Serenidad

Se atribuye al teólogo luterano de origen norteamericano Reinhold Niebuhr, el haber escrito la siguiente oración:


“Dios, concédeme la serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
el valor para cambiar las cosas que puedo
y la sabiduría para conocer la diferencia;
viviendo un día a la vez,
disfrutando un momento a la vez;
aceptando las adversidades
como un camino hacia la paz;
pidiendo, como lo hizo Dios,
en este mundo pecador tal y como es,
y no como me gustaría que fuera;
creyendo que Tú harás
que todas las cosas estén bien
si yo me entrego a Tu voluntad;
de modo que pueda ser
razonablemente feliz en esta vida
e increíblemente feliz Contigo en la siguiente.

Amen”.
A menudo estamos tan ansiosos con los acontecimientos que nos toca vivir en el día a día que nos olvidamos de la necesidad de buscar serenidad, palabra cuyo concepto lo entiende la mayoría de las personas a nivel cognitivo, pero lo viven muy pocos a nivel afectivo real.
Hace unos días estábamos almorzando junto a unos amigos en un patio de comidas de una importante ciudad de México, el bullicio de esos lugares es generalizado, pero estábamos animados conversando cuando de pronto una mujer comenzó a gritar de manera desesperada:
―¡Mi hija! ¿Dónde está mi hija? ¿Quién se llevó a mi hija?
Los gritos eran tan destemplados que el bullicio se acabó en un instante y todo el mundo se dio vuelta para mirar a quién gritaba. En ese momento se acercaron dos guardias para calmar a la mujer, una mujer, que parecía alguna representante del centro comercial la tomó por el brazo y salieron del lugar. Escuché a una adolescente que estaba cerca y que salió para mirar decirle a su familia, que los guardias tenían a la niña, pero no habían encontrado a la madre, hasta que se escuchó el grito desgarrador.
La conversación en la mesa giró hacia la situación. Todos admitieron que perder a un hijo en un centro comercial no debe ser una experiencia agradable, sin embargo, todos sin excepción nos referimos a la histeria de la mujer, su forma tan destemplada de reaccionar, sus gritos desgarradores. La conclusión fue que esa mujer no tenía paz, y que lo que había sucedido era sólo un detonante para tirar afuera todas las ansiedades que tenía.
Todos nos enfrentamos a situaciones difíciles: La ausencia de un ser amado que está lejos; la pérdida de un hijo; el duelo por la pérdida de la salud; la angustia frente a la falta de trabajo; la imposibilidad de ponerse en contacto con alguien que es importante para nosotros; la sensación de impotencia que produce la injusticia; etc. No existe persona que no sufra algún tipo de pérdida, la diferencia entre una y otra es la actitud. Nada más que la actitud.
La oración de Niebuhr nos recuerda que hay situaciones que no podemos cambiar, y para esos momentos necesitamos serenidad. No para conformarnos, porque eso produce amargura, sino para aceptar la situación y vivir en paz. Hay una diferencia cualitativa enorme entre la actitud conformista que promueve el derrotismo, y la aceptación positiva, que enseña a mirar la realidad con optimismo, pese a que la situación no sea agradable, se entiende capaz de ver por sobre la oscuridad la luz que viene de las estrellas.
Hay situaciones que sí podemos cambiar, y en ese caso, tal como lo expresa Niebuhr necesitamos sabiduría para entender la diferencia y poder hacer lo que está de nuestra parte para cambiar lo que sí podemos. Bajar los brazos es empezar a morir. Sin embargo, aceptar lo que no puedo cambiar, y obrar en lo que sí tengo posibilidades, entonces, es mantenerse vivos.
Luego nos recuerda el viejo mensaje de Cristo, pero que olvidamos en el trajín diario: Vivir un día a la vez, disfrutando el momento. A veces, ansiosos por lo que no tenemos por lo que quisiéramos tener no gozamos a plenitud de lo que si tenemos, y se van pasando los días y no disfrutamos la existencia que se vive minuto a minuto. El mañana es hoy. Es ahora cuando debemos alegrarnos con las pequeñas cosas que nos ocurren, aunque sea estar contento por no sentir ese dolor de espaldas que a veces nos vuelve locos, o el brazo que nos molesta o nos deja hacer lo que queremos, pero que de pronto sentimos un alivio, o lo que sea que nos esté molestando. Aún en el dolor es posible encontrar paz, si queremos.
Lo que dice Niebuhr de aceptar las adversidades como un camino hacia la paz, suena paradojal en una sociedad que ha enseñado a sus hijos a huir de las adversidades. Alguna vez leí en un libro de Leo Buscaglia (Vivir, amar y aprender) acerca de las personas que viven en la zona de los monsones en Asia. Todos los años la lluvia y el viento destruye sus cosechas y sus casas, y todos los años las vuelven a reconstruir en el mismo lugar. El autor decía, “nunca vi gente con tanta serenidad en el rostros, con una sonrisa fácil, con tanta cortesía”, simplemente han aprendido a vivir con la adversidad sin regañar ni estar constantemente lamentándose. La paz no es producto de la ausencia de adversidad, sino la actitud que se tiene precisamente en medio de la tormenta.
Ser “razonablemente feliz en esta vida” es lo que señala Niebuhr, y me parece correcto. No existe algo así como “felicidad completa”, siempre existe algo que empaña el parabrisas de la vida, sin embargo, siempre es posible alegrarse por algo y vivir en armonía consigo mismo y con los demás.
Ya llegará el momento en que podremos cumplir nuestros anhelos más acariciados, si no es aquí, al menos, los cristianos creemos en la vida eterna. Sin embargo, la clave es aprender a vivir hoy, con alegría, con paz, con serenidad, con gozo por las pequeñas cosas… En el recuento final eso nos dará serenidad, que es el valor más preciado que podemos tener, incluso más que la salud, porque aún en la enfermedad necesitamos estar serenos.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

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