ODIO Y AMOR

Odiamos y amamos casi con la misma intensidad, y en algunos casos, más de una vez, una emoción siendo más fuerte que la otra.

Odio con todas mis fuerzas la política, con sus remilgos de justicia y peroratas que casi nunca se cumplen, tanto de las izquierdas como las de las derechas, cada uno con su pantano de hipocresía. Amo la honestidad en todas sus formas, especialmente, en el decir y en el hacer, porque es en esa congruencia donde se encuentra la vida.

Odio la pobreza de espíritu, la de aquellos que no llenan su mente de ideas sino de prejuicios y estereotipos, que para leer un libro no tienen tiempo pero si para intoxicarse de series y películas banales. Amo la lectura y mi sillón para leer, porque es el momento en que me encuentro con mentes grandiosas, cuando recupero la fe en la raza humana, que es capaz de transportarme a infinitos sitios sin salir de mi cuarto propio.

Odio la basura, pero no solo la que pulula en caminos y ciudades, que es la visible, sino la que anida en la mente de gente que prefiere siempre el lado oscuro de la realidad y pensar mal de otros, especialmente de sus intenciones. Amo la limpieza, en todas sus formas, no solo ir a la playa sin encontrar desechos, sino encontrarme con gente que es capaz de sonreír con honestidad sin pensar que tú escondes algo detrás de tu propia sonrisa.

Odio la estupidez en todas sus formas, especialmente la que se manifiesta en opiniones desacertadas de personas que creyendo que el tener la libertad de expresar lo que quiera, le da derecho a ensuciar el ambiente con ideas tóxicas, estereotipos terroríficos sacados de una novela de Stephen King, y creencias religiosas extremas y enfermizas. Amo la lucidez de pensamiento, la inteligencia de mentes que son capaces de expresar entendiendo que el pensar se cultiva, se construye, se modela como un artista que cincel en mano va modelando figuras de extraordinaria belleza.

Odio el énfasis enfermizo en la alimentación saludable, porque a ese paso, se ha convertido al comer en una nueva religión, con sus sacerdotes y gurus que han hecho del comer un culto, con sus adeptos y sectas. Amo la alimentación sin tantas cortapisas, con la tranquilidad que da el comer sin miedo, preparando los alimentos con cariño. Los abuelos y bisabuelos comían de todo y vivían más, probablemente, no nos hemos dado el trabajo de escucharles.

Odio la religión y las denominaciones religiosas, todas, porque se han convertido en nido de víboras, en lugares donde importa más la institución que la persona, donde no importa lo que vivas ni lo que creas, sino el mantener el funcionamiento del sistema a como de lugar. Amo la espiritualidad sana, esa que se expresa sin etiquetas, sin presiones, sin coersiones de ningún tipo. La presentación de un Dios que no te chantajea de ninguna manera para que le sigas, sino simplemente, espera el amor incondicional como el que él entrega.

Odio que se confunda la paternidad con amistad, y le den tanto a los hijos que hoy tengamos una generación de gente que padece de abundancia, sin límites, sin trabajo, sin esfuerzo, convirtiéndolos en frágiles, generación de cristal que así como vamos, terminará siendo de papel. Amo la educación paterna que no tiene miedo de ser fuerte, que pone límites claros, que ama sin creer que debe hacer conseciones por amor, sino que fija el camino y no se aparta, aunque la criatura llore o manipule, porque saben que para ser padres, la primera condición es no tener miedo a ser padres.

Odio la banalidad de la gente actual que apuesta por lo pasajero, lo efímero, y se desdice de lo perenme sin considerar que la vida se nos va a raudales, y más si no la aprovechamos hasta el último suspiro. Amo la apuesta de quienes entienden que la historia es un recordativo de quienes somos y de quienes queremos ser, que hacen esfuerzos por preservar lo bueno, y que no temen aprender de las generaciones pasadas porque saben que las generaciones actuales no inventaron la sal ni la pólvora.

Odio la lluvia y el frío. Amo el sol y el calor agradable de un día soleado.

Odio tener que cambiar ropa simplemente porque no es de temporada, de hecho, odio la ropa nueva. Amo la ropa que envejece conmigo, y comprar ropa que ya tiene historia, porque así canso menos a este viejo planeta que ya no da más para tantas tonterías consumistas.

Odio las corbatas y los trajes, inventos de mentes ociosas. Amo la ropa casual y estar permanentemente cómodo con jeans, zapatillas y camisas que desentonan con todo.

Odio el ruido que llaman música, empezando por esa enfermedad mental llamada reggetón. Amo la música que me transporta, la de los viejos y nuevo clásicos, trabajar y escribir mientras soy arrullado por un vinilo, con música pensada, y maravillosamente ejecutada.

Detesto con todas mis fuerzas a quienes no les interesa aprender, que son como zánganos o rémoras, que no se esfuerzan, y simplemente, se sirven del trabajo ajeno. Amo el aprendizaje continuo y permanente, porque un curso nuevo, un libro nuevo, un examen son invitaciones a pensar y volver a la vieja costumbre infantil de admirarse por lo nuevo.

Amo a mi familia, con todos sus defectos, a mi madre sobre todos, a quienes saben que algún día, se irán todos, y solo quedarán los que cuentan de verdad. Detesto la poca importancia que algunos dan a los lazos familiares, como si eso no importara, sin entender que a la postre la soledad es el peor de los virus.

Odio el silencio de los cobardes, de quienes se esconden detrás del mutismo para no expresar opinión que pudiera exponerles. Amo la voz de los que se atreven a defender sus convicciones, no importa si crea en ellas o no, porque da lo mismo, sino entender que es preferible un honesto equivocado que defienda sus certezas, a un cobarde que sonríe para convertirse en un camaleón de la vida.

Odio los extremos, las defensas destempladas de lo que sea, porque también se mata por religión, por comida, por política, por ideas. Amo el equilibrio que se expresa en tolerar las ideas contrarias, sin descalificar, y buscando siempre la verdad que no está en los extremos sino en el punto medio, entre el exceso y el defecto.

Odio las comedias vacías de sentido, llena de lugares comunes y de guiones sacados de la mente de desquiciados, que creen que la vida va de provocar risas insulsas. Amo las películas que tienen contenido, las que te invitan a pensar, las que te sacan del lugar de confort, las que te invitan a cambiar y dejan huella.

Detesto a quienes sin haber salido nunca de su pueblo, tienen opinión sobre otros, sobre el mundo, sobre el que no conoces. Amo viajar, conocer gente, visitar naciones, aunque cuando has visto una ciudad, ya las conoces todas, pero no así a su gente, que habita en ideas, costumbres y prácticas.

Detesto con todas mis fuerzas a quien no acepta al diferente, al que odia al extranjero sin conocerlo, al que discrimina por género, opción sexual, raza o religión. Amo a quienes son capaces de abrazar al extranjero, al gay, al de raza diferente, al de religión distinta, porque entienden que humanos somos todos.

Amo mi café ¡con cafeina! y leche de almendras en la mañana, es mi latigazo para el día. Detesto a quienes juzgan a quienes se toman un café consigo mismo todas las mañanas.

Amo lo que veo desde mi ventana todas las mañanas, la montaña que está al frente, y los naranjos que me saludan con su sonrisa amarilla, lo amo, porque elegí vivir donde quiero y eso no tiene precio. Detesto la actitud de quienes se han quedado amarrados a sus propias decisiones y no se atreven a buscar su propio paisaje de vida, porque no quieren pagar el precio de construir en otra parte.

Detesto a los "amigos" que partieron porque se dieron cuenta que no pensaban igual, que temieron verse expuestos por estar unidos a alguien libre de pensamiento. Amo a los amigos que se han quedado, porque esos son los que valen y hacen la diferencia, porque entienden que amistad pasa por amar personas, incluyendo lo que son y lo que piensan, aún cuando estén en las antípodas.

Amo mis libros, verlos, sentirlos, olerlos, verlos todos los días como me sonríen como viejos amigos que están allí siempre y cuento con ellos. Detesto a quienes no ven la gracia de tener libros, y que no se atreven a ojear uno por temor, por pereza o por no querer salir de su confort intelectual, y que me pregunten "los has leído todos", como si mis amigos fueran adornos.

Detesto a quienes al rechazar ideas atacan personas, confunden discusión con difamación, alegación con esparcir rumores y una sana exposición de ideas, con ataques personales. Amo una buena discusión, inteligente, sobria, sin lugares comunes y que ataque ideas, nunca a personas.

Odio la ociosidad, porque el no hacer nada, es hacer algo, dejar que la vida se vaya sin que hagamos nada que valga la pena entretanto. Amo levantarme temprano y me cuesta ir a dormir, porque siento que la vida es hermosa y que cada momento cuenta para trabajar, producir, leer, observar, crear.

Odio la indiferencia en todas sus formas, y matices. Del que pasa frente al que sufre y no hace nada, como del que envía dinero a la China pero no hace nada por su vecino. Amo a quienes se dan por los demás, los que hacen que la vida cuente, que ocupan su tiempo en hacer que el mundo sea un poco mejor para quien no ha tenido las mismas oportunidades, sin confundir solidaridad con dependencia.

Detesto a quienes leerán estas reflexiones y hablarán a partir de sus prejuicios y estereotipos, sin pensar, sin darse el tiempo para meditar en sus propios odios y amores. Amo, a los que no conozco, pero que se sentirán identificados con mis palabras y serán capaces de agregar sus propios odios y amores.

Amo y odio. Todos lo hacemos... ¿y tú? ¿Cómo continuarías esta lista?

Copyright: Miguel Angel Nunez

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