El séptimo arte

Me encanta el cine. Es una afición que tengo desde niño, y cuando aún en casa no teníamos televisión. Recuerdo con nostalgia cuando no me perdía ni una matiné los días domingos, en uno de los cinco cines que tenía mi ciudad de la infancia, Iquique, en el norte de Chile.

La única forma que tenía mi madre de intentar controlar mi impetuosidad era cortándome las idas al cine, pero nunca pudo, porque mi abuelita era mi cómplice, así que siempre terminaba yendo, saliendo por una puerta lateral o simplemente, fingiendo que iba a otro lugar. En el fondo, mi madre siempre lo supo y también participó de la complicidad. Fueron tardes hermosas, de alegría, emoción, y aprendizaje.

Recuerdo algunos personajes de películas, me he aprendido algunos diálogos, conservo en mi memoria algunos finales de películas extraordinarios, como aquel de Reto al destino, de 1982, donde al son de la canción “Up Where We Belong”, interpretada por Joe Cocker y Jennifer Warnes, el protagonista Zack Mayo (protagonizado por Richard Gere), ingresa a la fábrica a buscar a su amada, Paula (interpretada por Debra Winger). Todos saben el final, pero es emocionante.

Hay películas que me han marcado a fuego como “Gandhi”, de 1982, dirigida por Richard Attenborough, que vi en mis días de universidad en Concepción, Chile, o “La lista de Schindler”, de 1993, basada en el libro “El arca de Schindler”, del escritor australiano Thomas Keneally, que con toda su crudeza nos entrega una visión de la más auténtica humanidad en medio del horror. O la impresión que me causó “La misión”, de 1986, protagonizada por un joven Robert De Niro y la buena actuación de Jeremy Irons, no olvido la impresionante escena del niño indígena cantando mientras los “educados” de ese tiempo decidían si aquel ser que cantaba como los ángeles tenía o no alma.

Recuerdo con nostalgia un día en Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas, México, cuando fui con mi esposa a ver en el cine esa estupenda película cristiana “Valientes” del 2011, dirigida por Alex Kendrick, que habla sobre el significado de ser padres, y como los machos mexicanos presentes tosían, o hacían sonidos guturales para no ponerse a llorar a raudales cuando se sentían identificados con la visión que presentaban los protagonistas de lo que debería ser un buen padre, cosa que algunos olvidan, lamentablemente, en un mundo donde hay más sementales que padres.

Para los fanáticos y legalistas religiosos que hablan en contra del cine y que no tienen empacho, de manera hipócrita, de atiborrarse de películas en privado y a escondidas, les digo que lo que tenemos que hacer es enseñar a ver como diría Barthes. Tener una mirada crítica y no represiva.

Decir no veas cine, sin orientar no sirve absolutamente de nada, al contrario, genera el efecto contrario y más en una época donde el cine está al alcance de Internet y una conexión a YouTube.

Aún recuerdo con tristeza y molestia cuando un grupo de fanáticos en México, quería expulsar de una congregación religiosa a dos jóvenes que habían ido al cine, sin explicarles, sin formarles, sin siquiera darles la oportunidad de pensar. Cosa que suelen hacer los legalistas que creen ser dueños de la verdad y no le permiten a otros pensar por sí mismos, ni siquiera se exponen a reflexionar.

El cine es como la vida, tiene de todo, lados oscuros y brillantes, escenas reprobables y otras que son adorables y extraordinarias. Lo que las personas deben aprender es a tener juicio propio para ser capaz de analizar, reflexionar, y elaborar conclusiones que sirvan para desarrollar análisis crítico, no una mirada paternalista donde otros, les indiquen qué ver y qué no.

Cuando mi hijo menor, que adquirió también la afición por el cine, cumplió 21 años, siendo alumno de la Universidad Adventista del Plata, en Argentina, lo llamamos por teléfono desde Perú, y le preguntamos qué haría con sus amigos, pensando que tendría una fiesta o algo por el estilo, me dijo:

-No papá, tendremos una salida de varones, sólo machos, vamos a ir al cine.

Me quedé pensando, con un poco de inquietud, qué irían a ver para celebrar la mayoría de edad. Al otro día muy entusiasmado me contó que habían ido con sus amigos a ver “Toy Story 3”, me reí de buena gana, y aún es una anécdota familiar. Siempre le han gustado las películas animadas, y esa en especial, marcó su entrada al mundo de la mayoría de edad. El cine sirve, incluso para eso, para actos simbólicos de ese tipo.

En los últimos años me he aficionado al cine europeo, especialmente alemán y francés, un poco por las temáticas más profundas que presentan, porque aún el romanticismo de las películas alemanas, tiene un contenido distinto al cine comercial norteamericano.

No tengo mucho tiempo para ver cine, pero cuando lo hago lo disfruto a pleno, sabiendo que no es un momento de pérdida sino de inversión en alegría, emoción, reflexión y análisis.

Tal vez algunos en vez de satanizar, criticar, y alardear de mentes limpias de cine, cosa que no es verdad, podrían aprender a ver, a reflexionar, y encontrar en el cine todo lo de bueno que tiene y hacer como dice el apóstol Pablo:

Examinadlo todo; retened lo bueno (1 Tesalonisenses 5:21).

Pero para hacer eso, es preciso primero tener desarrollado el juicio y la capacidad de análisis crítico que sólo se consigue con diálogo, reflexión, y aprendizaje y no con la violencia de la represión, el castigo y la crítica a quienes nos agrada el cine.

Si alguien no quiere ver cine, bien, que no lo haga. Pero, mientras tanto, no critique a quienes disfrutamos de vez en cuando del buen cine, de ese que te entrega momentos de paz, alegría, reflexión y mucha emoción, el cine que perdura, el que cuenta, que finalmente forma.

Dr. Miguel Ángel Núñez

P.D.: Para quienes se esfuerzan en encontrar un versículo bíblico que hable del cine no se esfuercen, es tiempo perdido, porque por mucho que les pese, sólo encontrarán en la Biblia principios, pero para hacer eso, para entender, hay que dejar la mente normativa y legalista, y abrirse al pensar, y eso, exige mucho más que repetir palabras y frases de la Biblia aisladas de su contexto y sentido original, demanda humildad para respetar la conciencia de otros y su capacidad de análisis y reflexión.

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