La navidad y el ombligo
Siempre he tenido sentimientos encontrados con la fiesta de navidad. Por un lado, me encanta, porque es el momento cuando nos juntamos con personas que amamos. Sin embargo, también me estresa, puesto que hay que pensar en regalos y saludos, y esa combinación de “regalar” y “saludar” me resulta agobiante a veces.
Es un momento de reencuentro familiar, de reconciliación, de amistad, de amor, pero a la vez es el momento del año cuando a nivel mundial se producen la mayor cantidad de suicidios, tal vez por eso mismo, por falta de reencuentro, reconciliación, amistad y amor.
Me encanta hacer regalos, especialmente porque puedo ver el rostro feliz de quienes lo reciben, no creo que regalar sea la única forma de expresar amor, pero es un buen gesto. Sin embargo, me enoja tener que salir a comprar en esta fecha, la gente anda como idiotizada, de mal genio, muchos actúan con brusquedad, se arremolinan en las tiendas buscando un no sé qué y veo muchos rostros frustrados, tal vez porque quisieran tener el dinero para hacer otro regalo o porque no quisieran regalar, no sé. En estas fechas siempre me digo: “La próxima vez voy a comprar los regalos en el transcurso del año para evitarme estas aglomeraciones absurdas”, pero, llega la vorágine de las obligaciones y termino, como siempre, olvidándome y andando de una tienda a otra sin claridad de qué debería regalar.
Cuando llega esta fecha me acuerdo de los buenos momentos, de aquellos que he vivido al lado de mis amados, de las tradiciones que hemos formado como familia: Armar el arbolito de navidad el 1 de diciembre, hacer un regalo sorpresa para alguien que no está en casa, establecer un precio máximo y mínimo para hacer un regalo de tal modo que nadie se sienta discriminado en la familia, ayudar con la cena de navidad, invitar a casa a alguien solitario, dedicar un momento a reflexionar en el significado de esta fecha. Pero a la vez, me siento en deuda con aquellos con los cuales no he hablado durante el año, triste por los que durante en el transcurso de ese año lastimé, melancólico por los amigos que quedaron en el camino, silente ante los que partieron y ya no estarán más. Sin duda, es el momento de los contrastes.
Definitivamente para mi es un momento de reflexión. Me gusta leer historias de navidad donde aflora lo mejor del ser humano, concentrarme en grandes ideas, repasar el verdadero significado de esta fecha, pensar en Jesús y lo que ha implicado su vida para mi vida, los grandes momentos que he vivido como religioso, la forma en que la vida me ha llevado de un lado a otro y cómo la providencia ha actuado conmigo. Sin embargo, por el rol que cumplo como docente y teólogo, tengo que enfrentarme todos los años al mismo tipo de gente dogmática e insolentemente ignorante, totalitarios, tozudos, porfiados, con sus discusiones eternas y bizantinas, las mismas palabras con el mismo sabor a dogma: “Que en esta fecha no nació Cristo”, “que es una fiesta de origen pagano”, “que no hay que poner arbolito de navidad”, y me canso, me aburre, me enferma, me entristece. Me hastía tener que tratar con personas que perdieron el rumbo, que no entienden que aunque Jesús no nació en esta fecha, lo importante es que nació. Que aunque el origen de la fiesta no es claro, lo importante es que se celebre. ¿Qué si el árbol de navidad no es bíblico? ¿Y qué? ¿No podemos darle un sentido diferente y dejarnos de discusiones absurdas?
La navidad es una oportunidad para mirar hacia adelante, para los grandes pactos, las reconciliaciones que nos auguran un momento nuevo, la vida que se nos aparece en el horizonte como una oportunidad siempre esperanzadora, el avance inexorable de la existencia que nos lleva siempre por nuevos rumbos. Pero también es el momento en que pensamos en el pasado, cuando no podemos dejar de sentir melancolía por lo que dejamos, por lo que perdimos, por lo que no encontramos, por todo aquello que de un modo u otro ha dejado marcas en nuestros sueños, heridas en nuestras ilusiones y estelas en nuestras melancolías.
Es imposible vivir la navidad sin ese dejo de contradicciones que se nos viene encima como una avalancha. No es posible vivir esta fecha sin mirarse el ombligo y a la vez, sin dejar de pensar que la fecha trasciende nuestras preocupaciones.
Es momento de celebración.
Es época de alegría.
Mejor quedémonos con eso: Jesús nació, y olvídense de mi ombligo.
© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.
Es un momento de reencuentro familiar, de reconciliación, de amistad, de amor, pero a la vez es el momento del año cuando a nivel mundial se producen la mayor cantidad de suicidios, tal vez por eso mismo, por falta de reencuentro, reconciliación, amistad y amor.
Me encanta hacer regalos, especialmente porque puedo ver el rostro feliz de quienes lo reciben, no creo que regalar sea la única forma de expresar amor, pero es un buen gesto. Sin embargo, me enoja tener que salir a comprar en esta fecha, la gente anda como idiotizada, de mal genio, muchos actúan con brusquedad, se arremolinan en las tiendas buscando un no sé qué y veo muchos rostros frustrados, tal vez porque quisieran tener el dinero para hacer otro regalo o porque no quisieran regalar, no sé. En estas fechas siempre me digo: “La próxima vez voy a comprar los regalos en el transcurso del año para evitarme estas aglomeraciones absurdas”, pero, llega la vorágine de las obligaciones y termino, como siempre, olvidándome y andando de una tienda a otra sin claridad de qué debería regalar.
Cuando llega esta fecha me acuerdo de los buenos momentos, de aquellos que he vivido al lado de mis amados, de las tradiciones que hemos formado como familia: Armar el arbolito de navidad el 1 de diciembre, hacer un regalo sorpresa para alguien que no está en casa, establecer un precio máximo y mínimo para hacer un regalo de tal modo que nadie se sienta discriminado en la familia, ayudar con la cena de navidad, invitar a casa a alguien solitario, dedicar un momento a reflexionar en el significado de esta fecha. Pero a la vez, me siento en deuda con aquellos con los cuales no he hablado durante el año, triste por los que durante en el transcurso de ese año lastimé, melancólico por los amigos que quedaron en el camino, silente ante los que partieron y ya no estarán más. Sin duda, es el momento de los contrastes.
Definitivamente para mi es un momento de reflexión. Me gusta leer historias de navidad donde aflora lo mejor del ser humano, concentrarme en grandes ideas, repasar el verdadero significado de esta fecha, pensar en Jesús y lo que ha implicado su vida para mi vida, los grandes momentos que he vivido como religioso, la forma en que la vida me ha llevado de un lado a otro y cómo la providencia ha actuado conmigo. Sin embargo, por el rol que cumplo como docente y teólogo, tengo que enfrentarme todos los años al mismo tipo de gente dogmática e insolentemente ignorante, totalitarios, tozudos, porfiados, con sus discusiones eternas y bizantinas, las mismas palabras con el mismo sabor a dogma: “Que en esta fecha no nació Cristo”, “que es una fiesta de origen pagano”, “que no hay que poner arbolito de navidad”, y me canso, me aburre, me enferma, me entristece. Me hastía tener que tratar con personas que perdieron el rumbo, que no entienden que aunque Jesús no nació en esta fecha, lo importante es que nació. Que aunque el origen de la fiesta no es claro, lo importante es que se celebre. ¿Qué si el árbol de navidad no es bíblico? ¿Y qué? ¿No podemos darle un sentido diferente y dejarnos de discusiones absurdas?
La navidad es una oportunidad para mirar hacia adelante, para los grandes pactos, las reconciliaciones que nos auguran un momento nuevo, la vida que se nos aparece en el horizonte como una oportunidad siempre esperanzadora, el avance inexorable de la existencia que nos lleva siempre por nuevos rumbos. Pero también es el momento en que pensamos en el pasado, cuando no podemos dejar de sentir melancolía por lo que dejamos, por lo que perdimos, por lo que no encontramos, por todo aquello que de un modo u otro ha dejado marcas en nuestros sueños, heridas en nuestras ilusiones y estelas en nuestras melancolías.
Es imposible vivir la navidad sin ese dejo de contradicciones que se nos viene encima como una avalancha. No es posible vivir esta fecha sin mirarse el ombligo y a la vez, sin dejar de pensar que la fecha trasciende nuestras preocupaciones.
Es momento de celebración.
Es época de alegría.
Mejor quedémonos con eso: Jesús nació, y olvídense de mi ombligo.
© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.
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