera no se entiende. La traducción "espíritu de Dios" o "Espíritu santo" induce a error por nuestra carga dualista de origen griego que tenemos en nuestra cultura. El hebreo desde su cosmovisión entendía otra cosa: Un Dios omnipresente, y nada más.

El idioma original 


El idioma es un gran problema, a veces, insalvable. Los idiomas principales en los que fue escrito la Biblia son dos hebreo y griego. Se pueden encontrar vestigios de al menos 20 lenguas más, pero esas son las que predominan. Sin embargo, son lenguas muertas, porque el hebreo y griego modernos no tienen mucho que ver con el idioma bíblico, salvo las concordancias propias de idiomas que están vinculados por sus raíces.

Eso implica que para que la gente pueda leer la Escritura se debe hacer uso de traducciones. Una traducción es poner en una lengua el sentido de otra. No obstante, no se puede necesariamente hacer una traducción que cumpla con todos los requerimientos objetivos, por lo que se cae, casi de manera forzosa en una interpretación. Como lo señala reiteradamente el semiólogo italiano Umberto Eco: “Toda traducción es una interpretación”. Roberto Pellerey, en un artículo titulado “La utopía de la traducción”, va más allá de esta sentencia al señalar que “toda traducción es una interpretación, en cambio no toda interpretación es una traducción”.[2] En buen castellano lo que señala Pellerey es algo que a menudo se pasa por alto, toda traducción es una interpretación porque el traductor está obligado a interpretar el sentido del texto en otra lengua, sin embargo, en muchos casos, la interpretación no logra traducir el sentido exacto del texto original, originando de esa forma imprecisiones o conceptos sesgados, o derechamente, errores en la traducción.

Un ejemplo para ilustrar esta idea. En la traducción de la Biblia, por lo menos al español, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se usa la palabra “templo”. Automáticamente quienes leen en el siglo XXI piensan en los edificios donde se congregan los creyentes y que con diferencias menores tiene una estructura similar:
  • Un altar donde se predica u oficia, 
  • una nave donde se ubican los creyentes, 
  • y una forma que en general es rectangular o en forma de cruz. 
Sin embargo, esta idea y uso no existe en la Biblia, ni procede de tiempos bíblicos. De hecho, hablar de “templo” y pensar que lo que hay en la Biblia es una referencia a lo que nosotros conocemos como “templo” es un error de comprensión, lo que los lógicos llamarían una diacronía, que supone trasladar hacia el pasado un significado del presente. Los hebreos nunca tuvieron “templos” a la manera occidental cristiana, con gente sentada y escuchando homilías. La idea de un “templo” como nosotros lo concebimos les resultaría extraña a los hebreos tanto del Antiguo Testamento como en los días de Cristo y de los apóstoles. Las sinagogas judías no eran templos, sólo lugares de reunión pública y de usos múltiples.

Para los hebreos lo que nosotros llamamos “templo” era un “santuario”, un lugar que ellos asociaban a la presencia de Dios y había uno sólo. Después de la ascensión de Cristo y durante varios siglos ni siquiera hubo un lugar físico que pudiera referirse con ese nombre. Los primeros cristianos no construyeron "templos".

Cuando advino el “santuario” del desierto tuvo un sentido totalmente diferente que no se condice con la idea occidental de “templo”. El santuario era un lugar donde “habitaba” Dios (de allí el verbo hebreo tabernáculo, "habitar en medio de"), y desde la perspectiva estrictamente tipológica era un símbolo que apuntaba exclusivamente a Cristo.

Una vez que Jesús vino, murió y resucitó, no hubo necesidad de ningún templo físico. No se necesitó. Así lo entendieron los cristianos por lo menos durante cinco siglos.

La idea de templo que nosotros tenemos hoy procede de la mentalidad pagana introducida en tiempos de Constantino (272-337), donde se comenzó un lento proceso que llevó dos siglos después a la instauración de un ceremonial imperial y una liturgia que recordaba a la antigua veneración a los emperadores, y para eso, los antiguos templos paganos fueron el telón de fondo elegido. Por lo tanto, el origen de los “templos” cristianos es pagano y el “templo” bíblico es un tipo de Cristo que feneció cuando Jesús murió. El símbolo más patente de este hecho es que el “velo” que separaba el lugar santo del santísimo fue rasgado en dos. Pablo, con su comprensión de los símbolos, señala posteriormente que los creyentes son a partir de la ascensión de Cristo “los templos de la divinidad” (2 Corintios 6:16).

Por lo tanto, en ese caso, la traducción no capta el sentido original del término en el contexto hebreo.


Interpretación en el contexto 

Eso nos lleva a lo último que es señalar que cada frase, alocución o palabra tiene un contexto y desde allí debe entenderse para ser traducida. Sin embargo, para que aquello se produzca lo primero que debemos entender es que la Biblia, en primera instancia, no fue escrita para nosotros, personas occidentales de cuño diferente al oriental. Fue escrita para personas de otras épocas, con cosmovisiones, lenguas, culturas y problemáticas totalmente distintas a las nuestras. Personas que en general vivieron en el Antiguo Cercano Oriente, en Asia Menor y en la Europa antigua. Eso implica dos ejercicios básicos, que la mayoría de las personas que leen no hacen:

  • a. Comprender en primer lugar cuál fue la enseñanza que el autor o autores del texto querían transmitir a los personajes primarios, que insisto no fuimos nosotros, personas occidentales de idiomas y culturas diferentes.
  • b. Una vez entendido qué se les dijo exactamente (exégesis), recién se puede hacer la interpretación de qué significa (hermenéutica), para nosotros.

No obstante, este segundo paso no puede ser hecho de manera mecánica, sino que debe ser hecho con cuidado entendiendo que no sólo hay que salvar las barreras temporales y culturales, sino que además, es importante no hacer un trasvasije de manera literal, sino concentrándose en principios y valores.

Esto implica además, que no todos los conceptos son aplicables a nuestra realidad y nuestra época y exactamente bajo la misma cosmovisión y de manera literal.

Por ejemplo, es común que se discuta en algunos círculos religiosos una supuesta enseñanza de Pablo respecto al corte de pelo de los varones y las mujeres. Algunos han hecho de ese asunto una verdadera normativa. Pero, el consejo del apóstol que está en 1 Corintios 11 es único y tiene un contexto exclusivo. ¿Por qué no les dice lo mismo a los Gálatas o a los Romanos?

Para empezar es común que en el mundo antiguo los varones utilizasen el pelo largo, generalmente hasta los hombros. Algunos incluso, como algunos grupos hindúes actuales, no se lo cortaban como voto religioso, el ejemplo clásico es Sansón. ¿De qué está hablando Pablo entonces? No del corte de cabello, porque ese no es el interés de Pablo.

Ruinas de Corinto
Pablo se dirige a gente de Corinto que es parte del culto a Afrodita que se ha convertido al evangelio y que en dicha comunidad necesita mostrar una diferencia con las demás personas.

El culto pagano, en Corinto, que tampoco es masivo, incluía el rito de la prostitución religiosa. ¿Cómo se distinguían las mujeres sacerdotisas (prostitutas) del templo de Afrodita de las otras mujeres comunes? ¿Cómo se diferenciaban los varones que ejercían la prostitución religiosa (generalmente de índole homosexual), en el templo de Afrodita, de otros varones normales? Pues, en Corinto, la diferencia era el pelo. Las mujeres solían raparse o cortarse el pelo muy corto y adornarse las cabezas, y los varones, se lo dejaban extremadamente largo y se lo engalanaban con orlas. Como algunos de ellos se convirtieron en cristianos, a Pablo le resultó lo más normal del mundo sugerirles que hagan a la inversa en Corinto. Aplicar el asunto del corte de pelo a todo el mundo, no sólo es impropio, sino que desconoce el contexto original.

De paso, la moda occidental de cortarse el pelo no es muy antigua. Se instauró con la práctica del uso de pelucas, que originalmente eran de lana y que aún se usan como símbolo en algunas cortes inglesas. Para evitar molestias, comezones y otras inconveniencias higiénicas se instauró la moda de cortarse el pelo. Cuando en algunas comunidades religiosas se discute si un varón debe tener el pelo corto y las mujeres largo, simplemente se está alegando sobre modas y no sobre fundamento bíblico.

¿De qué Palabra de Dios estamos hablando? 

Llamar “Palabra de Dios” a una traducción es un riesgo. Hay traducciones mejores que otras y se las suele llamar “versiones”, como una forma de señalar que es una especie de “interpretación” que obedece a un grupo o a individuos. Muchas son sesgadas, otras tendenciosas y algunas abiertamente tuercen el sentido del texto para beneficio de grupos o ideologías.

No todos los traductores han hecho el ejercicio de hacer un análisis exhaustivo de cada expresión en su contexto original.

Por otro lado, cada palabra bíblica tiene, al menos, dos contextos:

  • a. Textual. Es decir, una ligazón a un ámbito sintáxtico y argumental.
  • b. Contextual. En otras palabras, vinculado a una cultura y momento histórico.

El estudio de la Biblia debería llevarnos en primer lugar a preguntarnos por estos dos elementos primarios antes de atrevernos a señalar: “La Biblia dice”.

Cuando alguien usa un púlpito o una plataforma escrita para decir: “La Biblia dice”, es de esperar que haya hecho el ejercicio de escudriñar “qué dice el texto” (exégesis), para luego señalar “qué significa el mismo” (hermenéutica) para el momento histórico actual.

Piense muy bien la próxima vez que diga “la Biblia dice”, porque usar el texto de manera literal, o fuera de contexto, es en muchos casos, un abuso y se convierte en manipulación de la Palabra escrita.

El próximo artículo se titula: La importancia de la exégesis en el estudio bíblico.


[1] Gordon Fee y Mark Strauss, How to Choose a Translation for all its Worth (Grand Rapids, MI.: Zondervan, 2007), 31. Citado por Randal Rauser, Theology in Search of Foundations (Oxford: Oxford University Press, 2009), 38.

[2] Roberto Pellerey, “La utopía de la traducción”, en De Signis 9 (2006): 219.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez

Comentarios

  1. Simplemente, genial. El pastor de mi iglesia debería leerlo... o no predicar más, porque definitivamente no hace lo que este artículo dice.

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  2. ¿Por qué esto no se enseña en las iglesias? Al leerlo en cierto modo, me siento engañada, porque no sé si lo que me enseñan es correcto o no... Le agradezco por abrirme los ojos y desafiarme a pensar más.

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  3. Espere con gran interes este articulo, me preguntaba ¿como lo abordara? Y nuevamente quede sorprendido, porque es lo que vivimos dia a dia, con los predicadores, hermanos disidentes y los Propios pastores, es decir transmiten su "ignorancia".

    Hace poco escuche el siguiente comentario: “Dios ayúdame a encontrar una casa”. La verdad me sorprendió mucho ya que se trata de alguien que “aparentemente” lee la palabra de Dios y es líder en su congregación (Pastor y departamental). Pero si somos honestos en cuantas ocasiones, durante todas las épocas “la tradición” y los conceptos mal fundados (por la ignorancia en la exegesis y hermeneutica), han llevado al cristianismo a vivir más cercano al "folklor" que al Dios viviente y a su Palabra.

    Por cierto le conteste que Dios no es agente inmobiliario, mejor que le pidiera sabiduria para elegir la correcta.

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  4. Pastor, muy interesante su artículo! Lo terminé de leer con las rejustas porque lo empecé a leer y no me gusta quedarme a la mitad. Pero le digo la verdad? de estas cosas hermenéutica y temas más profundos de la biblia, se los dejo a vosotros los pastores :=) yo seguiré disfrutando con los diferentes temas que toca. Pero OJO esto no queire decir que no lo haga bien, lo HACE DE MARAVILLA, pero simplemente mi inteligencia no puedo comprender del todo este tipo de temas.
    Un abrazo y bendiciones

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  5. Impresionante, éste es el tipo de cosas que me gustaría que algunos entendiesen, pero lamentablemente no es así. Me gusta su estilo para escribir.

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  6. Juan Ramón Junqueras6 de febrero de 2012, 10:17

    "La Escritura representa la fuente más importante y universalmente reconocida de la teología cristiana. Pero la conciencia histórica ha puesto en solfa la mera citación de un texto escriturario como garante y prueba de posiciones teológicas. El respeto por las diferencias entre la perspecti-va bíblica de la realidad y la nuestra, a veces muy agudas, ha hecho que el uso de la Escritura en la teología sea un asunto muy complicado. En tiempos modernos los teólogos liberales y protestantes han reconocido que no se puede identificar simplemente la revelación con los textos de la Escritura. Se necesita una teoría de la naturaleza de la Escritura, de la revelación y de la teología, y de cómo se relacionan entre sí."
    Roger Haight. Jesús, Símbolo de Dios. Ed. Trotta. Madrid, 2007, p. 19

    Estoy absolutamente de acuerdo contigo, Miguel Ángel. La "bibliolatría" no es más que una manifestación más de las idolatrías que tanto nos fascinan a los seres humanos. Los ¿qué quiere decir?, ¿cuándo lo dice?, ¿a quién lo dice?, ¿quién fue el cronista que lo escribió?, etc. son tan importantes, al menos, como "lo que dice".

    Gracias por tus reflexiones. Son siempre muy inspiradoras para mí.

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  7. La sintaxis en su correcto morfologia lleva a un acierto semantico para su pleno entendimiento para la mente humana. No olvidemos que alungunos apostoles y profetas no entendieron incluso lo que escribian en su sentido sintactico y semantico, tales como Juan el aspostol en el Nuevo Testamento. Tuvo que intervenir el Angel Gabriel para su interpretacion. Donde que queda la actividad divina en la comprension de cognocitivo despues de la sintaxis y semantica?

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  8. Noé Guevara Zavaleta6 de febrero de 2012, 17:41

    Eccelente articulo, ereducion explicada en simples palabras, es como seguir escuchando sus clases... Muchas Gracias por seguir siendo el gran profe :-)

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