Toque a medianoche

Cuando la medianoche ya despuntaba se sintió el golpe profundo de unos nudillos en la puerta.

La ciudad ahogó el sonido y la casa no hizo ni siquiera un eco.

Los minutos pasaron con la lenta marcha de la oscuridad.

Nuevamente se oyó en la profundidad de la noche el golpe de una mano sobre la puerta de madera.

La ciudad emitió su lastimero susurro de medianoche y la casa apenas emitió un gemido.

El aire nocturno paseaba silencioso por las calles, ajeno al sonido de esas manos que golpeaban la puerta.

Un silencio aún más profundo que la noche dio paso nuevamente a esos golpes que por tercera vez ya sonaban como un plañidero canto.

La ciudad pareció despertar; sin embargo, su movimiento fue sólo aparente. Siguió en su modorra inconsciente.

En,la casa, esta vez hubo un ligero cambio. Una tenue luz rasgó la oscuridad tras la ventana del segundo piso.

A los pocos minutos sonaron las bisagras herrumbrosas de las ventanas y una voz preguntó soñolienta:

-¿Quién es? ¿Quién molesta a esta hora? -y la noche recibió en un mutismo la voz del visitante que contestó:

-Soy yo. Alguien a quien tú conoces.

-Acérquese más pues no veo su rostro -dijo el hombre de la ventana.

-A menos que abras la puerta no podrás verme -contestó el visitante.

El hombre de la ventana alargó su brazo con la lámpara, pero, por más que oteó hacia abajo, sólo pudo percibir la borrosa figura de un hombre más bien alto.

Reaccionó con malestar y gritó:

-¡Bueno! ¡Diga de una vez lo que quiere!, deseo seguir durmiendo.

El visitante exclamó:

- Vengo a revisar tu puerta ... le estás dando mal uso.

Y el hombre de la ventana exasperado le espetó:

-Y usted, ¿qué se mete?, es mi puerta y punto.

-Te equivocas amigo -replicó el forastero-. Con esta puerta es distinto, todo lo que hagas o dejes de hacer con ella me incumbe.

De pronto una tercera voz irrumpió gritando molesta:

-¡Ya pues! ¡Vayan a acostarse! ¡Queremos dormir! -y una silbatina proveniente de otras casas apoyó al que reclamaba.

El hombre de la ventana, sacó medio cuerpo hacia afuera y dijo casi en susurro:

-Oiga amigo, ¿por qué mejor no viene de día? Así... nadie se enoja.

-Lo siento -respondió el visitante- he venido a todas horas y siempre tienes algo que hacer; esta es tu última oportunidad.

-¡Que más! Si quiere, no venga; pero a mí me da lo mismo. ¡Buenas noches! -gritó el hombre. Y cerró bruscamente su ventana.

El visitante lentamente se tornaba para partir, cuando la ventana se volvió a abrir y el hombre gritó:

-¡Hey amigo!, al menos por curiosidad, ¿cómo se llama?

-Jesús de Nazaret; soy el carpintero que hizo tu puerta.

La ventana se volvió a cerrar y el visitante prosiguió su camino dispuesto a golpear otra puerta.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

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