Crímenes de honor entre cristianos
Hina Saleem era una joven inglesa de 20 años de origen pakistaní. Tenía toda la vida por delante. Gozaba de muchas cosas que ofrece el mundo moderno, sin embargo, eso no tenía contenta a su familia. Un grupo de sus familiares planificaron lo que en su cultura se considera “salvar el honor”. Su propio padre Mohammed Saleem le propinó 28 puñaladas en el cuello, muestra de barbarie y de ensañamiento. Luego, fue enterrada en el jardín de su casa por su propia familia, una muestra más de abuso de poder, el mensaje: Te traemos de vuelta aunque no querías.
Hoy Saleem purga una condena de 30 años de cárcel e insiste en que es inocente y que no entienden su cultura. En una entrevista otorgada a BBC Mundo Saleem insiste en que es un “buen padre” que sólo quería lo mejor para su familia, sin embargo, no dudó en asesinar a su propia hija cuando sintió que ella se estaba apartando de las enseñanzas de su familia.
La situación de Asrin Masifi de 21 años, de origen kurdo, no es muy diferente. Estudiante y presentadora de televisión, famosa en Suecia donde vivía desde la adolescencia. Estudiaba en la Escuela Superior de Ingeniería (Tekniska Högskolan) de Estocolmo y era directora y presentadora del programa Mosaik, un espacio donde se ocupaba especialmente de los atropellos y discriminaciones sufridas por los inmigrantes al venir a Europa.
Ella fue estrangulada por su padre al negarse a vivir de una manera oriental y por aceptar el modo de vida occidental al elegir casarse con un “impuro”, es decir, con un no musulmán.
Crímenes de honor
Es paradojal que en una sola frase se puedan unir la palabra “crimen” y “honor”, para entenderlo hay que hurgar en la mentalidad de quienes creen que tienen derecho a imponer “justicia”, cuando algo que consideran importante no está siendo respetado.
La mayoría de quienes practican esta barbarie son personas de religión musulmana, no digo con esto que sea práctica de todos, porque sería exagerar, sin embargo, es sintomático que la religión llevada a un extremo suponga este tipo de realidades.
Se usa la expresión “crimen de honor” para señalar el castigo que se le impone a una mujer (rara vez a un varón), por parte de miembros de su familia o individuos de la comunidad en la que habita y que consideran que la víctima los ha deshonrado.
La forma más usual de maltrato es quemarla viva, rociarla con ácido, estrangularla, degollarla, apuñalarla o lapidarla.
Las razones que se utilizan para esta práctica inhumana son:
Miles de mujeres sufren año a año asesinatos, violaciones, desfiguraciones, amputaciones, golpizas, y todo tipo de maltrato a manos de padres, hermanos, u otros parientes por negarse a aceptar casamientos forzados, estilos de vida, religión o cualquier otra tradición que vaya en contra de sus propias conciencias.
Crímenes de honor entre cristianos
Muchos cristianos, con una miopía cultural extraordinaria, miran estos acontecimientos y se jactan de pertenecer a una cultura “diferente” y “superior” donde imperan otros valores. ¿Será verdad esta premisa?
* Ruth,[1] tenía 17 años cuando se enamoró de un compañero de clases. Cuando su padre, pastor de una iglesia se enteró le ordenó que no hablara más con él. Cuando ella resistió a la orden del padre que consideraba que aquel joven no le convenía, él la golpeó de manera salvaje con una correa de cuero. Un día el padre la vio con el joven en la calle y no le dijo nada. Sin embargo, cuando ella volvió a su casa se encontró con que la puerta estaba cerrada con llave. Cuando golpeó salió su padre y sin mirarla le tiró una maleta con algo de ropa y le dijo que no volviera nunca más. Fue acogida por una familia samaritana, sin embargo, se deprimió profundamente y en ese contexto comenzó a beber alcohol. Con el tiempo se volvió adicta. El padre y su familia actuaban con indiferencia por considerar que ella lo merecía. Nadie parecía darse cuenta que la familia y su trato eran el detonante para su conducta. Semana a semana dicho pastor hablaba a la gente del amor de Dios, mientras su hija vagaba por las calles y dormía bajo un puente.
*Solange se casó enamorada, aunque temiendo equivocarse, en ocasiones había visto conductas en su esposo extrañas y ajenas al ideal que ella se había planteado, pero pensaba que eran ideas locas de ella. El día que él la golpeó por primera vez fue un momento dramático. Cuando la tiró contra la pared por segunda vez y ella quiso irse, el sólo mencionar la posibilidad hizo que él reaccionara con tal furia que le destrozo la mandíbula de un puñetazo, que luego ella informó como un accidente. Aprendió la lección, mantenerse en silencio, hacer todo lo que él dijera y simplemente actuar como si nada pasara, incluso, acompañando a su esposo a las reuniones de la iglesia donde él era un líder destacado.
*Roxana siempre deseó ser dentista, cuando le confesó a su padre sus intenciones, él la miró fríamente y simplemente le contestó: Aquí no interesan tus deseos, vas a estudiar para ser maestra, te vamos a buscar un buen esposo y eso será todo. Ni se te ocurra otra cosa porque el que paga soy yo, no tú. Ella se quedó pasmada, sabía que con él no podía discutir, siempre perdía, además, le tenía miedo a sus reacciones. Fue a la universidad cristiana que su padre eligió, pero era infeliz, cuando ya no soportó más, postuló a escondidas de su padre a otra universidad, a la carrera que soñaba. Cuando finalmente confesó su padre la golpeó con una vara hasta hacerle sangrar las piernas. Huyó de su casa y fue acogida por familiares. Con el tiempo logró estudiar con una beca y con mucho esfuerzo. Su padre no volvió a hablarle, le dijo a otro familiar que ella había muerto para él.
*Sonia, madre de dos hijos, solía apoyar a su esposo, un pastor exitoso, la gente creía que ella era una privilegiada por vivir al lado de un “hombre de Dios”. Lo que no sabían era lo que escondía detrás de esa sonrisa y de las apariencias: Maltrato verbal, descalificaciones, manipulación, obsesiones sexuales, humillaciones sutiles, golpes, control, abuso monetario, etc. Un día no soportó más y huyó de su casa, regresó a su país. El esposo con engaños secuestró a su hijo menor, sabiendo el daño emocional que le ocasionaría a la madre y lo sacó del país. En todo momento él ha actuado como si fuera la víctima y ella la victimaria, y constantemente alude a su papel religioso y a la necesidad de ella de someterse a su voluntad.
*Gloria se casó con un estudiante de teología, quería ser esposa de pastor. Sin embargo, desde la primera semana de casados él comenzó a golpearla de manera salvaje. Una y otra vez él le decía que tenía que “educarla” para ser una persona sumisa y aprender a someterse a la voluntad de su esposo porque así lo ordenaba Dios. Ella lo abandonó, sin embargo, tuvo que vivir escondida durante mucho tiempo amenazada de muerte por su ex esposo y sufriendo además de la presión, incluso de su propia familia, para que volviera y aprendiera a sujetarse como “la Biblia dice”. Después de años de terapia, trabajo en grupos de apoyo psicológico y en su propia búsqueda de paz ha logrado encontrar un poco de equilibrio en su vida.
El machismo cristiano es peligroso
No sólo el machismo es peligroso por toda la carga de violencias y conflictos que genera. El machismo religioso es peor aún porque intenta justificar sus acciones con base en una supuesta fundamentación bíblica teológica para su accionar. Es un intento enfermizo por procurar validar una conducta que por sí es desequilibrada.
El problema mayor se sustenta al interior de muchos hogares e iglesias cristianas que no sólo toleran algunos excesos como los descritos en los párrafos anteriores sino que los avalan como conductas propias del mundo privado de los individuos o como una manera de ver la religión, supuestamente tan válida como otras.
El machismo cristiano enferma, maltrata, violenta, agrede, y somete a sus víctimas a las más crueles vejaciones. No es distinta la situación a lo que ocurre en el mundo árabe musulmán fundamentalista.
El error de categorizar violencias
En este contexto, un fenómeno más o menos común es categorizar violencias, como si los “tipos de violencia”, hicieran diferentes “tipos de víctimas”. La realidad es que salvo la muerte que es el extremo de la violencia, todo acto violento deja huellas en las personas, y no sólo físicas, sino emocionales y religiosas.
La herida física siempre es más fácil de tratar, porque es localizada y porque está visible. Sin embargo, las heridas emocionales, que no se ven, tienen el potencial de ser mucho más destructivas e invalidantes a largo plazo.
En un acto de irresponsabilidad ética, algunos minimizan un insulto o un golpe, pero maximizan un asesinato. Tienden a disminuir como inofensivo el trato de padres que se creen dueños de sus hijos, considerando que “hay cosas peores”. La realidad dista mucho de este simplismo. Un niño o niña obligada a vivir de una manera que no desea, tarde o temprano desarrollará dolencias físicas y mentales que pueden llevar al individuo al manicomio, al hospital o al cementerio.
Es un grave error de concepto creer que la religión autoriza a:
Conclusión
Antes de mirar la paja en el ojo ajeno es preciso mirarse al espejo y analizar cuidadosamente lo que se ha logrado y la razón de ser de las costumbres y hábitos sociales que se tienen.
Nunca un Dios de amor va a pedir maltrato ni sumisión unilateral. Dios no crea seres humanos de primera y segunda categoría. En Cristo, nos dice Pablo, “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gá. 3:28). Han pasado siglos, y aún a muchas personas que van a las iglesias y simulan adorar a Dios, que no entienden el mensaje tan claro y certero de Pablo. En Cristo no pueden existir divisiones de ningún tipo, si las hay, allí no reina el mensaje evangélico de Jesús.
Llamarse cristiano y maltratar, son dos cosas diferentes, opuestas y antónimas. Mientras esto no se entienda y se hagan cambios sustanciales, no habrá justicia para las víctimas y seguirán surgiendo nuevos casos de violencia justificada por la religión.
© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.
Hina Saleem |
La situación de Asrin Masifi de 21 años, de origen kurdo, no es muy diferente. Estudiante y presentadora de televisión, famosa en Suecia donde vivía desde la adolescencia. Estudiaba en la Escuela Superior de Ingeniería (Tekniska Högskolan) de Estocolmo y era directora y presentadora del programa Mosaik, un espacio donde se ocupaba especialmente de los atropellos y discriminaciones sufridas por los inmigrantes al venir a Europa.
Ella fue estrangulada por su padre al negarse a vivir de una manera oriental y por aceptar el modo de vida occidental al elegir casarse con un “impuro”, es decir, con un no musulmán.
Asrin Masifi |
Es paradojal que en una sola frase se puedan unir la palabra “crimen” y “honor”, para entenderlo hay que hurgar en la mentalidad de quienes creen que tienen derecho a imponer “justicia”, cuando algo que consideran importante no está siendo respetado.
La mayoría de quienes practican esta barbarie son personas de religión musulmana, no digo con esto que sea práctica de todos, porque sería exagerar, sin embargo, es sintomático que la religión llevada a un extremo suponga este tipo de realidades.
Se usa la expresión “crimen de honor” para señalar el castigo que se le impone a una mujer (rara vez a un varón), por parte de miembros de su familia o individuos de la comunidad en la que habita y que consideran que la víctima los ha deshonrado.
La forma más usual de maltrato es quemarla viva, rociarla con ácido, estrangularla, degollarla, apuñalarla o lapidarla.
Las razones que se utilizan para esta práctica inhumana son:
- Rechazo a un matrimonio concertado. No existe el derecho a elegir marido por su propia cuenta.
- Haber sido víctima de una agresión sexual, en ese caso, la víctima es juzgada como culpable.
- Solicitar el divorcio.
- Cometer adulterio.
- Relacionarse afectivamente con una persona que no sea de la comunidad o la raza.
- Pretender elegir una forma de vida o profesión que no sea avalada por la familia.
Miles de mujeres sufren año a año asesinatos, violaciones, desfiguraciones, amputaciones, golpizas, y todo tipo de maltrato a manos de padres, hermanos, u otros parientes por negarse a aceptar casamientos forzados, estilos de vida, religión o cualquier otra tradición que vaya en contra de sus propias conciencias.
Crímenes de honor entre cristianos
Muchos cristianos, con una miopía cultural extraordinaria, miran estos acontecimientos y se jactan de pertenecer a una cultura “diferente” y “superior” donde imperan otros valores. ¿Será verdad esta premisa?
* Ruth,[1] tenía 17 años cuando se enamoró de un compañero de clases. Cuando su padre, pastor de una iglesia se enteró le ordenó que no hablara más con él. Cuando ella resistió a la orden del padre que consideraba que aquel joven no le convenía, él la golpeó de manera salvaje con una correa de cuero. Un día el padre la vio con el joven en la calle y no le dijo nada. Sin embargo, cuando ella volvió a su casa se encontró con que la puerta estaba cerrada con llave. Cuando golpeó salió su padre y sin mirarla le tiró una maleta con algo de ropa y le dijo que no volviera nunca más. Fue acogida por una familia samaritana, sin embargo, se deprimió profundamente y en ese contexto comenzó a beber alcohol. Con el tiempo se volvió adicta. El padre y su familia actuaban con indiferencia por considerar que ella lo merecía. Nadie parecía darse cuenta que la familia y su trato eran el detonante para su conducta. Semana a semana dicho pastor hablaba a la gente del amor de Dios, mientras su hija vagaba por las calles y dormía bajo un puente.
*Solange se casó enamorada, aunque temiendo equivocarse, en ocasiones había visto conductas en su esposo extrañas y ajenas al ideal que ella se había planteado, pero pensaba que eran ideas locas de ella. El día que él la golpeó por primera vez fue un momento dramático. Cuando la tiró contra la pared por segunda vez y ella quiso irse, el sólo mencionar la posibilidad hizo que él reaccionara con tal furia que le destrozo la mandíbula de un puñetazo, que luego ella informó como un accidente. Aprendió la lección, mantenerse en silencio, hacer todo lo que él dijera y simplemente actuar como si nada pasara, incluso, acompañando a su esposo a las reuniones de la iglesia donde él era un líder destacado.
*Roxana siempre deseó ser dentista, cuando le confesó a su padre sus intenciones, él la miró fríamente y simplemente le contestó: Aquí no interesan tus deseos, vas a estudiar para ser maestra, te vamos a buscar un buen esposo y eso será todo. Ni se te ocurra otra cosa porque el que paga soy yo, no tú. Ella se quedó pasmada, sabía que con él no podía discutir, siempre perdía, además, le tenía miedo a sus reacciones. Fue a la universidad cristiana que su padre eligió, pero era infeliz, cuando ya no soportó más, postuló a escondidas de su padre a otra universidad, a la carrera que soñaba. Cuando finalmente confesó su padre la golpeó con una vara hasta hacerle sangrar las piernas. Huyó de su casa y fue acogida por familiares. Con el tiempo logró estudiar con una beca y con mucho esfuerzo. Su padre no volvió a hablarle, le dijo a otro familiar que ella había muerto para él.
*Sonia, madre de dos hijos, solía apoyar a su esposo, un pastor exitoso, la gente creía que ella era una privilegiada por vivir al lado de un “hombre de Dios”. Lo que no sabían era lo que escondía detrás de esa sonrisa y de las apariencias: Maltrato verbal, descalificaciones, manipulación, obsesiones sexuales, humillaciones sutiles, golpes, control, abuso monetario, etc. Un día no soportó más y huyó de su casa, regresó a su país. El esposo con engaños secuestró a su hijo menor, sabiendo el daño emocional que le ocasionaría a la madre y lo sacó del país. En todo momento él ha actuado como si fuera la víctima y ella la victimaria, y constantemente alude a su papel religioso y a la necesidad de ella de someterse a su voluntad.
*Gloria se casó con un estudiante de teología, quería ser esposa de pastor. Sin embargo, desde la primera semana de casados él comenzó a golpearla de manera salvaje. Una y otra vez él le decía que tenía que “educarla” para ser una persona sumisa y aprender a someterse a la voluntad de su esposo porque así lo ordenaba Dios. Ella lo abandonó, sin embargo, tuvo que vivir escondida durante mucho tiempo amenazada de muerte por su ex esposo y sufriendo además de la presión, incluso de su propia familia, para que volviera y aprendiera a sujetarse como “la Biblia dice”. Después de años de terapia, trabajo en grupos de apoyo psicológico y en su propia búsqueda de paz ha logrado encontrar un poco de equilibrio en su vida.
El machismo cristiano es peligroso
No sólo el machismo es peligroso por toda la carga de violencias y conflictos que genera. El machismo religioso es peor aún porque intenta justificar sus acciones con base en una supuesta fundamentación bíblica teológica para su accionar. Es un intento enfermizo por procurar validar una conducta que por sí es desequilibrada.
El problema mayor se sustenta al interior de muchos hogares e iglesias cristianas que no sólo toleran algunos excesos como los descritos en los párrafos anteriores sino que los avalan como conductas propias del mundo privado de los individuos o como una manera de ver la religión, supuestamente tan válida como otras.
El machismo cristiano enferma, maltrata, violenta, agrede, y somete a sus víctimas a las más crueles vejaciones. No es distinta la situación a lo que ocurre en el mundo árabe musulmán fundamentalista.
El error de categorizar violencias
En este contexto, un fenómeno más o menos común es categorizar violencias, como si los “tipos de violencia”, hicieran diferentes “tipos de víctimas”. La realidad es que salvo la muerte que es el extremo de la violencia, todo acto violento deja huellas en las personas, y no sólo físicas, sino emocionales y religiosas.
La herida física siempre es más fácil de tratar, porque es localizada y porque está visible. Sin embargo, las heridas emocionales, que no se ven, tienen el potencial de ser mucho más destructivas e invalidantes a largo plazo.
En un acto de irresponsabilidad ética, algunos minimizan un insulto o un golpe, pero maximizan un asesinato. Tienden a disminuir como inofensivo el trato de padres que se creen dueños de sus hijos, considerando que “hay cosas peores”. La realidad dista mucho de este simplismo. Un niño o niña obligada a vivir de una manera que no desea, tarde o temprano desarrollará dolencias físicas y mentales que pueden llevar al individuo al manicomio, al hospital o al cementerio.
Es un grave error de concepto creer que la religión autoriza a:
- Maltratar físicamente a los hijos.
- Obligar a los hijos a elegir la profesión que los padres desean.
- Obligar a los hijos (especialmente las hijas) a elegir como cónyuge a alguien que los padres aprueben.
- Humillar o someter a cualquier trato impropio a los hijos o cónyuges que opinen diferente al padre o marido.
- Obligar a la esposa a actuar según los dictados del marido. La sumisión supuesta de la mujer al marido no soporta un examen bíblico honesto.
Conclusión
Antes de mirar la paja en el ojo ajeno es preciso mirarse al espejo y analizar cuidadosamente lo que se ha logrado y la razón de ser de las costumbres y hábitos sociales que se tienen.
Nunca un Dios de amor va a pedir maltrato ni sumisión unilateral. Dios no crea seres humanos de primera y segunda categoría. En Cristo, nos dice Pablo, “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gá. 3:28). Han pasado siglos, y aún a muchas personas que van a las iglesias y simulan adorar a Dios, que no entienden el mensaje tan claro y certero de Pablo. En Cristo no pueden existir divisiones de ningún tipo, si las hay, allí no reina el mensaje evangélico de Jesús.
Llamarse cristiano y maltratar, son dos cosas diferentes, opuestas y antónimas. Mientras esto no se entienda y se hagan cambios sustanciales, no habrá justicia para las víctimas y seguirán surgiendo nuevos casos de violencia justificada por la religión.
© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.
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