Por qué les temo a los políticos
No soy ingenuo, sé que la política es necesaria para que se puedan realizar las acciones humanas en todos los sentidos. Siempre es necesario que alguien lidere y que lo haga de la mano de la consulta popular y el apoyo de quienes va a guiar.
Sin embargo, algo tiene el poder que hace que hasta los más honorables cambien cuanto tienen que tomar decisiones que los pone en una posición de autoridad sobre otras personas.
John Acton (1834-1902) solía decir que:
El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.
En muchos sentidos tenía razón. Sin embargo, la corrupción es una cuestión relativa. Se habla de corrupción cuando alguien utilizando su poder se apropia de bienes del estado o de las organizaciones que presiden, o cuando en el uso de las facultades que tienen se toman decisiones que de un modo afectan la honra, la integridad, la dignidad o el patrimonio moral de otras personas.
Sin embargo, no se habla de corrupción cuando la razón de ser del liderazgo se desvirtúa convirtiendo a quien ostenta el poder en una persona que pierde el sentido de su propia condición humana, que es por definición finita y limitada, y por lo mismo debería tornarlo en alguien capaz de sentir miedo de sí mismo y mantenerse humilde ante sus propios monstruos internos que terminan por devorarlo cuando se deja arrastrar por la vanidad del poder, sea cual sea, civil, religioso o empresarial.
Políticos al estilo de Mahatma Gandhi o de Martin Luther King que no iban detrás del poder, sino de los cambios e ideales, pareciera que son especies en extinción. Lo que se observa es una cantidad enorme de personas que llega al poder con idealismo, pero cuando se encuentran con él, comienza un lento proceso de deterioro moral que culmina en procesos autorreferenciales, arrogancia administrativa o ínfulas de iluminados.
Tal vez tenga razón Rubén Blades, el cantante panameño que fue ministro de cultura de su país, cuando dice:
El poder no corrompe; el poder desenmascara.
En el mismo tenor Abraham Lincoln (1809-1865) señalaba:
Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder.
En la misma línea de pensamiento Warren Bennis, el conferenciante de motivación, agrega:
El poder muestra al hombre.
Debe ser que en otras circunstancias no se nota lo que la persona siempre ha sido. El orgullo y la arrogancia se pueden esconder fácilmente bajo el manto de la humildad aduladora, hasta que se tiene la oportunidad de ejercer el poder.
En todas las organizaciones hay políticos, cabilderos del poder que buscan su momento de gloria dirigiendo a otros y compensando sus propias falencias personales teniendo esa sensación de satisfacción que da el tener alguna autoridad sobre la vida de otras personas.
Temo a los políticos:
. Cuando pierden el temor a realizar acciones inmorales, amparados en su pseudo infalibilidad o arrogancia ficticia que da el poder, comienzan a creer que sus debilidades no son tales y que sus acciones malignas no serán tratadas como tal, pérfida ilusión que los hace desbarrancarse de una manera que suele ser estrepitosa, mientras más alto, más fea y dolorosa es la caída.
Temo que mi temor es fundado, pero temo temer lo que temo porque en dicho temor está mi debilidad. Como dijera Hermann Hesse (1877-1962), el escritor alemán:
Cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros.
Esa es tal vez mi culpa, permitir que alguien que ostenta poder tenga poder sobre mí conciencia, mí futuro o lo que sea.
Thomas Jefferson (1743-1826), el estadista norteamericano, forjador de los inicios de esa nación decía reflexivo:
Nunca he podido concebir cómo un ser racional podría perseguir la felicidad ejerciendo el poder sobre otros.
Pero lo que a él le parece inconcebible, es perfectamente lógico en un mundo de carencias, de soledades, de efectos no entregados, y en ese contexto, cualquier sucedáneo siempre resulta mejor que enfrentar la realidad de su propia condición.
La siembra de la cosecha
El dicho dice que tarde o temprano “todo cae bajo su propio peso”, la Biblia señala por su parte que todo lo que sembramos eso cosechamos (Gálatas 6:7).
Concepción Arenal (1820-1893), la escritora y socióloga española escribió:
Todo poder cae a impulsos del mal que ha hecho. Cada falta que ha cometido se convierte, tarde o temprano, en un ariete que contribuye a derribarlo.
Es la confianza que me cabe, saber que tarde o temprano todos los que obran mal reciben los resultados de su accionar, de eso no tengo dudas, lo que me aflige es que antes que llegue ese momento quedan un sinfín de heridos en el camino.
No dejo de temerles a los políticos, aunque sus respuestas y sonrisas se vean convincentes. Sé que muchos de ellos son honestos, pero eso no quita de mí el temor. El poder es adulador, en la cima de la montaña es difícil recordar el esfuerzo que se ha hecho para llegar, porque la concentración en la gloria no permite ver otra cosa. Sin embargo, en ese lugar no hay espacios para otros, la victoria es un lugar muy solitario y fácilmente el envanecimiento hace perder perspectiva. Como diría Tácito (55-120):
Para quienes ambicionan el poder no existe vía media entre la cumbre y el precipicio
La contaminación del poder
José Saramago, el novelista portugués, con la ironía y acidez que lo caracteriza señala:
El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder.
A despecho que leo a Saramago por deber intelectual, me parece que tiene razón, que el verdadero problema es que en el uso del poder difícilmente las personas logran salir incólumes.
El poder que no se ejerce de manera ecuánime, con equidad, sabiduría y respeto, se convierte en tóxico.
Poder y servicio
Jesús, con ironía sutil y la autoridad que daba su propia vida señaló implacable:
Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:25-28)
La relación entre servicio y poder pocas veces se enfatiza. Quien es servidor, al estilo de Jesús, es decir “esclavo de todos”, en otras palabras, no busca hacer su voluntad sino ayudar a que las personas alcancen el ideal para el cual el poder debería servir.
Una persona que se vale del poder para adularse a sí misma, violentar, humillar, desacreditar, o cualquier otra actitud ajena al espíritu adecuado, simplemente, no entiende a cabalidad la relación que existe con el servicio.
Si hubiera más servidores, tendríamos menos caudillos. En la ley del servicio no hay lugar para despotismos de ningún tipo. Quien sirve actúa con humildad, reconociendo sus propios límites, entendiendo que nunca un ser humano será suficientemente sabio, que sólo en la dependencia de un poder superior seremos grandes, como diría Abraham Lincoln (1809-1865):
Nunca se es más grande que cuando se está de rodillas.
Temo a los políticos porque la mayoría ha olvidado esa gran verdad. Han convertido su cargo en una gran conspiración, en un lugar de conciliábulos, camarillas, secretismos, confabulaciones, amiguismos y otros istmos similares.
No sé si alguna vez confiaré mi cuello a algún político, del que sea, civil, religioso o empresarial, temo que su poder los enceguezca y en un arranque de ira me aplasten con toda su parafernalia aduladora.
Tal vez mi temor, sea al fin y al cabo, mi protección.
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