Violencia y perdón

Alejandra[1] es una mujer joven, pero demuestra mucho más edad de la que tiene. Se nota cansada y lleva una carga emocional muy grande. Su rostro denota tristeza. Los que entran en contacto con ella notan su tristeza y sus ojos a punto de llorar. Pocos saben que es maltratada por su esposo desde la luna de miel. Ha sido golpeada frente a sus hijos y en más de una ocasión, ha sido humillada en público. Hace varios meses se marchó de casa. Cuando le pregunto sobre el perdón su reacción es:


─¿Perdonar qué? Él nunca me ha pedido perdón. Cuando le dije que como cristiano daba un pésimo ejemplo se rio en mi cara. ¿Cómo puedo perdonarlo?


Roberto es empresario. Abandonó la ciudad donde vivía y se trasladaró a otro lugar para empezar de cero. Su esposa, que constantemente lo celaba, un día en un arrebato de furia se golpeó a sí misma azotando su cabeza contra la pared del baño. Luego, sangrando fue hasta la policía y acusó a su esposo de violencia doméstica. Lo llevaron detenido y pasó varios días en la cárcel. Se inició un juicio del que finalmente salió absuelto porque se pudo probar que él no había sido el causante de las heridas de su esposa gracias al testimonio de uno de sus hijos que vio a su padre en otra habitación en el momento en que supuestamente le pegaba. Siente que ella le ha echado a perder el resto de la vida. Se separaron y se fue para iniciar su actividad en otro lugar. Es cristiano y asistente regularmente a la iglesia pero me dice con voz entrecortada por la emoción:

─Yo creo en el perdón, pero me resulta cada vez más difícil superar la rabia que siento por ella. Me acusó falsamente. Perdí amigos, clientes y hasta la confianza de mis hijos y mi familia por su culpa. ¿Cómo puedo perdonar algo así?

Soledad y Luis son amigos, y aunque no son familiares comparten una historia en común. Nos hicimos amigos en circunstancias especiales. Al llegar fin de año en una de nuestras instituciones, en vez de irse a sus casas, optaron por quedarse uno en casa de un amigo y otro trabajando en el verano, no por necesitar recursos, sino para pagar su estadía. Cuando les pregunté a ambos casualmente por qué razón no se iban a pasar las fiestas con sus familias, su reacción fue similar:

─¿Para qué? ─dijo Soledad─ aquí estamos mejor. Nuestras casas son un infierno. ─Luis asintió y agregó:

─En nuestros hogares no hay paz. Sólo gritos, descalificaciones, y un ambiente donde el hielo se puede percibir en el aire. No gracias. Yo prefiero quedarme con mis amigos.

─¿Y qué hay de perdonar y olvidar? ─les dije en un intento de diálogo. Soledad cortante contestó:

─Para perdonar la gente debe aceptar que está errada. ─Luis asintió.

Estos tres casos reales muestran una realidad cruenta. La violencia doméstica tiene como víctimas a mujeres, niños, varones y ancianos. Es un fenómeno social que lejos de detenerse pareciera ir en aumento.

La iglesia no es inmune a este problema. Todos los protagonistas de esta historias son cristianos. Muchos hogares están afectados por esta lacra social y no están teniendo conciencia de la realidad que viven. En este contexto, el tema más complejo de manejar es el perdón, especialmente para quienes no están en contacto directo con la violencia doméstica.

¿Qué es el perdón?

Muchos actúan como si el perdón fuera la varita mágica que va a solucionar todos los problemas de relaciones interpersonales. Pero no es así.

Perdonar tiene al menos dos facetas, ambas complejas y no fáciles de enfrentar. En algunos casos es posible perdonar porque los victimarios se arrepienten verdaderamente y realizan actos de restitución, compensación y desagravio por lo que han hecho, en ese caso, el perdón es más sencillo. En otros casos, el perdón es exclusivamente un milagro que se produce únicamente por gracia de Dios, que es cuando los que han dañado no dan muestras de arrepentimiento ni hacen nada para enmendar lo que han hecho.

Hay asuntos delicados y preguntas no fáciles de enfrentar. Una de ellas tiene que ver con el tipo de relación que se establecerá con la persona que ha dañado a otro una vez que se ha perdonado. Algunos pretenden que perdonar implica reconciliación automática y eso es falso. Es poner a los seres humanos en una situación difícil de vivir y en un plano, donde sólo Dios tiene todas las herramientas y el poder pleno para actuar de esa forma.

El perdón, en el contexto de la violencia doméstica, tiene algunas características particulares que deben ser encaradas con cuidado, especialmente por quienes no están directamente involucrados con la situación. Es fácil pontificar cuando no se está viviendo el dolor de ser agredido por una persona que dice amarnos.

El perdón es personal. Nadie tiene derecho a exigir que otro perdone o a perdonar en vez de otro. Es una acción individual que no puede surgir por coacción o manipulación.

El perdón es producto de un proceso. Es parte de la sanidad. Cuando una persona ha sido dañada, necesita tiempo para reponerse de sus heridas físicas y emocionales. No se le debe exigir perdón si no está preparada para hacerlo.

Perdonar no implica necesariamente reconciliación. Exigir reconciliación luego del perdón es no entender la dinámica de las relaciones interpersonales afectadas por la violencia.

Conceptos equivocados

En este tema y por afanes espiritualizantes hay errores que provocan mucho dolor a las víctimas de violencia.

Condonación. Algunos pretenden ser perdonados sin asumir responsabilidad frente a lo realizado. Eso no es perdón, sino condonación. El perdón nunca es gratis. De hecho, el perdón para la raza humana significó el sacrificio de Cristo en la cruz. Pretender ser perdonado sin asumir las consecuencias es un acto de injusticia.

Remordimiento. Hay diferencia entre arrepentimiento y remordimiento. El remordimiento es temor a las represalias o consecuencias legales por la acción realizada. Quien se arrepiente, por el contrario, vive su acto pecaminoso de otra forma:
  • Restituye, como dice la Biblia, si robó y se arrepiente, devuelva (Lv. 6:4). 
  • Compensa, Zaqueo compensó el daño devolviendo cuatro por uno (Lc. 19:8). 
  • Abandona la conducta que ha tenido sintiendo un dolor genuino por lo que ha realizado, es la recomendación de Jesús a la mujer adúltera: No lo hagas más (Jn. 8:11). 
  • Y finalmente, lo que es más difícil, entiende que un acto de maldad siempre trae consecuencias y el perdón no exime de ellas. El caso emblemático es del pueblo de Israel que fue perdonado por Dios, pero ninguno de esa generación entró a la tierra de Canaán.

Falsa espiritualidad. Algunos creen que basta decir “te perdono”, y todo estará bien. Incluso hay quienes hacen llamados y apelaciones a la vida espiritual y creen que se debe orar y con eso se producirá el milagro de sanar las heridas emocionales y físicas de manera milagrosa. Cuando se lee la biblia y se observa a personajes extraordinarios como Pablo, por ejemplo, que lucharon toda la vida con situaciones que arrastraban se observa que el asunto no pasa sólo por palabras, sino por un proceso de restauración que puede durar el resto de la vida.

El perdón como un milagro

La parte más extraordinaria del perdón es que en los casos donde no ha habido arrepentimiento genuino o al menos justicia, las víctimas pueden estar condenadas a vivir un dolor permanente por el daño que les ha sido ocasionado.

En dicho contexto, el perdón es un milagro. Una acción divina que se instala en el corazón del ser humano agraviado y le da paz. Además, le da la fortaleza para no pagar a otros con la misma moneda. Le otorga el poder para no vengarse. Le da paz mental para seguir viviendo y Dios otorga la sanidad para curar el recuerdo. Eso es un milagro al cual se debe apelar para vivir y seguir viviendo cuando los victimarios no asumen su responsabilidad frente al daño ocasionado.

Conclusión

El perdón tiene costos. Si alguien pretende ser perdonado simplemente por exigencia o porque su víctima es cristiana, pero no ha hecho nada para merecer dicho perdón. Se está un acto de injusticia y en muchos casos, una forma sutil para seguir abusando de las víctimas.

El perdón del ser humano costó la cruz. No hay remisión de pecados sin un costo. Quien ha maltratado a otro ser humano física, sexual o psicológicamente tiene que estar dispuesto a asumir las consecuencias de su acción de otro modo, el perdón no va a tener sentido y se convertirá en un acto vacío de significado.

El perdón no significa en ningún caso, pasar por alto las consecuencias de la falta realizada. Eso sería un acto injusto. El perdón bíblico siempre es un acto que se realiza en un contexto de justicia. No se pretende en ninguna parte eximición de responsabilidad. Hacer eso sería confundir perdón con impunidad y no es como presenta la Biblia el tema.

Perdonar es necesario. Para sanidad física y mental del agraviado y porque no se puede vivir en un contexto de rencor. Sin embargo, tiene su tiempo de desarrollo, es personal y en muchos casos un milagro.


[1] Todos los datos personales son ficticios y las referencias geográficas se han omitido para preservar el anonimato de los protagonistas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta al futuro novio de mi hija

Maledicencia, el pecado del que no se habla

¿Y si no merecen honra?