Sermones androcéntricos e identidad de la mujer

Los sermones constituyen el centro neurálgico de toda iglesia. Son la fuente principal de alimento espiritual de la congregación.

La iglesia la componen varones y mujeres. Sin embargo, la mayor parte de los púlpitos y durante casi todas las reuniones son ocupados por varones. En más de una oportunidad alguna dama de la iglesia predica, pero, aparece como algo excepcional y como una concesión del monopolio y siempre entregado de manera condescendiente para que las mujeres no se sientan incómodas. No es práctica habitual.



Es una regla de la naturaleza que los varones vemos el mundo desde la perspectiva de un varón y del mismo modo las mujeres. Sin embargo, aunque la mayoría de las congregaciones están compuestas en una proporción más alta por mujeres, éstas deben aceptar que las predicaciones las den varones. Eso produce, sin intención y sin una planificación ex-profeso una tendencia al androcentrismo.

Androcentrismo 

El androcentrismo es una expresión que significa “el varón como centro”.

Los varones tienden a escoger como temática de sermones aquello que como varones más le impresiona. Eso no tiene nada de malo ni de sorprendente. Es natural. Sin embargo, la mayoría de las temáticas tienen como eje central la experiencia de varones de la Biblia.

La tendencia es a exaltar a los “héroes” de la Biblia. Y es lógico, los varones tienden a identificarse con otros varones.

Incluso algunas secciones de la Biblia son tratadas como si en ellas se hablase exclusivamente de varones. Por ejemplo se suele hablar de Hebreos 11 como “la galería de los héroes de la fe”, olvidando que en dicho capítulo también son presentadas mujeres, y que en general no aparecen como heroínas. Se menciona a Sara, Rahab y algunas anónimas como las “que recobraron con vida a sus muertos”. Son parte activa e importante de aquellos que se mantuvieron fieles a Dios sin importar las circunstancias. Y es interesante que de todos los personajes de la Biblia Pablo elija –al correr de la pluma- a Sara y Rahab, dos contrastes extraordinarios.

Cuando alguien se deja llevar por el androcentrismo entonces, el varón aparece como el centro de la acción. Varones son los que son fieles y varones los que ejecutan la voluntad de Dios a través de la historia. Esto es un énfasis peligroso para la salud de la iglesia y para la identidad de las mujeres.

La forma de presentar a la mujer 

La mayoría de las veces que se utilizan historias bíblicas de mujeres es para exaltar virtudes, supuestamente femeninas: modestia (Ruth), ternura (Jocabed), cuidado de los niños (las madres que traen sus hijos a Jesús), obediencia a sus esposos, aunque eso no dice el texto (Sara), sacrificio personal (Ester), abnegación (Dorcas), cuidado de su casa, aunque harían bien en leer los machistas este texto porque habla de otra cosa (mujer virtuosa de Pr 31), la formación espiritual de los hijos (madre y abuela de Timoteo), buena suegra (Noemí). O para destacar actitudes reprobables la malignidad de Jezabel; la maledicencia de Miriam; la presunción de Eva; o la infidelidad de Gomer la esposa de Oseas.

El mensaje que se trasmite directa e indirectamente a la congregación es que los varones suelen destacar en su peregrinaje espiritual por sobre las mujeres. De los varones se dice que tuvieron luchas espirituales y salieron victoriosos. De ellos se predica la valentía para enfrentar las más difíciles situaciones en pro de la causa de Dios. Las mujeres normalmente aparecen como personajes secundarios detrás de los varones o como “personajes de segunda fila” por usar un término de un historiador argentino.[1]

Este mensaje repetido vez tras vez y todas las semanas por varones bien intencionados, pero, parcializados por su propia visión masculina de la realidad va produciendo un discurso que termina lesionando la imagen que la mujer cristiana desarrolla de sí misma, y lo más lamentable, es que termina presentando un mensaje distorsionado de lo que la Biblia realmente presenta.

¿Es androcéntrico el mensaje bíblico?

La perspectiva bíblica es extraña. Aunque la mayoría de los escritores bíblicos son varones (hay secciones escritas por mujeres, pero son las menos), debería imperar la perspectiva masculina. Sin embargo, no hay tal porque no se presenta dicho planteo en ninguna parte de las Sagradas Escrituras. Aquello obedece simplemente a una situación cultural donde el varón tenía la preeminencia y la mujer no era escuchada ni tratada como una igual. Derivar de allí conclusiones de exclusión desde Dios es no entender el mensaje bíblico.

Lo que llama la atención es que aún cuando la Biblia fue escrita por varones, no contiene las expresiones de desacreditación y disminución tan comunes al lenguaje extra bíblico del tiempo de los escritores de la Biblia. No hay en la Biblia la tendencia que si se observa en los escritos contemporáneos a los que escribieron el texto sagrado. Eso ya enuncia un elemento distinto. Señal de que aún cuando se deslizan ciertos énfasis propios de la masculinidad, el que inspira guía para que aquello no sirva para cargar las tintas en desmedro de la mujer.

Por otro lado, aún cuando no es la práctica habitual de los predicadores, cuando las mujeres son presentadas en la Biblia en general se las presenta en igualdad de condiciones con los varones. Lo cual es un elemento totalmente contrastante y diferencia a las Escrituras de todos los escritos de su tiempo. Esto último podrá parecer extraño a quienes no están acostumbrados a observar este fenómeno por estar acostumbrados a un discurso androcentrista.

Por otro lado, en la Biblia no se encuentra en ninguna parte el mensaje tan común a los escritores extra bíblicos de presentar a la mujer asociada normalmente al mal y a el manejo de lo oculto. Cuando la Biblia presenta el desarrollo del mal no hace discriminación de un sexo sobre otro. Hay brujas y brujos, hechiceros y hechiceras, malvados y malvadas. El mal no es privativo de un sexo en la Biblia.

Finalmente, la Biblia presenta a muchas mujeres ocupando responsabilidades con las que habitualmente se asocia al varón. Lo cual es extraño en un mundo donde las mujeres no tenían derechos personales ni estaban ligadas a ninguna forma de acreditación personal. Se habla de profetizas, juezas, mujeres que guían batallas, reinas, maestras, apóstolas, discípulas, etc.

Hacia un mensaje equilibrado

Va siendo hora de que cambiemos nuestro discurso. No se soluciona el problema de los énfasis haciendo predicar a mujeres, necesariamente. Puesto que muchas damas están tan marcadas con el discurso discriminador que probablemente repetirán el discurso masculino sin darse cuenta de que lo es. El problema se soluciona yendo a la Biblia y permitiendo que nos hable sin cargar a la Palabra con preconceptos o prejuicios.

Desde hace mucho tiempo ha habido una discusión muy grande en relación a lo que es netamente varonil y lo que es propio de la mujer. Se supone que los varones tienen características que lo hacen opuestos totalmente a las mujeres. Sin embargo, cada vez hay más estudios que desacreditan aquellas características que supuestamente son privativas de los sexos. Cada vez hay más investigaciones que prueban que lo que hay en el fondo es formaciones distintas y formas de educar que condicionan a los varones a ser de un modo y a las mujeres de otro.

Sostener que la ternura, la bondad, el servicio, la preocupación por los otros, la laboriosidad, la delicadeza, son características propias de la mujer es no sólo absurdo sino que condena a los varones a un estereotipo que termina finalmente dañando a todos. Es cierto que hay mujeres capaces de ser tiernas, pero un varón no debería ser menos. Asociar lo varonil con la rudeza y lo mujeril con delicadeza es estereotipar la conducta humana. Conozco mujeres tan rudas que harían empequeñecer al varón más duro y del mismo modo, he conocido varones capaces de mostrar rasgos de ternura y delicadeza en el trato con enfermos, niños y necesitados que en nada tienen que envidiar a la mujer. Leer la Biblia con los lentes del estereotipo es simplemente no entender el mensaje que la Biblia presenta.

Héroes y heroínas

La próxima vez que queramos predicar no busquemos a un varón que destaque sino a una persona que haya mostrado, independiente de su sexo, una fidelidad a Dios a toda prueba. Si observamos la Biblia desde esa perspectiva veremos que cuando se trata de la relación con Dios no hay superiores ni inferiores, hay personas, que independiente de su sexualidad, actuaron siendo obedientes a su conciencia y de ese modo lograron llegar a alturas insospechadas de relación con Dios.

Algunos ejemplos aleccionadores:

Rahab. Sería bueno que cambiáramos nuestro discurso. ¿Cuándo fue que escuchó un sermón sobre esta mujer? En particular nunca lo escuché salvo de mis propios labios. Cuando hablamos de ella solemos decir al paso y como fijación mental, “la prostituta de Jericó”. Lo cual constituye un exabrupto exegético y un énfasis que desconoce el sentido bíblico. ¿Cuándo escuchó que desde el púlpito se refirieran a ella como la abuela de David, la heroína de Hebreos 11, la mujer que pasó de ser una despreciada a esposa de un príncipe de Israel? O, la bisabuela de Jesucristo. Es un muy buen ejemplo para mostrar el poder transformador de la justicia de Dios.

Ruth. Solemos referirnos a esta mujer como una muestra de lo que puede hacer el poder de Dios y la obediencia. ¿Cuándo escuchamos del sacrificio de Ruth? Alguna vez le dijeron que su entrega a Noemí y a los ideales que ella representaba significó abandonar su pueblo, su cultura, y todo lo que conocía. Que haber ido en busca de Booz significó todo un acto de valentía y coraje en un mundo donde ella era doblemente despreciada –por ser mujer y por ser Edomita (hija de un pueblo maldito). Su actitud es digna de encomio e imitable no sólo por las mujeres.

Miriam. La mayoría de las veces que he escuchado a un predicador hablar de esta mujer fue en términos de exponer las consecuencias de hablar mal de alguien (como si esto fuera privativo sólo de las mujeres), al hacerlo nos olvidamos que también Aarón hizo lo mismo. Sin embargo, solemos olvidar que ella fue una profetiza respetada por el pueblo. Que cuando Dios hablaba normalmente estaban los tres hermanos presentes. Tal era el respeto que el pueblo sentía por ella que cuando recibió el castigo de la lepra el pueblo no quiso avanzar hasta que ella se reunió de nuevo a la congregación.

Priscila. Solemos hablar de “Aquila y Priscila”. Pero, no es así como los presenta la Biblia. De las cinco veces que aparecen en el relato bíblico tres veces son presentados como “Priscila y Aquila”. Esto que parecería sólo un elemento tangencial no lo es. Muestra, según la costumbre griega de escribir, que el líder es Priscila, por esa razón es mencionada en primer lugar. Ella es la que enseñaba y la que tenía una mayor madurez espiritual. No hay ninguna reprensión por eso ni siquiera una salvedad de excepción, es admitido como perfectamente válido. Señal de que el liderazgo espiritual no es privativo de varones.

María magdalena. El discurso común sobre ella es que fue adúltera y lloró. Sí lo fue, sin duda, pero, no menos que muchos varones de su tiempo. ¿Cuándo fue que escuchamos que esta mujer fue la primera persona en entender el carácter mesiánico de Jesús? Que a diferencia de todos los varones que acompañaban a Jesús fue la primera en entender plenamente que Jesús iba a morir y dar su vida como sacrificio por esa razón lo ungió en vida como testimonio de su comprensión. Que recibió –contraviniendo toda la costumbre que privaba a la mujer de dar testimonio- la orden de Jesús de ir y dar a conocer las buenas nuevas de la resurrección. Y qué recibió el elogio indirecto de Jesús cuando reprendió a quienes no le creyeron (sólo porque era mujer).

Débora. Es uno de los personajes bíblicos olvidados. Nunca he escuchado un sermón sobre ella. Pero es una jueza que gobernaba en Israel y no por imposición de familia o sucesión sino por mérito propio. Debe haber sido extraordinaria para que en su tiempo y rompiendo todas las ataduras de la cultura Barac fuera a suplicarle que le acompañara a la guerra. Entendía que el poder de Dios estaba con ella y no con él. Señal que Dios no discrimina a la hora de utilizar a las personas.

Ester. Las dos veces en toda mi vida que he escuchado un sermón sobre ella ha sido para exaltar la sagacidad e inteligencia de Mardoqueo que supo guiar a Ester. Sólo decirlo así supone ya una distorsión de la realidad. Lo verídico es que Ester se auto sacrificó de tal modo que hoy una persona haciendo algo similar sería inmortalizado como un héroe extraordinario. Se escribirían canciones y se harían poemas por su gesta heroica. El sacrificio contempló estar dispuesta a casarse con un hombre perverso y arriesgar su vida por lo que es justo. Mardoqueo sin la valentía y coraje de Ester no habría hecho nada.

María y las mujeres al pie de la cruz. Las únicas veces que he escuchado sobre este incidente ha sido para destacar el gesto de Jesús de ocuparse de su madre en el último momento. Sin embargo, ¿cuándo cayó en la cuenta que aquellas mujeres estaban al pie de la cruz mientras que los varones que habían prometido dar su vida por él estaban escondidos temerosos por su vida? ¿Cuándo le contaron que aquellas mujeres arriesgaron su vida para ir a estar delante del maestro y declararse abiertamente sus seguidoras? Una cosa es decir estuve con él cuando se está escondido temeroso y con la puerta trancada como los varones que seguían a Jesús y otra muy distinta, decir yo estuve con él y decirlo a los pies de la cruz.

Conclusión

Es hora de que cambiemos nuestro discurso. Ya va siendo hora de que entendamos que Dios no discrimina por sexo. Hacerlo sería monstruoso de parte de Dios e introduciría un sesgo de injusticia donde hablar de amor redentor sería un chiste.

Los púlpitos deben reflejar la verdad bíblica no los énfasis culturales. Debe decirse desde el púlpito que en Jesús no hay más separación de razas, clases ni sexos. En Jesús varones y mujeres recuperan los mismos derechos. Eso debe estar incorporado al mensaje oral de los sermones, de otro modo, de nada sirve que esté escrito. Es hora de traer justicia al púlpito. Es hora de que los que son la iglesia entiendan que no hay cristianos de primera ni segunda categoría. Es hora de dejar el androcentrismo de los sermones y recuperar el discurso de Jesús que nunca discriminó a nadie por ninguna razón.

Referencia


[1] Felix Luna, Segunda fila: Personajes olvidados (Buenos Aires: Planeta, 1999).

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