A Dios orando y con el mazo dando
El título de este artículo no es ni original ni nuevo. Es simplemente un adagio repetido durante muchas generaciones. Mi abuela solía repetirlo en casa.
Nos gusta creer que la oración responderá todas nuestras inquietudes, sin embargo, olvidamos que hay una dinámica en la oración que debe ir acompañada de una unión entre lo humano y lo divino que no comprometa la soberanía de Dios por un lado y la libertad humana por el otro.
Jack Riemer, un teólogo judío contemporáneo escribió:
"No podemos rogarte simplemente, oh Dios, que termines las guerras; sabemos que creaste el mundo de tal modo que el hombre debe encontrar su propio camino hacia la paz dentro de sí mismo y con su vecino.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con el hambre; ya nos has dado los recursos con los que se alimentaría todo el mundo si sólo los usáramos con sabiduría.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que destierres los prejuicios; ya nos has dado ojos con los que veríamos lo bueno en todos los hombres si sólo los usáramos correctamente
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con la desesperación; ya nos has dado el poder de derrumbar y reconstruir los barrios pobres y dar esperanzas si sólo usáramos nuestro poder con justicia.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con las enfermedades; ya nos has dado una mente clara con la cual buscar las curas y remedios, si sólo las usáramos en forma constructiva.
Por lo tanto, te rogamos, Oh Dios, nos des la fuerza, determinación y voluntad, para hacer en lugar de sólo rezar, para ser en lugar de sólo desear."[1]
Podemos estar o no de acuerdo con las ideas expresadas por este autor, pero al menos hay dos elementos que deberían hacernos pensar.
Mientras he sido pastor de iglesia en más de una ocasión he visto a alguien desfallecer en medio de la oración, esperando que Dios haga por él lo que él ciertamente puede hacer por sí mismo.
Dios envió a Abram desde su tierra a un lugar extraño, y le dijo simplemente "Levántate, recorre la tierra a su largo y a su ancho, porque a ti te la daré" y entonces, el patriarca “removió su tienda, y fue a vivir en el encinar de Mamre, que está en Hebrón.” (Gn 13:17-18). Podría haberse quedado tranquilo esperando que Dios hiciese todo. Total, el problema era de Dios. Pero, él hizo su parte. En la Biblia en 113 ocasiones se repite la misma expresión “levántate”. En varias ocasiones Jesús, antes de sanar a alguien le dijo simplemente “levántate”.
Hoy nos hace falta pensar en el levántate. Levanta la frente y camina. Orar a Dios para que resuelva problemas que nosotros podemos enfrentar no sólo es absurdo, sino que nos convierte en niños mimados.
“El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina seductora de la fe sin obras. No es fe pretender, el favor del cielo sin cumplir las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida. Es presunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y disposiciones de las Sagradas Escrituras”.[2] ¿Y qué dicen las Sagradas Escrituras? Pues, que en la unión de lo divino y la humano está el secreto para una vida victoriosa. Del mismo modo “algunos han profesado tener mucha fe en Dios, dones especiales y extraordinarias respuestas a sus oraciones aunque no haya evidencia de todo ello. Han creído que la presunción es fe. La oración de fe nunca se pierde; pero pretender que siempre será respondida de la misma manera y en relación con el motivo particular que estamos esperando, es presunción.”[3]
Si pedimos a Dios, debemos entender quién es Dios. Algunas de nuestras oraciones suenan a mandatos o imperiosos pedidos de un niño consentido.
Tenemos una muy buena amiga que es soltera. Es inteligente y bella, una persona cristiana, pero, está sola, y por lo visto, va a seguir así. Ella ora, ora y ora. Y suele decir que cuando Dios le responda su oración el que quiera casarse con ella va a ir a buscarla a su propia casa. Aparte de orar no hace ninguna otra cosa. Nunca participa de actividades sociales. No asiste a campamentos o congresos de jóvenes. Su vida gira en torno a la iglesia (los cultos formales) y su trabajo. ¡Cuántos hay así! Esperan que Dios haga por ellos lo que no se animan nunca a comenzar.
Cuenta la historia que Thomas Carlyle (1795-1881), el gran escritor inglés luego de terminar una de sus obras capitales se la prestó a un amigo para que la leyera. Pero, la sirvienta de su amigo, echó la obra al fuego para encender la chimenea. Cuando Carlyle se enteró no se desanimó ni se vino abajo como alguno podría esperar. Tampoco se dirigió a Dios en una oración suplicante de ayuda o a buscar un milagro, simplemente, al otro día se puso a escribir de nuevo y, al cabo de un tiempo de lenta escritura a mano, logró terminar su obra.
¿Qué espera Dios de nosotros? Pues, que confiemos en él y que hagamos por nosotros mismos lo que nos corresponde hacer. Te falta trabajo, haz de la búsqueda de trabajo un trabajo y el resto déjaselo al Señor. Estás enfermo, consulta a un médico y el resto déjaselo al Señor.
Orar es descansar en Dios. Pero, se descansa en el Señor cuando hemos hecho lo que nos corresponde hacer. Cuando un agricultor se hace cargo de un campo no se arrodilla a orar y luego espera calmado a que la tierra produzca su fruto. Primero desbroza, luego ara, finalmente planta la semilla, luego cuida las plantas, y finalmente, le pide a Dios que lo dirija en todo el proceso para hacer bien su trabajo y lo acompañe a hacerlo.
A Dios orando y con el mazo dando, de otra forma, la oración sólo sirve de monólogo y paliativo psicológico.
Nos gusta creer que la oración responderá todas nuestras inquietudes, sin embargo, olvidamos que hay una dinámica en la oración que debe ir acompañada de una unión entre lo humano y lo divino que no comprometa la soberanía de Dios por un lado y la libertad humana por el otro.
Jack Riemer, un teólogo judío contemporáneo escribió:
"No podemos rogarte simplemente, oh Dios, que termines las guerras; sabemos que creaste el mundo de tal modo que el hombre debe encontrar su propio camino hacia la paz dentro de sí mismo y con su vecino.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con el hambre; ya nos has dado los recursos con los que se alimentaría todo el mundo si sólo los usáramos con sabiduría.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que destierres los prejuicios; ya nos has dado ojos con los que veríamos lo bueno en todos los hombres si sólo los usáramos correctamente
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con la desesperación; ya nos has dado el poder de derrumbar y reconstruir los barrios pobres y dar esperanzas si sólo usáramos nuestro poder con justicia.
No podemos rogarte simplemente, Oh Dios, que termines con las enfermedades; ya nos has dado una mente clara con la cual buscar las curas y remedios, si sólo las usáramos en forma constructiva.
Por lo tanto, te rogamos, Oh Dios, nos des la fuerza, determinación y voluntad, para hacer en lugar de sólo rezar, para ser en lugar de sólo desear."[1]
Podemos estar o no de acuerdo con las ideas expresadas por este autor, pero al menos hay dos elementos que deberían hacernos pensar.
- Dios no nos da lo que nosotros podemos generar por nosotros mismos. Hacerlo sería una acción irresponsable de Dios pues nos estaría enseñando a no ocupar los recursos que él mismo nos ha dado, y sucedería lo que sucede con quienes tienen todo, finalmente se quedan sin nada, por el despilfarro de lo que tienen o la ociosidad en el uso de lo que tienen.
- En la oración se combinan dos elementos, la potencia de Dios por una parte y la indefensión nuestra. Eso quiere decir, que cuando nosotros hacemos lo posible Dios hace lo imposible, nunca a la inversa. Eso se esconde detrás de las palabras del apóstol Pablo que solía decir: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (1 Cor. 10:10). Lo que es lo mismo que decir, llego a ser poderoso cuando he llegado al límite de mis fuerzas, en ese momento, interviene Dios y actúa.
Mientras he sido pastor de iglesia en más de una ocasión he visto a alguien desfallecer en medio de la oración, esperando que Dios haga por él lo que él ciertamente puede hacer por sí mismo.
Dios envió a Abram desde su tierra a un lugar extraño, y le dijo simplemente "Levántate, recorre la tierra a su largo y a su ancho, porque a ti te la daré" y entonces, el patriarca “removió su tienda, y fue a vivir en el encinar de Mamre, que está en Hebrón.” (Gn 13:17-18). Podría haberse quedado tranquilo esperando que Dios hiciese todo. Total, el problema era de Dios. Pero, él hizo su parte. En la Biblia en 113 ocasiones se repite la misma expresión “levántate”. En varias ocasiones Jesús, antes de sanar a alguien le dijo simplemente “levántate”.
Hoy nos hace falta pensar en el levántate. Levanta la frente y camina. Orar a Dios para que resuelva problemas que nosotros podemos enfrentar no sólo es absurdo, sino que nos convierte en niños mimados.
“El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina seductora de la fe sin obras. No es fe pretender, el favor del cielo sin cumplir las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida. Es presunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y disposiciones de las Sagradas Escrituras”.[2] ¿Y qué dicen las Sagradas Escrituras? Pues, que en la unión de lo divino y la humano está el secreto para una vida victoriosa. Del mismo modo “algunos han profesado tener mucha fe en Dios, dones especiales y extraordinarias respuestas a sus oraciones aunque no haya evidencia de todo ello. Han creído que la presunción es fe. La oración de fe nunca se pierde; pero pretender que siempre será respondida de la misma manera y en relación con el motivo particular que estamos esperando, es presunción.”[3]
Si pedimos a Dios, debemos entender quién es Dios. Algunas de nuestras oraciones suenan a mandatos o imperiosos pedidos de un niño consentido.
Tenemos una muy buena amiga que es soltera. Es inteligente y bella, una persona cristiana, pero, está sola, y por lo visto, va a seguir así. Ella ora, ora y ora. Y suele decir que cuando Dios le responda su oración el que quiera casarse con ella va a ir a buscarla a su propia casa. Aparte de orar no hace ninguna otra cosa. Nunca participa de actividades sociales. No asiste a campamentos o congresos de jóvenes. Su vida gira en torno a la iglesia (los cultos formales) y su trabajo. ¡Cuántos hay así! Esperan que Dios haga por ellos lo que no se animan nunca a comenzar.
Cuenta la historia que Thomas Carlyle (1795-1881), el gran escritor inglés luego de terminar una de sus obras capitales se la prestó a un amigo para que la leyera. Pero, la sirvienta de su amigo, echó la obra al fuego para encender la chimenea. Cuando Carlyle se enteró no se desanimó ni se vino abajo como alguno podría esperar. Tampoco se dirigió a Dios en una oración suplicante de ayuda o a buscar un milagro, simplemente, al otro día se puso a escribir de nuevo y, al cabo de un tiempo de lenta escritura a mano, logró terminar su obra.
¿Qué espera Dios de nosotros? Pues, que confiemos en él y que hagamos por nosotros mismos lo que nos corresponde hacer. Te falta trabajo, haz de la búsqueda de trabajo un trabajo y el resto déjaselo al Señor. Estás enfermo, consulta a un médico y el resto déjaselo al Señor.
Orar es descansar en Dios. Pero, se descansa en el Señor cuando hemos hecho lo que nos corresponde hacer. Cuando un agricultor se hace cargo de un campo no se arrodilla a orar y luego espera calmado a que la tierra produzca su fruto. Primero desbroza, luego ara, finalmente planta la semilla, luego cuida las plantas, y finalmente, le pide a Dios que lo dirija en todo el proceso para hacer bien su trabajo y lo acompañe a hacerlo.
A Dios orando y con el mazo dando, de otra forma, la oración sólo sirve de monólogo y paliativo psicológico.
[1] Harold Kushner, Cuando la gente buena sufre (Buenos Aires: Emecé, 1994), 152-153.
[2] Elena G. de White, Dios nos cuida (Coral Gables, MI.: Apia, 1992), 318.
[3] Elena G. de White, Mente, carácter y personalidad (Buenos Aires: ACES, 1977), 2:554.
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