Personajes bíblicos que no permitiríamos en nuestras iglesias
El formalismo, el culto a la imagen y la falta de gracia inunda el cristianismo, de tal modo que si algunos personajes bíblicos fueran medidos con los cánones actuales, difícilmente podrían liderar en nuestras congregaciones religiosas y no les permitiríamos ser portavoces de la Iglesia, por la imagen, por lo que implica en términos de relaciones públicas o por último porque nosotros nos consideramos más santos, por lo tanto, no estamos en condiciones de relacionarnos con personas de conductas erráticas. Algunos de los personajes bíblicos que difícilmente pasarían la prueba en la actualidad son:
MOISÉS: Asesino confeso. Huyó de la justicia y nunca dio la cara para responder por el homicidio que realizó con alevosía y amparándose en su fuerza. No fue obra de la casualidad, fue una acción planeada y consciente.
DAVID: Violador, ninguna corte lo libraría de su acto violento de violar a su vecina amparándose en su poder político. Asesino, instigador, mentiroso y adúltero en serie. Conocido además por su gusto por la guerra.
SALOMÓN: Adúltero en serie, polígamo sin remedio, y politeísta que dio lugar a la mayor apostasía ocurrida en el pueblo de Dios producto de la introducción de cientos de dioses paganos. Además, no sería confiable en ningún cargo en la iglesia, especialmente donde hubiera mujeres, pues éstas correrían peligro por su tendencia a la seducción.
PABLO: Torturador confeso, persiguió, golpeó, torturó y fue cómplice del asesinato a personas cuya única falta era creer en Cristo. Muchos nunca creyeron totalmente en su conversión, probablemente en nuestros días tampoco sería creíble.
MANASÉS: Asesino, mató a Isaías, uno de los más importantes profetas de su tiempo. Su conversión es puesta en duda puesto que se realizó cuando estaba encadenado y sin poder, más parece remordimiento que arrepentimiento.
MARÍA MAGDALENA: Prostituta y una mujer de mal vivir, famosa por juntarse con varones de mala fama y conducta impropia.
SIMÓN: Proxeneta y corruptor de menores, entre los que estaba María de Magdala. Aunque parecía llevar una vida honorable, era una simple máscara que escondía sus verdaderas acciones.
MATEO: Ladrón profesional, había hecho de la recolección de impuestos un acto de corrupción por el cual recibía cuantiosas sumas de dinero a costa del sufrimiento de otros.
JUDÁ: Llevaba una vida doble, no dudaba en involucrarse con prostitutas.
JACOB: Mentiroso, suplantó a su propio hermano para conseguir sus ambiciones. Débil de carácter, no fue capaz de oponerse a su suegro ni tampoco a su esposa. Polígamo y un mal padre.
RAHAB: Prostituta muy conocida y mentirosa.
SAMUEL: Mal padre, sus hijos fueron un escándalo, no pasaría la norma de Pablo de que un dirigente debe saber gobernar su propia casa.
ABRAHAM: Mentiroso, una persona poco confiable que no dudó en exponer a su propia esposa y dejarla que fuera tomada como cónyuge de otro, con tal de no poner en riesgo su vida y comodidad.
NOE: Borracho, no tenía escrúpulos para embriagarse aún delante de sus hijos con todo lo que aquello podría implicar para la vida de ellos.
PEDRO: Mentiroso en serie y traidor. No dudó en decir palabrotas y ofensas, con tal de ser librado de aparecer entre los discípulos de Jesús. Además, demuestra una fe poco consistente, pues aún cuando recibió instrucciones directas de Dios siguió insistiendo en discriminar a quienes no eran judíos.
MARIA, MADRE DE JESÚS: Madre soltera, dio un muy mal ejemplo al quedar embarazada sin estar casada y aduciendo un “milagro” en su embarazo muy difícil de creer, ni su novio le creyó.
JESÚS: No califica como dirigente de la iglesia. Dio muestras que era un hombre violento que cuando perdió la paciencia no dudó tomar un látigo en sus manos y en voltear mesas de comerciantes honrados que sólo hacían su trabajo. Además, carece de visión adecuada de lo que significa ser un dirigente religioso puesto que es poco criterioso para tratar a las autoridades religiosas de su tiempo a las que calificó de “generación de víboras”, “sepulcros blanqueados” y otros epítetos poco dignos en los labios de un dirigente eclesiástico. Tampoco se lleva bien con la autoridad política, puesto que al rey lo llamó “zorra”. Definitivamente, no sería un buen dirigente.
La gran verdad es que…
La falta de gracia condena porque no olvida y mantiene a las personas que se han equivocado en permanente sospecha.
La falta de gracia no perdona. Hace que la acción equivocada esté permanentemente en la memoria de las personas, por eso seguimos refiriéndonos a Rahab como la prostituta, y no como la bisabuela de Jesucristo.
La falta de gracia no otorga segundas oportunidades, por eso me resulta tan extraño que podamos leer sobre estos personajes bíblicos y considerarlos aptos, cuando personas de nuestros tiempos difícilmente les daríamos la oportunidad de ser redimidas y restauradas.
La falta de gracia castiga, no redime. De allí que si hoy alguien cometiera los mismos errores de los personajes mencionados difícilmente podrían tener un lugar entre los santos de la iglesia.
La iglesia debería ser el lugar donde la gracia sea exaltada, al grado de recibirnos mutuamente en su seno, no para justificar nuestras maldades, sino para cobijarnos en el perdón y el amor.
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