Todo pasa y todo queda
Son las 5.30 de la mañana, no me levanté antes porque no quiero despertar a nadie. Salgo sigiloso de la habitación de ese hotel de 450 cuartos, lleno de turistas de los más diversos rincones del mundo. París está frío. Es extraño, ayer hacía calor. Camino silencioso por el pasillo hacia el ascensor, no quiero despertar a nadie y que luego me insulten en un idioma que no conozco. Ayer confundí una indicación, y un parisino me insultó en francés y se sulfuró cuando por toda respuesta simplemente le sonreí. Él no podría entender que sus palabras me parecieron tan melódicas y dulces. Me acordé de la prehistoria y de la Mademoiselle, la profesora de francés de secundaria. Seguramente ella estaría encantada. ¿Habrá viajado alguna vez a Francia? Se lo merecía. Me dirijo al ascensor. El edificio de 450 habitaciones está lleno de pasillos que dan hacia un patio interior, tiene una arquitectura extraña, mezcla de no sé qué escuela de sincretismo que abundan en la falta de ideas.