La vida sigue igual

El domingo iba a ser un día especial, me dirigí al centro de la ciudad de Melbourne, en el estado de Victoria, con dos amigos para participar por primera vez en mi vida, de la principal fiesta nacional de Australia, ANZAC Day (Australian and New Zealand Army Corps). El día en que Australia y Nueva Zelanda recuerdan su participación conjunta en diversas conflagraciones mundiales, rememoran a los caídos en batalla y dan homenaje a los que participaron.

Es una fiesta nacional. Comienza con un memorial que se realiza al despuntar el día en todas las ciudades de Australia. Se hacen recuerdos frente a fogatas y hay muchas palabras de circunstancia. Es un momento de recogimiento y también de dolor para quienes han perdido a algún ser querido.


Luego, se realizan homenajes, inauguraciones y el momento especial, en todos los rincones del país, es el desfile de los veteranos que aún permanecen vivos y el homenaje de hijos o familiares que desfilan en honor de los que ya han partido, muchos de ellos con fotografías en sus manos. Pasan muchos ancianos acompañados de jóvenes y todos lucen orgullosos las medallas que han obtenido. Todo se hace al estilo australiano, con orden, puntualidad y buen gusto. No hay nada que esté fuera de lugar, todo se hace con regularidad flemática, propia de la herencia inglesa de este pueblo tan especial.

Marchan los escuadrones ordenados por los años de servicio, desde los más antiguos hasta los más cercanos. Son acompañados por bandas militares o de estudiantes de secundaria, algunas tradicionales y otras con gaitas. Todo es un ambiente de fiesta y jolgorio. La gente aplaude mientras pasan los antiguos soldados vestidos con los uniformes que usaron antaño, muchos de ellos en sillas de ruedas.

Entre medio de los grupos de escuadrones que marchan con banderas y pabellones que señalan el año en que participaron, la rama militar a la que pertenecieron, el nombre de los países donde participaron, pasan también vehículos de la época. Autos, camionetas y camiones.

Estamos viendo a uno de esos grupos, a un contingente de ancianos que marchan gallardos, todos vestidos con sacos azules y pantalones plomos, van marchando en silencio y sonriendo tranquilos mientras la multitud los aplaude. Están frente a nosotros, a tan sólo unos tres o cuatro pasos, cuando de pronto el camión que viene detrás de ellos, un viejo vehículo de la segunda guerra mundial cargado de los más ancianos que no pueden caminar se precipita a toda velocidad en contra del grupo de ancianos que marchan. La gente comienza a gritar. La chica que está a mi lado grita de tal modo que me estremece. Son apenas unos segundos, el camión se detiene contra una reja de fierro. En el camino quedan una veintena de ancianos. Vemos al camión arrastrar a unos y aplastar a otros.

 Todo se paraliza. Por un instante es como si no estuviera ocurriendo. De pronto comienzan a correr personas de todos lados. Unos jóvenes que están a mi lado saltan la valla para ayudar. Junto a dos personas más corremos las vallas que están frente a nosotros para que avancen un grupo de paramédicos que están a nuestras espaldas en una ambulancia y vienen corriendo. Llegan dos policías. Comienzan a gritar pidiendo médicos o enfermeras en la multitud. En minutos hay una gran cantidad de gente atendiendo a los ancianos. En cuestión de minutos han llegado cinco a seis ambulancias y un montón de policías, enfermeros, gente de primeros auxilios, paramédicos, y médicos y enfermeras que comienzan a prestar su ayuda mientras llega más socorro.

Siguiendo el espíritu australiano no hay estridencias ni alarmas innecesarias. Algunos militares y boyscouts organizaron a la gente que está mirando, les piden cortésmente que se alejen o simplemente se retiren. Nadie dice nada. Mucha gente llora al ver la tragedia. Mientras los paramédicos y la gente encargada hacen su trabajo me quedo mirando a un grupo que está frente al camión. Me acerco un poco y allí veo al anciano que conducía el camión y que minutos antes lo he visto descender de la cabina del mismo. Está llorando y en estado de schock. Una mujer policía le hace algunas preguntas mientras él mueve la cabeza sin entender. Varios le toman las manos, le dan palmadas en la espalda para reconfortarlo, pero él no se conforma, llora amargamente mientras apunta alguna incoherencia en dirección al camión.

Llegan los medios de comunicación y con un respeto que me deja asombrado no irrumpen en la escena, se dedican a filmar desde lejos mientras algunos periodistas intentan entrevistar a algún testigo. Hay un gran silencio mientras la policía da órdenes y algunos médicos piden implementos a los paramédicos.

En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, la fiesta se ha convertido en tragedia. Mis amigos y yo nos hemos quedado como todos, mudos, en silencio, paralizados, sin atrevernos a decir nada. Estamos ensimismados. Por mi mente pasan miles de pensamientos. Me acuerdo de mis seres queridos, pienso en la fragilidad de la vida, no puedo evitar el nudo que siento en la garganta. Se me han llenado los ojos de lágrimas de manera involuntaria. Pienso en las familias de esos ancianos que yacen boca abajo, mientras los médicos intentan reanimarlos. Se me viene a la mente la alegría que hace unos instantes tenían en sus labios y ahora, veo a quienes han sobrevivido que miran a cierta distancia apoyándose unos a otros, con los rostros demacrados, algunos lloran, otros miran impotentes a sus amigos que yacen en el suelo. Sobrevivieron a una guerra, ahora luchan por la vida en tiempos de paz.

La policía nos invita a retirarnos para dejar pasar a las ambulancias que deben partir a los hospitales. Nos extraña que no suban a los ancianos a las camillas enseguida. Se dan el trabajo de hacer las cosas bien, de inmovilizarlos, de darles los auxilios adecuados, de vendarles, y de darles la mayor seguridad posible.

Estamos parados frente a la Galería Nacional de Arte de Victoria, el segundo lugar al que iríamos después del desfile. Hacia allá nos dirigimos. Hay una exposición original de retratos de grandes artistas Picasso, Munch, Rubens, etc. Me encanta el arte, la pintura y la creatividad, pero no puedo disfrutar. Camino por aquellos pasillos como sonámbulo. No puedo sacar de mi mente la imagen que acabo de ver. Vienen los gritos de la jovencita que estaba a mi lado una y otra vez, y el cuadro del camión pasando por encima de los ancianos se repite vez tras vez. Mis compañeros viven algo similar. No estamos mucho rato en aquel museo, donde pensábamos estar el resto del día.

Luego caminamos y entramos a una galería comercial y vemos a una gran cantidad de personas en los bares y restaurantes de pie y en silencio. Nos acercamos y observamos el inicio de un juego de futbol australiano en la televisión y se está haciendo un minuto de silencio, no sólo por los caídos en tantos años, sino por los ancianos que seguramente en ese momento están en algún hospital. Un militar, también anciano, está tocando la trompeta con el llamado a silencio.

Sin embargo, a medida que camino, otro espectáculo comienza a aflorar. Cientos de personas que caminan riéndose, padres con sus hijos, amigos, grupos de turistas extranjeros, nos acercamos a una feria que vende arte y está llena de gente que compra, que ríe, vemos a algunos acróbatas y artistas callejeros, y luego al llegar al lugar de los restaurantes miles de personas comiendo animadamente, de pronto, tengo otro espíritu y la imagen de la tragedia que me atormenta cede a otro sentimiento y en ese momento, sin poder evitarlo, me acuerdo de la canción de Julio Iglesias, “La vida sigue igual”. La busco en mi Ipod, que me acompaña para todos lados, a ver si la tengo y allí está. Comienzo a escucharla y de pronto su letra adquiere otro significado. El resto del día la canción me acompaña, aunque ya no la escuche, su letra me viene una y otra vez a la mente. “La vida sigue igual”… aunque unos sufran y otros lloren, el show tiene que continuar como dicen en el teatro y en el circo.

Estoy con pena. Pienso en la fragilidad de la vida y en la fuerza que adquieren las palabras en medio de una tragedia.

La canción fue grabada por Julio Iglesias el año 1968 y dice:

"Unos que nacen otros morirán
Unos que ríen otros lloran
Agua sin cauce rio sin mar
Penas y glorias, guerras y paz

Siempre hay por qué vivir
Por qué luchar
Siempre hay por quien sufrir
Y a quien amar

Al final las obras quedan
Las gentes se van
Otros que vienen las continuarán
La vida sigue igual

Pocos amigos que son de verdad
Cuantos te halagan si triunfando estás
Y si fracasas bien comprenderás
Los buenos quedan los demás se van

Siempre hay por qué vivir
Por qué luchar
Siempre hay por quien sufrir
Y a quien amar

Al final las obras quedan
Las gentes se van
Otros que vienen las continuarán
La vida sigue igual".

Al otro día, en la mañana salgo a caminar y correr como hago todas las mañanas. Voy con el Ipod, mi eterno acompañante, y escucho una vez más la canción. Sin embargo, entra a mi mente una frase que el día de ayer en medio de la tragedia no le he prestado atención: “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar”. Eso me reanima. Saludo a todos los caminantes que están a esa hora alrededor de la laguna donde suelo hacer mis ejercicios. Decido que el día tiene que tener otro sabor, que no hay nada que pueda hacer respecto a los ancianos, pero si puedo, elegir la actitud que debo tomar.

Luego de la caminata me invitan a visitar la costa. Hacia allá nos vamos. Al subir al auto, otra cosa comienza a suceder. Entro escuchando la misma canción que se ha convertido en obsesión. Al lado del conductor del moderno Toyota deportivo en el que vamos a ir hay instalado un visor de videos. El chofer pone el concierto Vivere: Live en Tuscany de Andrea Bocelli, nos vamos escuchando y viendo, mientras dura el viaje de una hora y media hasta el lugar donde vamos. Siento con fuerza las palabras de la canción que vuelven a adquirir otro significado, diferente a la pena que siento: “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar”. Me relajo, escucho la música, disfruto con los amigos de Bocelli que han venido a acompañarlo para participar junto al él en el concierto, disfruto especialmente la música de Kenny G, Sara Brighman, Laura Pausini y el pianista chino Lang Lang.  Es un canto a la vida. La música es nuestro cable a tierra. La manera de celebrar la alegría de vivir.

En ese momento reafirmo mirar las cosas de otra forma. Quiero disfrutar el día. Quiero sentir que la vida tiene otro sabor.

Paseamos por la playa, hundo mis pies en la arena, disfruto del paisaje majestuoso del mar que roza la costa. Me encanta ver las casas a la orilla, con cierta envidia y con alegría por sus diversas tonalidades y formas. Todo exquisitamente adornado. En varias ocasiones pienso en los ancianos y sus familias, en cómo estarán. Mi compañero toma su Iphone y busca en un diario las noticias y allí nos enteramos que finalmente siete de ellos han quedado internados en el hospital, cinco fuera de peligro y dos con graves secuelas esperando su recuperación en cuidados intensivos.

Al mediodía me invitan a un restaurant italiano, pido un plato de spaggettis vegetarianos, disfruto lentamente la comida y la alegría de quienes están a nuestro lado. Es un día feriado, un día de fiesta y de compartir con la familia. Pienso en los míos, tan lejos y a la vez tan cerca con el teléfono e Internet.

Al regresar me espera una pareja quienes me han pedido consejería. Los escucho en silencio y sus aflicciones me parecen tan pequeñas comparadas con el dolor de quienes en ese momento están postrados en el hospital, pero así es siempre, lo que a uno le parece una nimiedad para otro es el universo entero.

A la hora de la cena vemos las noticias en la televisión. El accidente es la noticia del día. Periodistas detallan desde distintos ángulos lo que ha pasado. Entrevistan a sobrevivientes, a testigos y a dos ancianos que están hospitalizados y que están en condiciones de hablar. Uno de ellos se emociona hasta las lágrimas. Sale el tema de Dios y les digo a mis anfitriones que Dios no tiene nada que ver en el asunto. Dios no mata ni provoca accidentes. Dios no se complace con el sufrimiento ni lo provoca. Esa teología es no sólo falsa, sino cruel. Ellos me escuchan en silencio, hacen preguntas, dialogamos, al final parecen entender. Me quedo pensando si realmente han entendido, porque la fuerza de la tradición es tan grande que preferimos culpar a Dios de todo, eximiéndonos de responsabilidad, eso siempre resulta más fácil.

Cuando terminamos vuelvo a mi habitación y escucho por última vez en el día el canto: “La vida sigue igual”. Me acuesto pensando que en realidad, nunca la vida sigue igual, que yo no soy el mismo de ayer, que he aprendido lecciones profundas, y que las imágenes que he visto difícilmente se van a borrar de mi mente. No Julio, “la vida no sigue igual”, el cambio es nuestro compañero más férreo. Siempre algo sucede que nos saca de nuestra habitual conformidad. Con ese pensamiento me duermo. Mañana será otro día.

Comentarios

  1. Buenisima reflexión! siempre he reflexionado en ese tema, es realmente esclarecedor de cómo la actitud puede hacer la diferencia y que lo importante, es aprender y avanzar con cada experiencia que nos toca vivir. gracias!

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  2. Miguel Angel Flamenco26 de abril de 2010, 22:33

    WOW Pastor! IMPRESIONANTE! Well done!

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  3. La actitud es lo que hace que las personas sean diferentes unas a otras; si bien es cierto no tenemos el poder de cambiar los hechos, tenemos la oportunidad de transformar nuestro entorno; agradeciendo a Dios, el CORDERO INMUTABLE, por su gran amor.. esa es la gran esperanza para quienes le creen y esperan...

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  4. Hola!!! bueno el articulo, la vida es así, es la realidad que vivimos día a día, el ser humano sin Díos es muy cruel. las advesidades... Pues bien, si igual va a venir, no nos queda otra que mirarla con buenos ojos y darle la bienvenida. Sólo de esa forma podremos aprovechar su visita para mejorar.

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  5. PASTOR IMPRESIONANTE LA CLARIDAD DEL RELATO. CUANDO SUCEDE ALGUNA COSA EN LA VIDA DE UNA PERSONA CLARO QUE LA VIDA NO SIGUE IGUAL. DESDE AYER HE LEIDO SU PAGINA Y MI VIDA YA NO SIGUE IGUAL, HE SENTIDO UN DIOS CERCANO Y UN DIOS QUE NO PROVOCA MIS PROBLEMAS.SALUDOS TITO B

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  6. Walter Alex Flamenco7 de mayo de 2010, 21:20

    Miguel, tu experiencia vivida en ANZAC Day me ha tocado y me ha hecho reflexionar; gracias por compartirla. Y como dijo JI en otro momento, "Amo la Vida, amo el amor" SALUDOS!!

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