¿Qué significa “ser bíblico”?



¿Qué significa “ser bíblico”?

Dr. Miguel Ángel Núñez


Hay frases que de tanto usarlas, algunos llegan a creer que entienden perfectamente su significado. La realidad es que muchas de éstas oraciones se convierten, con el tiempo, en frases cliché, es decir, ideas que usadas en exceso, finalmente pierden su fuerza y novedad, convirtiéndose en una expresión vacía de sentido. En la práctica son frases que muchos usan pero su sentido es tan arbitrario, equívoco y caprichoso, que puede, a la postre, significar cualquier cosa.

Algunas de esas frases relativas a la Biblia y que están ligadas con el texto prueba son: 

“Con base bíblica”. 
“Ser bíblicos”. 
“Tener un ‘escrito está’”. 
“Proporcionar evidencia bíblica”. 
“Tener sustento bíblico”. 

Con estas expresiones, aparentemente de buena formación, muchos aluden a la idea de tener “versículos” bíblicos con los cuales sustentar una idea. En la práctica se convierte en un ejercicio donde supuestamente se citan “ideas” bíblicas que no son más que un largo cúmulo de frases, oraciones, incluso palabras que tomadas fuera de su contexto textual, literario, cultural y lingüístico pueden significar cualquier cosa, dependiendo de la intención preconcebida de quienes las utilizan.

El resultado es que se “aparenta” erudición mientras más textos bíblicos se citan. Poco importa que no estén escritos por autores similares en el tiempo, ni que estén fuera de contexto. Lo único que interesa es que sirva para “probar” el punto que se quiere “fundamentar bíblicamente”.

Lo que este “estilo” de análisis bíblico arroja es que: 
Prácticamente cualquier persona puede armar su propia lista de palabras, frases y oraciones bíblicas aun cuando sean totalmente contradictorias con otras listas. Al final, cada persona terminará defendiendo su propio listado sin consideración de ningún otro tipo. 

El contexto, en este uso, no importa. Lo que interesa es que la palabra u oración aislada sirva para defender el punto de vista. 
En este esquema triunfa el que tenga la lista de palabras, frases u oraciones bíblicas más convincente. 
En este esquema no importa “qué dice el texto”, sino lo que “yo quiero” que diga, para justificar la idea previa que tengo. 
En suma, no se parte de la Biblia sino del preconcepto y se busca el modo de encontrar el vocablo, frase o texto que me sirva para ese fin. 

El ejemplo de Pablo

Vamos a ilustrar el asunto con el autor más prolífico del Nuevo Testamento.

Pablo escribió dos tercios del Nuevo Testamento, así que no es irrelevante tomarlo de ejemplo.

El apóstol escribió trece cartas en un lapso de 20 años, es decir el 66% del Nuevo Testamento. Pueden ser 14 si se asume la tradición de atribuirle a Pablo la carta anónima a los Hebreos, lo que hace el porcentaje mayor.

Nueve de las cartas fueron escritas a iglesias de diferentes culturas, en momentos distintos y que estaban viviendo problemas disímiles entre sí. Es decir, son cartas grupales, sin un destinatario particular, eso incluye la carta a los Hebreos.

Cuatro cartas fueron dirigidas a cristianos individuales en momentos distintos y en circunstancias también diferentes. Este hecho no es intrascendente toda vez que marca el tono y sentido de lo que se escribe.

A todo esto hay que agregar que es un solo autor escribiendo en momentos vitales diferentes, con intenciones, motivos y preocupaciones distintas en cada ocasión. Todo estudioso de los escritos de un autor sabe que el momento en que se escribe algo es tan relevante como el lugar desde donde se realiza el acto de escribir. Así que es importante entender que el momento es crucial. No es lo mismo los escritos de un autor que tiene 30 años y el mismo autor a los 60, la edad y la experiencia, sin duda influyen en el escrito.

Querer poner al Pablo recién convertido, el de los inicios, el que está henchido de fervor y entusiasmo por la misión que ha asumido, que incluso lo hace ser impaciente y tajante, al utilizar en ocasiones un lenguaje tan directo que parece ser más una diatriba que un discurso evangélico, a la par con el Pablo anciano, cargado de ternura y de sabiduría, propio de quienes han vivido suficiente para saber que el sol no siempre alumbra del mismo modo ni calienta de la misma forma, es simplemente, no entender cómo funciona la mente de un escritor.

Cuando se formó el canon, es decir, se compiló en un solo libro todos los escritos de Pablo, llamado el “canon paulino”, no se tomó en cuenta el orden cronológico de los escritos ni las motivaciones del autor al escribir. En realidad, el criterio que se siguió fue la longitud. Los más extensos al comienzo, los más pequeños al final. Como no se atribuía Hebreos a Pablo, fue puesto aparte. Por esa razón está primero Romanos y al final Filemón.

Si se siguiera el criterio de un orden cronológico sería de la siguiente forma:[1]

Gálatas

1 Tesalonicenses

2 Tesalonicenses

1 Corintios

2 Corintios

Romanos

Colosenses

Filemón

Efesios

Filipenses

1 Timoteo

Tito

2 Timoteo

Aunque algunos eruditos objetan algunas fechas, en general hay acuerdo del orden en que fueron escritos.

¿Por qué es tan importante saber esto?

Para empezar, el orden determina el desarrollo del pensamiento de un autor. En ocasiones se cree que la inspiración actúa por dictado, pero no es el caso, de hecho, Pablo no sabía que estaba escribiendo cartas que luego serían consideradas “sagradas” por los cristianos del siglo II y III, él simplemente escribió. La iglesia cristiana ha considerado que hubo inspiración divina en lo que escribió, pero, no era la intención del apóstol dar cátedra ni escribir de manera pontifical. Sus cartas tienen el tinte pastoral y erudito, pero de quien está intentando que sus seguidores entiendan con claridad un concepto.

El error se suscita cuando sin considerar los motivos, los destinatarios, el contexto, la lengua, y la teología de fondo se citan versículos de una manera discrecional, sin entender que son públicos diferentes y con situaciones distintas.

Es el mismo autor, que va viviendo su propio proceso, y que escribe a diferentes personas en contextos distintos. Los destinatarios no sólo son de lugares diferentes, sino además, hablan lenguas distintas (latín, griego, hebreo, arameo), sino que además tienen cosmovisiones opuestas. Romanos, griegos y hebreos viven en el mismo tiempo pero su trasfondo es muy distinto. Se corre un tremendo riesgo cuando se cita de manera indistinta un escrito enviado a una comunidad cuya cosmovisión es opuesta a la de otro.

La carta a los Romanos, por ejemplo, tiene una sistematización de la que carece Gálatas, probablemente porque los que la recibirán son distintos, pero también, porque las problemáticas que trata no son iguales. Lo mismo sucede si se compara 1 de Corintios con Filemón, es el mismo autor, pero es evidente que el énfasis, el lenguaje y la forma de abordar el problema son totalmente diferentes.

Apologética, polemistas y texto prueba 

Un ejercicio que no suele hacerse es leer todo, antes de citar un texto bíblico. En el caso de las cartas paulinas, esto es imprescindible, de otro modo se termina no entendiendo el fondo del asunto y sólo quedan con ideas aisladas.

Tratar la Biblia como si fuera una colección atómica de textos, es la peor manera de estudiar la Biblia.

Donde más se suelen exceder en el texto prueba es en el contexto de la apologética. La apología o defensa de la fe es un ejercicio necesario, siempre y cuando no se convierta en polémica. En ese caso, la actitud que se genera es querer ganar a toda costa y no en buscar la verdad de manera ponderada y con apego irrestricto a la palabra de Dios.

Recurrir a frases aisladas, ideas inconexas, textos sacados de su contexto textual y cultural, sólo para defender puntos de vista, es una manera incorrecta de acercarse a la Biblia.

La Biblia no es una suma de textos. Es una colección de libros, escritos en diferentes contextos, lenguajes y autores. Si no se considera la unidad de un texto con su contexto, entonces, la defensa de la fe se convierte en un mero ejercicio de buscar ideas, palabras o frases desconectadas, lo que le hace un flaco favor a la defensa de la fe.

Conclusión

Ser bíblico o tener sustento bíblico, no consiste en dar listas de versículos, ni enumerar palabras o frases sueltas de contextos diferentes. Implica, tener claridad contextual en lo que se enseña. Significa citar párrafos, ideas y conceptos que tengan un fundamento probado en un contexto extenso, donde la idea extraída está comprendida dentro de su contexto literario, cultural y lingüístico.

Autor: Miguel Ángel Núñez (Chile/Argentina). 
Filósofo, teólogo, educador, terapeuta de parejas, 
orientador familiar, conferencista internacional, profesor universitario y escritor.

Licenciado en Teología / Licenciado en Filosofía / Licenciado en Educación
Magister en Teología / Magister en Teología pastoral / Magister en Orientación familiar
Magister en Conflicto y Mediación / Magister en Sexología Clínica (c)
Doctor en Teología sistemática 

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